Domingo, 12 Enero, 2025

17 ℃ Guanajuato

Educar los sentimientos

Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

Para practicar una crianza positiva, es decir, respetuosa de la dignidad y de los derechos de niñas, niños y adolescentes, se requiere de habilidades que los adultos de hoy no siempre poseemos de manera suficiente, me refiero a las habilidades socioemocionales.

Las niñas, niños y adolescentes se comportan de la misma manera en que lo hacemos los adultos: haciendo lo mejor que pueden con las habilidades, motivaciones y valores con que cuentan y las condiciones del momento.

Los comportamientos son la expresión de una decisión tomada con base a una motivación, necesidad o creencia, y en ocasiones dicha decisión no trae el mejor resultado porque el riesgo o el reto asumido no estaba a la altura de la habilidad consolidada, o no existían las condiciones para que el resultado fuera favorable, o la motivación o energía no era del tamaño requerido, o los valores necesarios para la ocasión aún no estaban aprehendidos.

Niñas, niños y adolescentes toman decisiones diariamente y estas se traducen en conductas, actitudes y comportamientos. La mayoría de las veces con resultados favorables y en ocasiones desfavorables. Son estas últimas las que suelen afectarnos a madres, padres o a quien se encuentre a cargo. El problema es que las personas adultas solemos llamarle mal comportamiento, rebeldía, necedad, o, peor aún, lo personalizamos y espetamos: “niño malo”, “niño malcriado”.

No, no hay niñas ni niños malos, sino seres humanos que reaccionan en función del estilo parental que les acompaña y de las condiciones y oportunidades del momento. Y si alguno de ellos está mal-criado, no olvidemos que esa expresión alude a quien cría, o sea a los adultos responsables de criarle bien.

Las personas adultas contemporáneas somos una generación que no recibió el regalo de la autogestión de las emociones, la cual es una habilidad fundamental para poder acompañar en el proceso de crecimiento y maduración de las hijas e hijos.

Los comportamientos de estos, en ocasiones temerarios, en ocasiones riesgosos o impulsivos, nos impactan emocionalmente. Es inevitable que cuando vemos que la niña o el niño derramó los dos litros de leche por el piso, que le pegó a su hermano en la cara, que rompió el cristal de la ventana con el balón, que dejó regada su ropa sucia por todo el cuarto, etcétera, nuestro cerebro emocional se active y aparezcan altas dosis de enojo, frustración, temor, desesperación, etcétera. Pero nunca debemos perder de vista que, si las emociones y sentimientos han tomado el control, nublándonos la capacidad reflexiva y analítica, no estamos en condiciones de educar.

¿Qué hacer? Reconectar nuestro cerebro reflexivo con el cerebro emocional para poder pensar acerca de lo que sentimos, para entonces poder decidir la mejor manera de intervenir en esa situación. ¿Cuál es la mejor manera? La que está caracterizada por el buentrato. Es decir, aquella que posibilita que la niña, niño o adolescente obtenga un aprendizaje de esa situación, fortalezca una habilidad que no tiene, aprehenda un principio o un valor humano, analice y asuma las consecuencias de sus actos y repare el daño que haya podido provocar; esto sin recurrir a métodos que atenten contra su dignidad o que le generen temor o estrés, pues la condición fundamental para que haya aprendizaje es la experimentación de la seguridad emocional.

Pero “¿cómo hacer para no perder la cabeza? Por más que lo intento no lo puedo lograr”, es una expresión que suelo escuchar en conferencias y talleres sobre crianza y que tiene una respuesta que puede sonar como verdad de Perogrullo: adquiriendo las habilidades socioemocionales necesarias.

¿Cómo conseguir lo anterior? De la misma manera que un atleta logra afinar sus habilidades, reducir sus tiempos y hasta obtener un record: entrenando.

Sí las emociones y los sentimientos se pueden educar. El ejercicio consiste, tomando las palabras del profesor Jordi Nomen, en educarnos para dar el paso de la racionalidad a la razonabilidad, de la emoción a la emotividad, del descubrimiento de la identidad a la vivencia de la alteridad.

Lograr la capacidad de identificar las emociones en el cuerpo, nombrarlas a través de la palabra, modularlas, regularlas o controlarlas para poder tomar la mejor decisión desde nuestro rol de educador requiere capacitación y práctica. Pongamos esta tarea en nuestra agenda para estudiar, practicar y lograr una adecuada autogestión de las emociones, para manejarlas mejor en el menor tiempo posible y, entonces sí, ayudar a nuestros hijas e hijos a manejar las suyas para que puedan tomar mejores decisiones, las cuales se reflejarán en comportamientos asertivos.

Temas

  • Gaudencio Rodríguez Juárez
  • Parentalidad
Te recomendamos leer