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¡Cállate chachalaca! 

Opinión

Santiago López Acosta - Tiempo Político

¡Cállate chachalaca! fue una expresión que se hizo famosa y hasta celebre en el proceso electoral de 2006, expresada por el entonces candidato presidencial de la coalición Por el Bien de Todos, integrada por los partidos de la Revolución Democrática, del Trabajo y Convergencia (mismo que después devino en Movimiento Ciudadano), Andrés Manuel López Obrador, para referirse a las constantes intervenciones del entonces presidente de la República, Vicente Fox Quesada en ese proceso comicial, para favorecer al candidato de sus partido, Felipe Calderón Hinojosa, pero sobre todo, para denostar al principal candidato opositor, el propio López Obrador. 

Recordemos que esa elección fue sumamente compleja, conflictiva y la más disputada y competida de los tiempos modernos en nuestro país, con una diferencia oficial de medio punto porcentual y poco más de 250 mil votos, entre el ganador y el segundo lugar y con cuestionada y controvertida actuación de las autoridades electorales, tanto administrativas como jurisdiccionales. 

En esa ocasión se le criticó severamente el dicho del candidato López Obrador, por asemejar al presidente de la República con un ave parlanchina y gritonera del sureste del país, independientemente de la razón que tenía de exigir que el titular del Ejecutivo federal dejara de intervenir en el proceso electoral. Según los análisis de la época, haber dicho eso, además de otros múltiples errores de estrategia y táctica, le fueron restando puntos de la gran ventaja que tenía en las encuestas al inicio de las campañas electorales, que en ese entonces eran más largas que ahora, y permitían que se fueran modificando las tendencias, como de hecho ocurrió. De tener 20 puntos de ventaja, al final la elección se cerró inusitadamente, como sabemos históricamente. 

Después de la elección de 2006 se promovió una profunda reforma electoral, que modificó el modelo de comunicación política, el financiamiento a los partidos políticos, los recuentos de votos en los casos de diferencias menores entre el primero y el segundo lugar, las prohibiciones a los servidores para utilizar recursos públicos e intervenir en los procesos electorales, entre otros aspectos. La mayoría de esos planteamientos fueron de las fuerzas políticas de izquierda que apoyaron a López Obrador, derivado de la problemática y exigencias que se presentaron en 2006.  

Fue así por lo que se aprobó el Decreto que reformó los artículos 6, 41, 85, 99, 108, 116 y 122; se adicionó el artículo 134 y derogó un párrafo al artículo 97 de la Constitución Política Federal. 

La adición al artículo 134, para prohibir al presidente de la República y a todos los servidores públicos de todos los órdenes de gobierno la intervención en los procesos electorales es el resultado y producto constitucional del “cállate chachalaca”, y evitar que desequilibren y hagan inequitativas las contiendas comiciales. 

Esa disposición constitucional se fue perfeccionando con reglamentaciones legales, jurisprudencias y criterios del Tribunal Electoral, además de las oportunas actuaciones de las autoridades electorales, para evitar que las intentonas intervencionistas de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, cuando respectivamente ocuparon la presidencia de la República, tuvieran consecuencias en las elecciones sucesivas. 

Sin embargo, el activismo del actual presidente de la República para meterse en el actual proceso electoral no tiene precedente, y sus explicaciones y justificaciones para hacerlo no tienen ningún sustento ni razonabilidad, además de que no hace caso de lo que le han solicitado las autoridades correspondientes.  

Se siguen acumulando las denuncias y quejas en su contra por esas intromisiones, pero la institucionalidad vigente tiene muy poco margen para obligarlo a mantenerse fuera. Las amonestaciones o multas que le puedan imponer las autoridades electorales seguramente no tendrán mayor consecuencia, como tampoco la remota posibilidad de que decidan dar vista a la Cámara de diputados ante el muy probable desacato; y si eso ocurriera, no se visualiza que ese órgano legislativo federal pudiera tomar acciones en contra del titular del Ejecutivo federal, dada la mayoría que tiene el partido del presidente y sus aliados. 

Tal parece que solo queda la presión social, política y mediática para exigirle al presidente que saque las manos, y todo el cuerpo, del proceso electoral en curso, y que no siga utilizando las instituciones y los recursos del Estado para atacar opositores y pretender ser protagonista de la contienda electoral. 

Tal parece que la tragedia del Metro de la Ciudad de México del pasado 3 de mayo, y todas sus consecuencias, lo ha sobregirado en su activismo para la intervención electoral. 

Su trayectoria y vena opositora durante tantos años no se puede trasladar a la presidencia, donde debe gobernar para todos y respetar a la propia institución que representa. Cómo hacerle entender eso, y que simplemente respete la Constitución y las leyes que el mismo impulso, por ser recipiendario principal de los excesos de quien en ese entonces estuvo en el lugar que ahora él ocupa. Un poco de memoria y un mucho de respeto y dignidad. 

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