El día 22 la muchedumbre fue alineada en la plaza principal de Acámbaro y en las calles aledañas con el fin de integrar batallones de mil hombres, quienes quedaron al mando de un coronel. Entre los 80 designados se recuerdan por su valentía a José María ‘el Bronco’ Liceaga, a Luis G. Mireles y Francisco Mascarenas. Ellos, como distintivo, portarían en sus uniformes tres galones.Al atardecer del 21 de octubre de 1810, luego de ocupar pacíficamente Valladolid (la actual Morelia), el tumulto insurgente llegó a Acámbaro en su camino hacia la capital del virreinato. Concientes de que sus seguidores necesitaban organizarse para poder enfrentar al enemigo, los cabecillas rebeldes decidieron iniciarlo allí al día siguiente.Para entonces el contingente de sublevados había tenido un crecimiento inesperado y el número de 500 que había salido de Dolores el 16 de septiembre se elevaba ya a 80 mil y seguía aumentando, lo cual dificultaba toda maniobra conjunta.El día 22 la muchedumbre fue alineada en la plaza principal de Acámbaro y en las calles aledañas con el fin de integrar batallones de mil hombres, quienes quedaron al mando de un coronel. Entre los 80 designados se recuerdan por su valentía a José María “el Bronco” Liceaga, a Luis G. Mireles y Francisco Mascarenas. Ellos, como distintivo, portarían en sus uniformes tres galones.Cada cuatro batallones formaban una brigada, al frente de las cuales quedaron brigadieres como Onofre Portugal y Juan Bautista Carrasco, quienes vestirían con una chaqueta azul con collarín, con un bordado angosto y los tres galones que lucirían también los coroneles.Se nombraron mariscales de campo a Mariano Abasolo, Antonio Aldama, Joaquín de Ocón, Ignacio Martínez, José María Aranciba, José Antonio Martínez e Ignacio Camargo. Según las indicaciones, éstos portarían el uniforme ya descrito, sin los tres galones, pero con un cordón en el hombro izquierdo.A su vez, cada cuatro brigadas dieron cuerpo a una división; resultando que cinco divisiones conformaron aquel ejército popular, ésto es, 80 mil efectivos.Juan Aldama, Mariano Jiménez, Joaquín López Arias, Mariano Balleza y José Díaz recibieron la distinción de ser tenientes generales, debiendo usar el uniforme de base y como identificación, un cordón en el hombro derecho.El capitán general y segunda autoridad de aquel movimiento fue Ignacio Allende, quien portaba -según descripción del historiador Luis Mota Maciel- “una chaqueta de paño azul con collarín y con vueltas y solapas encarnadas, galones de plata en todas las costuras y un cordón en cada hombro, que, dando vuelta por abajo del brazo, se ajustaba con un botón y una borla que colgaba hasta medio muslo”.El capitán general y segunda autoridad de aquel movimiento fue Ignacio Allende, quien portaba -según descripción del historiador Luis Mota Maciel- “una chaqueta de paño azul con collarín y con vueltas y solapas encarnadas, galones de plata en todas las costuras y un cordón en cada hombro, que, dando vuelta por abajo del brazo, se ajustaba con un botón y una borla que colgaba hasta medio muslo”.Otros nombramientos igualmente importantes fueron el de José María Chico y Linares como ministro de policía y buen gobierno, y el de Mariano Hidalgo como coronel y tesorero del ejército.El futuro otorgamiento de nombramientos y grados quedó en manos de Hidalgo y Allende; aunque en las regiones lejanas se permitió que los jefes insurrectos dieran grados inferiores al suyo, tal y como podían hacerlo los coroneles en sus respectivos batallones.De acuerdo a algunos autores, se tomó entre los acuerdos complementarios el de aumentar los sueldos de los altos jefes; mismos que, según otras fuentes, no tenían una cantidad determinada para sus gastos. Hay sin embargo coincidencia cuando se habla de los salarios diarios para los infantes: cuatro reales; un peso para los jinetes y tres pesos para los oficiales, desde capitán de caballería hasta coronel.Al término de la proclamación, Hidalgo y sus más cercanos colaboradores se trasladaron al templo de San Francisco, donde asistieron a un Te Deum que se engalanó con un repique general y salvas de artillería. Luego, montados a caballo, recorrieron las calles aledañas y los alrededores de la ciudad pasando revista a los componentes del ejército popular recién organizado.La tarde de aquel 22 de octubre fue de fiesta para todos los insurgentes y los habitantes de Acámbaro; fiesta compuesta, según la tradición, por comilonas, corrida de toros y baile.Al día siguiente los rebeldes debían emprender el largo viaje hacia la ciudad de México, un incierto destino que en ese momento se veía con optimismo, la gloria o la muerte según la suerte de cada protagonista, el paso a la historia para todos ellos.