Como antes de 1989
Al revisar las noticias y los acontecimientos del mundo, me da la impresión de que un duende travieso movió las manecillas del reloj y las llevó para atrás haciéndonos regresar en la Historia. Casi podría escuchar las voces de Ronald Reagan, Margaret Thatcher, Helmut Kohl, Juan Pablo II y Mijaíl Gorbachov imaginando cómo sería el mundo en el nuevo milenio. Sucedió lo que tantos anhelaban, se derrumbó el Muro de Berlín y ese fue el acto simbólico que dio fin a los años de la Guerra Fría. Se cayó una cortina de hierro que separaba al mundo.
De ahora en adelante, las guerras serán económicas no con armas de destrucción, nos prometieron los líderes de las naciones más importantes del mundo y nos quitaron la preocupación de que si algún día alguien en la Casa Blanca o en el Kremlin amanecían de mal humor, apretarían el botón que nos haría estallar en mil pedazos. También nos prometieron que las fronteras se desdibujarían y que personas y mercancías podrían ir a donde mejor les conviniera.
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Se aspiraba a tener una mejor distribución de la riqueza, ha hacer un mundo más accesible, se unificarían zonas comerciales, monedas, las transacciones serían más sencillas y se iniciaba un periodo de globalización y exploración de nuevos métodos de acceder a negocios internacionales, de integración del mundo a un flujo glorioso que nos haría bien a la Humanidad en su conjunto.
El fracaso sería quedar aislados, dejar de aprovechar las oportunidades de subirnos al tren globalizador que era una forma de progreso, de crecimiento en un amplio sentido: de ventas, de territorios atendidos, de márgenes de utilidad, de nivel de vida. En aquellos años, nos planteábamos en la escuela preguntas teóricas sobre cómo encajaríamos en el concierto universal, qué deberíamos hacer para que nuestras ideas, productos y servicios sirvieran en u mundo globalizado, como fortalecernos, como enfrentar a la competencia, como sortear los riesgos.
En los últimos años del siglo XX buscábamos que la administración tomara en cuenta todas estas variables para crecer más allá de las fronteras de nuestros mercados domésticos. En México, buscábamos aliviar las presiones económicas. La inflación era un tema de todos los días, la carrera desbocada de los precios nos llevaba a acelerar el consumo a corto plazo, ya que lo que no adquirieras el día de hoy, tal vez mañana no lo podrías comprar porque seguro ya no alcanzaría. Los empleos eran escasos y los que había no tenían muy buenas condiciones generales. Pero era con lo que se contaba y era preciso cuidarlo.
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Eran años en que el crecimiento de los precios era tan desbocado que el Instituto Mexicano de Contadores Públicos publicó algo que se conoció como el Boletín B10 para reconocer los efectos de la inflación en los Estados Financieros. Aprendimos a manejar un vocabulario en el que se usaban términos como precios corrientes y precios constantes. Vendrían años de muchos sacrificios y disciplina económica para poder controlar un ambiente desbocado y desordenado que nunca favoreció al Estado ni a los particulares. Se logró domar al monstruo y pudimos respirar con algo más de calma.
Pero, quienes vivimos esos años de exabruptos, reconocemos los gruñidos de esa bestia. Ayer, las cifras dadas a conocer por el INEGI revelan que el crecimiento de los precios volvió a cambiar de sentido y la inflación de febrero quedó arriba del siete por ciento anual. Preocupa el nivel elevado nivel que se registró y la posibilidad de que estemos en una etapa en la cual la tendencia va a ser alcista. Nos da miedo ver que los movimientos de productos agrícolas y energéticos ya que recordamos como esto puede generar una espiral de aumentos de precios.
Nos dan miedo los discursos que borran una visión de paz y quieren volver a los años de la Guerra Fría, ¿qué no habíamos salvado ya ese escoyo? Nos ilusionaron diciendo que ya no habría armas de destrucción. Puede ser que hayamos sido ingenuos o que hoy pocos recuerden o que no estemos poniendo atención. Será tiempo de retomar el camino y recordar que ya no estamos a finales del milenio, sino que ya hace veintidós años que arrancó el nuevo siglo. Tal vez ese duende travieso no debiera estar jugando con las manecillas del reloj.