Domingo, 12 Enero, 2025

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Guanajuato no necesita de pistaches gigantes

Opinión

Héctor Andrade Chacón - Sociedad y economía

Vaya revuelo que causa, más por intereses políticos que por otros razonamientos, cada salida de un grupo de momias de la ciudad de Guanajuato rumbo a alguna exposición estatal. Han estado en Zacatecas, San Luis Potosí y otros lados, y a partir de este viernes, serán uno más de los atractivos de la Feria de Verano en León, donde obtendrán una buena suma para el erario de La Cañada.

Su forma de exhibición es muy diferente a aquellas muestras de momias egipcias en circos como el del mítico Phineas Taylor Barnum, célebre por sus entretenimientos y engaños, fundando el Barnum & Bailey Circus, que hoy perdura como el Ringling Brothers and Barnum & Bailey Circus.

Las venerables momias de Guanajuato, se exhiben de forma cuidadosa en vitrinas, donde se mide temperatura, luz y aire; además de que sirven como exposición sobre la transformación del cuerpo humano en las condiciones especiales que existen en gavetas del Panteón de Santa Paula en la capital del estado, a cuerpos áridos. Una curiosidad científica, que además nos acerca a la muerte, esa que tanto recreamos en diferentes formas en la cultura de México.

Ya va siendo hora de cambiar las perspectivas. No es con un ramplón aislacionismo la forma de preservar lo que va generando la sociedad culturalmente, estamos en un mundo globalizado, intercomunicado, donde un hecho al otro lado del mundo lo sabemos al minuto. Hay que sacar provecho de lo que tenemos y somos.

La ciudad de Guanajuato es patrimonio cultural de la humanidad, tiene bellezas naturales y arquitectónicas como pocas ciudades de México. Además, sus momias se convirtieron en un fenómeno internacional desde el siglo pasado, por lo que son y por lo que se transformaron para la cultura popular con aquella película de El Santo. Pero hay que cambiar con los tiempos y mejorar la calidad de lo que se tiene.

Preservar la ciudad no quiere decir quedarse con el olor a caño viejo que por momento ahoga el aire capitalino, o quedarse con un inoperante museo de las momias que tiene por horas a los visitantes formados bajo el sol. Los guanajuatenses debieran estudiar cómo París dejó de ser ese nido de ratas a principios del siglo XIX a una de las ciudades más bellas del mundo, empezó haciendo mejor la vida para su propia gente, embellecieron lo suyo, eliminaron lo sucio, con orden y así hechizaron a los viajeros. Se convirtieron en la Ciudad Luz.

En Guanajuato la idea de un nuevo museo resulta indispensable. Las momias son el segundo ingreso público de la ciudad; de ahí salen buena parte de los servicios públicos para los vivos. En París, las catacumbas, otro atractivo ligado a la muerte, no son un amasijo desordenado de huesos y cráneos; han sido adecuadas a la vista del público y dejan su dinero, como también lo hacen los tours por panteones como el de Montparnasse, donde reposa Porfirio Díaz, a quien debemos el Teatro Juárez y más, o el de Père Lachaise con tantas celebridades, como Frédéric Chopin, Oscar Wilde o Jim Morrison.

Las momias, cuando salen, son embajadoras de lo que es y tiene Guanajuato. En lugar de pedir restringir sus salidas, debiera pensarse en cómo redondear la exposición, mostrar a Guanajuato a su lado y a la capital recrearla en atractivos. Hacer las nuevas fiestas, junto a las viejas. Las generaciones actuales tenemos tanto derecho a crear lo público como lo hicieron en el pasado. En el sector privado, hay hoteles que ya desplazaron a los tradicionales centros de hospedaje, entienden que recibirán mejores ingresos si ofrecen mejores servicios, no se conforman; y con ello ayudan a la ciudad al atraer más turismo.

Hace unos días, la ciudad se visitó con los colores del arcoíris. Se mostró urbi et orbi que hay tolerancia y que la comunidad LGBTTTIQ+ es bien recibida, que se respetan las libertades civiles. La idea del alcalde Alejandro Navarro fue bien acogida por el sector de servicios turísticos. Excelente, esa comunidad es un mercado muy aprovechable. Hay muchos otros que también pueden y deben ser atraídos, pero con ofertas serias de hospedaje de calidad y buen servicio, lo que incluye eliminar la proverbial indolencia de nuestros meseros y las infaustas horas de servicio acotado en restaurantes.

En Cuévano no hace falta mandar hacer el pistache más grande del mundo, como en Alamogordo, Nuevo México, para hacer saber al resto del mundo que existe. Ya de eso se encargó hace más de dos siglos el buen Alexander von Humboldt, cuando les habló a los europeos de una pintoresca ciudad llena de oro y plata, llamada Guanajuato.

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