Sábado, 11 Enero, 2025

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Diego y Mauricio: la improbable reflexión…

Opinión

Eliazar Velázquez - Divisadero

Ya entró a la recta final el sexenio y tanto Diego Sinhue como Mauricio Hernández, representantes de los dos polos de poder que interactúan en Guanajuato, cuando terminen su actual encargo se irán sin hacer ningún aporte novedoso en cuanto a las políticas
públicas mediante las cuales desde hace décadas se pretende atajar el desequilibrio y la desigualdad social.

En tiempos recientes se han escuchado desde el panismo gobernante cuestionamientos al modo como la Federación está distribuyendo recursos públicos, también críticas ácidas respecto a estructuras como la de los Servidores de la Nación que se utilizan parat uncir programas sociales a la agenda partidista de Morena; esos señalamientos de los conservadores tienen sustento, sin embargo carecen
de legitimidad, pues ellos se han eternizado en el poder durante ya casi treinta años usando exactamente los mismos métodos.

Esa vena ‘crítica’ nunca se les vio cuando controlaban absolutamente todo, les apareció hasta recién cuando varios programas sensibles escaparon de su control. Igualmente, los priistas, perredistas, o emecistas que pegan el grito en el cielo son engendros y beneficiarios de esas prácticas contra las que ahora despotrican.

Pero más allá de ese cruce de acusaciones que se sitúan en el ámbito de la grilla, lo que apremia dilucidar es por qué pasan los sexenios y no se resuelven los marcados desequilibrios sociales. Entre Medina Plascencia, aquel primer gobernador panista interino, y el actual, ya han transcurrido tres décadas pero el abordaje hasta lingüístico de la pobreza y la marginación sigue siendo idéntico.

Igualmente, desde aquel salinista programa ‘Solidaridad’, al ‘Bienestar’ convertido en el concepto rector del actual gobierno, ha transcurrido una temporalidad parecida, y seguimos girando en torno a las mismas fatalidades.

Por tratarse de dos políticos relativamente jóvenes, cabría la expectativa de que Sinhue y Hernández mostrarán bríos para emprender acciones novedosas que muevan el reiterativo tablero de la realidad, y por ejemplo, asumieran la urgencia de pausar y analizar desde múltiples ángulos, cómo es que la premisa y el enfoque de usar los recursos públicos para construir clientelas políticas, a la vuelta de los
años ya está propiciando estragos estructurales que marcarán a varias generaciones de guanajuatenses.

Y es que, si bien el acceso al dinero público es un legítimo derecho, al trasladar los subsidios y apoyos al pantanoso terreno de la politiquería y el proselitismo, al tiempo que solo atenúan algunas necesidades materiales inmediatas, también han ido debilitando
la autogestión, la cultura del trabajo, y se ha corrompido la relación entre el gobierno y los ciudadanos.

El clientelismo devastador…

Hay regiones como la del noreste del estado, en cuya historia se puede documentar una notable vocación por el esfuerzo propio y la auto sustentabilidad, estos pilares fueron decisivos para que sus habitantes sortearán, hasta casi finales del siglo pasado, el aislamiento en el que vivían respecto a muchas de las bondades que ofrece la modernidad.

Hombres y mujeres de antaño tuvieron la creatividad y fortaleza para sacar adelante a su familia sin el clamor de ayudas oficiales.

También, los entornos comunitarios eran más solidarios, se sumaban esfuerzos para resolver necesidades. Ahora cuando se ha generalizado el acceso a los apoyos gubernamentales, se observa un creciente debilitamiento de esa cultura del trabajo y del valor de lo colectivo. Algo muy profundo en ese orden se está rompiendo, si es que no está ya roto. En tiempos de grandes carencias, en
la mayoría de las familias acceder a una escuela era un sueño cercano a lo imposible, hoy con un amplio abanico de opciones muchos evaden esa ruta rigurosa y prefieren buscar un pollero para irse al norte.

El uso clientelar del dinero público está desarmando a mucha gente de aquel ancestral ímpetu de dignidad y resistencia. Incluso, el lenguaje es revelador del tipo de relación que se ha propiciado entre ellos y la autoridad. Es común escuchar personas diciendo: “¿Y
ahora qué estarán dando en Presidencia?”, o definen la entrega de alguna beca, como: “hoy nos pagan”. También, es cotidiano observar largas filas haciendo antesala para ‘pedir’ algo al presidente. Relataba un trabajador de DIF, que recién una señora llegó a decirle: “Yo no sé ni pedir, pero vengo a pedirle unos tres mil pesos”. Otra anécdota muy ilustrativa es cuando a un alcalde del noreste para asegurar más votos se le ocurrió terminar con la costumbre de que las familias barrieran el frente de su casa, para hacerlo contrató decenas de personas.

Esa ocurrencia lleva veinte años desangrando la nómina, actualmente de la partida federal Fortamun le pagan el salario a casi cuarenta barrenderas y barrenderos para que amaneciendo limpien las ocho o nueve calles del poblado, esa decisión extinguió la responsabilidad de la gente para cuidar y limpiar su entorno cercano. Ejemplos así abundan. Ha disminuido la disposición para involucrarse en actividades de beneficio colectivo sino hay de por medio retribución, otros de plano se instalan en la idea del gobierno paternal para construir justificaciones. Cuando realizaba la investigación sobre la tala de árboles en la Sierra Gorda publicada aquí en correo, pregunté a algunos involucrados qué pensaban de esas prácticas depredadoras, contestaron que no lo harían si estuvieran recibiendo un sueldo mensual del gobierno.

Pero igualmente, en los entornos urbanos hay impactos parecidos. Por ejemplo, Misión de Chichimecas en San Luis de la Paz, desde tiempos de Echeverría ha estado sujeta a un modelo asistencialista y clientelar, pero basta adentrarse en sus parajes, seguir la ruta
de los jornaleros, o mirar sus decenas de vagabundos afectados por las drogas deambulando en la ciudad, para concluir que ahí se vive una tragedia humana. Diego Sinhue y Mauricio Hernández ocupan posiciones desde la cuales podrían dejar un precedente frente a este tema (sin duda muy complejo y descrito aquí de modo somero solo para enunciar su gravedad).

Aunque es hasta iluso pensar que les importen ese tipo de reflexiones, y menos en un ambiente político tan confrontado e inmediatista.

Por el contrario, todo apunta a que tanto el gobernador, como el delegado de la Secretaría del Bienestar, terminarán el sexenio fieles al viejo libreto de convertir en botín político la pobreza y la marginación.

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