Miércoles, 12 Marzo, 2025

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Hagamos que resuene el buen trato

Opinión

Editor Web

El biólogo Rupert Sheldrake, autor de más de ochenta artículos científicos y de diez libros e investigador de la Royal Society, afirma en su libro “Una nueva ciencia de la vida”, que la probabilidad de ocurrencia de un fenómeno aumenta proporcionalmente a su ocurrencia pasada. Por ejemplo, después de que las ratas de un laboratorio de Harvard aprenden a escapar de un laberinto, las ratas de Melbourne (Australia) escapan mucho más rápidamente de un laberinto similar.

El doctor Sheldrake denomina a este proceso “resonancia mórfica”, una expresión con la que se refiere al modo en que formas y conductas de organismos pasados influyen sobre organismos presentes.

Al leer sus afirmaciones pienso que en el mundo existen países donde el castigo corporal y otros tratos humillantes como medidas disciplinarias para las niñas y niños es una práctica obsoleta.

Habitantes de Suecia, Finlandia, Noruega y Austria –países que hace más de treinta años prohibieron legalmente el castigo corporal contra niñas y niños y en cualquier entorno–, encuentran muy extraño que los adultos de otros países les peguen para educarlos.

¿Qué hace falta para que en otros países también se prohíba y se erradique? ¿Qué hace falta para que la “resonancia mórfica” haga su aparición? Probablemente falta tiempo y una masa crítica de personas respetuosas y practicantes de métodos que prescinden de la rudeza.

Sucede que, al día de hoy poco más de 60 países de África, Europa, Latinoamérica, Asia oriental, el Pacífico y Oriente Medio han prohibido a través de una ley toda forma de castigo corporal contra niñas y niños; se trata de una minoría.

De acuerdo con la organización internacional Save the Children, sólo el 4.5 por ciento de las niñas y niños del mundo están protegidos por la legislación frente a cualquier tipo de castigo físico. Es una fracción muy pequeña. Y el “Informe del experto independiente para el estudio de la violencia contra los niños, de las Naciones Unidas”, Paulo Sérgio Pinheiro, entregado a la ONU en el 2006, arroja que, en el mundo, en pleno siglo 21, entre el 80 y el 98 por ciento de las niñas y niños sufren castigos corporales en el hogar. ¡Casi todos! Y un tercio o más de ellos reciben castigos corporales muy graves aplicados con utensilios.

Falta mucho por hacer para que las prácticas de crianza respetuosas de la dignidad y de los derechos humanos alcancen un nivel que haga resonancia total.

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Hoy aún son muchas las personas que piensan que la rudeza es fundamental en la educación de las niñas y niños, para la conformación de personalidades respetuosas y responsables, así como de sociedades constructivas y pacíficas. Error.

Se trata de personas que no alcanzan a ver que dicha creencia es botón de muestra de la alienación en la que están metidos, alienación generada por el abuso de poder que sus respectivos padres ejercieron sobre ellos.

Se trata de personas que al haber sido educadas a base de castigos en la respectiva infancia hoy no logran siquiera imaginar que las niñas y los niños tienen el potencial para aprender y para entender las consecuencias de sus actos a través del diálogo que detona el análisis y la reflexión, habilidades fundamentales y altamente humanas.

Deseo que si las ratas de Melbourne pudieron encontrar mucho más rápido la salida del laberinto gracias a que antes lo hicieron las de Harvard, los seres humanos logren salir más rápido del laberinto de los malos tratos, pues muchas otras personas ya lo lograron en otras latitudes.

En Cero golpes, libro de mi autoría, quedó documentado el hecho de que reduciendo las tasas de maltrato infantil se reducen también las tasas de violencia al cabo de veinte o treinta años. Ocupémonos hoy para despreocuparnos mañana. Porque los niños bien tratados serán los promotores de un mundo más justo, humano, solidario, donde la paz no sea una utopía sino una realidad.

¡Hagamos que resuene harto el buen trato!

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