Sábado, 25 Enero, 2025

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El día en que nos pasamos de la raya

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Podemos inventar muchos pretextos, podemos argumentar a nuestro favor y dar todas las razones posibles para justificar nuestro comportamiento, no obstante, en el fundo de nuestra consciencia sabemos con claridad cuando nos hemos extralimitado. Y, tal como nos lo han dicho siempre, podemos mentir al mundo entero, pero a nuestra conciencia no la podemos engañar. Sabemos cuando nos hemos pasado de la raya.

Incluso las personas más cínicas que habitan este mundo saben cuando cruzaron el límite entre lo que es correcto y lo que no lo es. Sólo los que tienen una enfermedad emocional o tienen algún problema psicológico o no les funciona bien el cerebro no logran distinguir entre el bien y el mal. Pero, la conciencia es esa voz que nos recuerda y nos ayuda a entender si obramos conforme a lo bueno o a lo malo.

Lo malo es que se nos olvida. Hemos escuchado tanta gente dando explicaciones de porque llegó tarde al trabajo, le faltó dinero al corte de caja, entregó menos de lo que se comprometió, no hizo lo que le tocaba, no cumplió sus promesas que ya casi nos acostumbramos a recibir excusas y nos ajustamos para abajo. Lo malo es que a toda acción corresponde una reacción y si hacemos eso, no podemos sorprendernos si nuestro tejido social está tan deteriorado. Ese día estamos cruzando una línea de deterioro que no debiéramos traspasar.

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Cada acto tiene consecuencias, positivas o negativas dependiendo de la forma en la que cada individuo tomó ciertas decisiones. Desde una perspectiva filosófica-antropológica, la importancia de conocer qué es la conciencia, cómo actúa; cómo y por qué debemos formarla y conocer los límites del respeto de la conciencia de terceros es que nos va forjando un criterio. Nos hacemos responsables de nuestros actos y damos la cara frente a nuestras acciones.

Pero con tanto sinvergüenza que anda suelto por las calles, podemos creer que lo normal es lo condenable y lo extraño es lo honorable. Desde los hechos que acontecieron el en Estadio Corregidora hemos visto tantas imágenes y escuchado tantas versiones que podemos terminar confundidos. Claro que escandalizan los actos violentos que estamos atestiguando todos los días en nuestro entorno. Lo mismo nos indignamos por familias que fueron expulsadas de Ucrania o de Fresnillo, por las mujeres que fueron levantadas o las que no volvieron a casa, por tiroteos que suceden en este o aquel municipio y le atinan a gente inocente, que por barras deportivas que se envalentonan y se descontrolan.

Lo que sorprende son las voces conscientes que, en vez de dar pretextos, se hacen cargo de sus actos y no se los quieren endilgar a alguien más. No debiera ser así, pero así es. Por eso, me sorprendió mucho escuchar a una madre que acompañó a su hijo a entregarse por haber participado en la gresca que se armó, en la que la civilidad se perdió y la multitud fuera de control y se pasó de lista.

Pareciera que al calor de las emociones y cobijados por el anonimato del gentío, se desbordaron los ánimos, se enardecieron los enconos y lo que debió haber sido una justa deportiva terminó en golpe y catorrazos. Se traspasaron los límites de la cordura, de la civilidad y de la urbanidad. Sin embargo, una madre decidió tomar el toro por los cuernos y en vez de proteger a su hijo y de servirle de tapadera, decidió ser una mejor persona y lo acompañó a encarar sus actos y a hacerse responsable de sus hechos.

Ojalá y hubiera más madres que educáramos en el valor civil, más padres que en vez de estar justificando los actos impresentables de sus hijos, tuvieran el valor de esta mujer. Hay veces que nos preguntamos en forma retórica ¿qué podemos hacer frente al desgaste del tejido social? Podemos actuar con honor y verdad, podemos seguir el ejemplo de esta mujer.

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Nos pasamos de listos, queremos poner cara de inocentes palomitas, cuando la conciencia nos está gritando que no nos hagamos los tontos que bien que sabíamos que debimos habernos levantado más temprano para llegar a tiempo, que debí estudiar más para sacar una mejor calificación, que era mi obligación entregar aquello a lo que me comprometí o que no honré una promesa.  Ni culpar al antecesor, ni endilgárselo al predecesor ni buscar chivos expiatorios ni pretextos exculpatorios, simplemente escuchar la voz de la conciencia, ponerle atención, en vez de ahogarla en un mar de justificaciones. El día en que nos pasemos de la raya, podamos hacernos responsables de nuestros actos.  

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