Olvidan leoneses costumbres en Semana Santa
Óscar Jiménez
León.- La ‘Semana Mayor’, como ha sido denominada también la ‘Semana Santa’, cumbre del catolicismo, ha llevado consigo una serie de simbolismos a lo largo de la historia en el mundo. Y no podían quedar fuera algunos acontecidos en la historia de la ciudad de León.
A partir de registros recopilados y resguardados del Archivo Histórico de León, se puede corroborar cómo es que se ha vivido la semana más importante del catolicismo en la ciudad más poblada de uno de los estados más católicos del país.
Y es que, según registros del último censo del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), de los seis millones 167 mil de habitantes en Guanajuato, un total de cinco millones 601 mil 990 son pertenecientes al grupo religioso católico, lo que implica que sea más del 90 de su población total. Muy de lejos, los protestantes/cristiano-evangélicos suman apenas 255 mil 840 personas en la entidad.
El último peinado
Por ello, la ‘Semana Mayor’ ha conllevado esos importantes simbolismos a lo largo de la historia en la ciudad zapatera. Un hecho que llama la atención es aquel que se practicaba hace años, y que consistía en que, desde el primer viernes de Cuaresma, los leoneses acostumbraban a cortarse el cabello y las uñas, esto porque era indebido “volverlo a hacer antes del lunes de Pascua”, tal como lo narró en su momento Timoteo Lozano Martínez, en un volumen de la Revista Tiempos, editada por el Archivo Histórico de León.
“Había quienes incluso se peinaban por última vez el domingo para asistir a la Misa de las Palmas, luciendo gruesos y apretados rodetes de trenzas, pues el copete lo suprimían durante la semana, en tanto que otros se lavaban las manos también por última vez hasta la Pascua, eso sí, meticulosamente con mucha agua y estropajo que les garantizara la absoluta limpieza por lo menos hasta el sábado al abrirse la ‘Gloria’”.
Junto con aquella costumbre, se vivían muchas otras situaciones en la ciudad, como la baja -natural- de concurrencia por las calles, disminuía el ruido en las mismas, y sólo se dejaba a “los tranvías de la Compañía Limitada del Centro y ‘carretones’, pero suprimiendo sus conductores las palabras gruesas, los cornetazos y los silbidos usuales”.
La diferencia con el ahora
Antes, incluso, los menores que estudiaban en las escuelas de la localidad eran trasladados a rezar los viacrucis a iglesias como ‘El Calvario’ y Belén. Sin embargo, el panorama actual ha cambiado drásticamente, no solo, la relación y actos ‘cívicosreligiosos’ en campos educativos, sino de manera general.
Para la Semana Santa y la Pascua, en los últimos años las clases escolares han sido suspendidas, permaneciendo así los estudiantes en casa. Sin embargo, ahora, los alumnos de los diversos niveles educativos llevan ya más de un año en casa a consecuencia de la pandemia de coronavirus que ha azotado al mundo.
Con ello, se han dejado de lado tradiciones numerosas y públicas, como los altares de Dolores, la repartición de agua fresca y paletas, y por supuesto, los viacrucis realizados en distintas zonas del estado de Guanajuato.
Los platillos con pescado: el recuerdo de Toribio Esquivel
De acuerdo con quien fuera abogado, periodista, escritor y político leonés, Toribio Esquivel Obregón, la Semana Santa era la fecha indicada para que los niños tuvieran un ‘festín’.
Al no cumplir con la edad para realizar el ayuno obligado, los menores veían el viernes de Cuaresma más bien como la oportunidad de darle entrada a los dulces, y por supuesto, a platillos que sólo se probaban por esa época del año.
“Era más bien un día de golosina, la única época del año en que se comía el sabrosísimo pescado bagre del río Turbio o el blanco de la laguna de Chapala”, narraba Toribio Esquivel Obregón, en ‘Recordatorios Públicos y Privados’, al referirse a una época de su vida de 1864 a 1908.
“Los fieles tenían que visitar al menos siete de aquellos monumentos, a la vez que rezaban las estaciones de la Cruz y formaban grupos imponentes por su número”.
“Por lo demás aquella era ocasión en que las señoras sacaban a lucir lo mejor de su guardarropa; los tápalos de Manila o de burato, las mantillas y los encajes muchas veces heredados en la familia de generaciones atrás y era de ver a las muchachas tratando de ocultar bajo la aparente compunción exigida por la gravedad de la santa conmemoración, la vanidad de parecer guapas y elegantes ante el corro de los jóvenes que, con el mismo pretexto que ellas, iban en busca de unos ojos negros o de una sonrisa que les trastornaba el seso y los inflamaba con una pasión muy otra que la que se recordaba”, señalaba Toribio Esquivel.
EZM