Domingo, 12 Enero, 2025

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Entre sangre y cotorreo

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Las campañas electorales se han manchado con la sangre de los candidatos que han sido asesinados. La realidad es cruda, se han matado a decenas de aspirantes a un puesto de elección popular que se postularon para la contienda de las elecciones intermedias. No son pocos, son ochenta y ocho los políticos que han perdido la vida. La tragedia toma dimensiones inéditas. Por otro lado, hemos visto a políticos bailando, cantando, apareciendo en redes sociales haciendo lujo de sus dotes histriónicas, de su capacidad para hacer el ridículo. Así, en los extremos de la línea estamos atestiguando un derramamiento de sangre y un cotorreo que nos lleva a la alarma.

Es cierto que no hay novedad, que los políticos que contienden quieren aprovechar todas las oportunidades que tienen para ponerse en contacto con sus electores, pero sorprenden los niveles de frivolidad que exhiben y la falta de propuestas con las que seducen a sus votantes. Siempre me he preguntado si semejantes demonstraciones les han traído los resultados que esperaban. No lo creo.

En 1996, el candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, Bob Dole, quiso ganarse a los votantes al ponerse a bailar en un acto de campaña y se cayó del estrado enfrente de todos. Sufrió sólo ligeros rasguños y un pequeño derrame en el ojo izquierdo. Esa caída les recordó a los electores lo evidente: 73 años y sus condiciones físicas deterioradas. Por supuesto, Dole quiso quitar importancia a su caída pero años más tarde, aseguró en un mitin que fue debido a que intentó bailar Macarena que perdió la carrera contra el presidente Bill Clinton, que era su contrincante en el candidato demócrata.

 Y, mientras unos cotorrean otros caen asesinados, en plena calle, acribillados a balazos, a plena luz del día, durante un acto electoral, como ha sucedido en casi noventa ocasiones en esta temporada electoral, como sucedió con Alma Barragán esta misma semana. Es una tragedia darnos cuenta que la democracia en México, lejos de irse fortaleciendo se va debilitando. Es una barca que hace hoyos y se hunde. El privilegio de la voluntad del pueblo mexicano nos pone la piel de gallina.

Desde que arrancó el milenio, no había habido tanta sangre derramada a causa de un proceso electoral. En la mañanera, el presidente López Obrador manda condolencias, reconoce el problema, pero no propone estrategias para poner fin a esta espiral violenta. No hay mecanismos de protección que funcionen. En México, matan a políticos, periodistas, activistas y no podemos detener esta ignominia.

La estrategia de seguridad es muy defectuosa. Ha quedado rebasada la capacidad de que la 4T para proteger a la gente de bien. De pronto, al mirar la situación y analizar la gravedad del problema, uno se pregunta se es falta de capacidad o si es negligencia pura. Sin embargo, pareciera que también hay otra razón: una ausencia de voluntad política. Tanta sangre, tanta muerte no ocupa la prioridad del Gobierno Mexicano. Mientras unos lloran a sus muertos, otros nos preguntamos porque la impunidad camina como Pedro por su casa en territorio mexicano.

Hay poca memoria y muchas ganas de seguir con el cotorreo. Se ven las intenciones de echar la basura debajo del tapete, de pronunciar palabras al aire, así como para dar una embarradita de empatía y que siga la fiesta. Lo importante es que los votantes no se distraigan y que les sigan apoyando. Entre payasadas y llantos, vale la pena pensar que el electorado se va cansando. La indolencia frente al dolor de una nación no puede seguir quedando impune.

A unos cuantos días de que en México se llegue el momento de ir a votar, hemos atestiguado campañas electorales que van de la vacilada a la muerte. Esta es la cruda realidad.

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