¿Cuáles son las leyendas del panteón de Comonfort? Revelan apariciones y grandes misterios

Comonfort, Guanajuato.- Dice la gente que cada día 1 de noviembre, al mediodía, en el panteón municipal de Comonfort se escuchan risas y llantos de niños pequeños, aun cuando no haya infantes cerca. Este ruido se cree que proviene de las almas de los niños que llegan de visita al mundo de los vivos.

Esto es parte del relato de María de los Ángeles Blancas Ramírez, quien hizo una recopilación de historias del panteón al conocer las pláticas de algunos trabajadores del lugar, como Aquilino Morales Peña y don Fidedigno.

Las historias están plasmadas en el libro Relatos y Leyendas de Comonfort, elaborado con la participación ciudadana en noviembre de 2020. Esta obra se convirtió en una colección selecta de las leyendas de Comonfort, basada en las historias de los comonforenses.

María de los Ángeles Blancas contribuyó con estas leyendas, que suelen contarse entre los vecinos de Comonfort cuando visitan el panteón municipal, no necesariamente en Día de Muertos, aunque este es el contexto de muchos de los relatos.

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Te compartimos algunos relatos y leyendas del panteón de Comonfort

Una de las leyendas cuenta la historia de una mujer que suele pararse a medianoche frente a la puerta principal del panteón y, dirigiéndose a algún incauto, pide ayuda para entrar. Cuando el caminante se acerca, ella explica que quiere entrar para rezar un rosario a una sobrina que murió. Luego, entablan conversación, y en medio de la oscuridad, la mujer desaparece.

Otra historia relata el caso de la señora Carmen, una mujer que una tarde se acercó a don Aquilino para pedirle que le mostrara la tumba que había mandado arreglar años atrás, donde ya estaba sepultado su difunto marido. Según el relato del trabajador, al día siguiente llegó el hijo de doña Carmen comentando que irían a sepultar a su madre, quien había fallecido el día anterior en la mañana. Al parecer, doña Carmen había visitado lo que sería su propia tumba.

Y no falta otra historia: un hombre desconocido se acercó al trabajador para pedir que arreglara una tumba, dejándole un anticipo por el trabajo, pero nunca regresó. Tiempo después, llegó el Día de Muertos, y otro hombre muy parecido al anterior, procedente de la Ciudad de México, llegó para ver la misma tumba. Don Aquilino le comentó que la tumba estaba disponible, pero que quedaba pendiente una parte del pago. Al describirle al hombre con quien había hecho el trato, el visitante asintió con sorpresa, pues, según la descripción, quien había dejado el anticipo era su hermano, quien ya había fallecido.

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