Sábado, 11 Enero, 2025

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La dimensión del reto

Opinión

Editor Web

El escenario se pinta de colores oscuros, realmente sombríos. El olor a sangre se extiende en la atmósfera nacional. La amargura que causa la incomprensión se nos instala en el paladar y se convierte en un bulto que baja por la garganta y no nos deja respirar. Estamos tristes, tenemos miedo. Cuando las palabras no bastan, los números son el elemento perfecto para entender la dimensión. Son once mujeres las que mueren a diario en México víctimas de violencia de género. Ese es el extremo macabro al que hemos llegado y con el que nos hemos conformado, pero también está el maltrato verbal y psicológico, los golpes, el desprecio, la inequidad de oportunidades. En fin, el suelo es disparejo.

Justipreciar en su verdadera dimensión nos da perspectiva. No se trata de un berrinche ni es una petición caprichosa: es un grito de desesperación. Nos están matando y a nadie parece importarle. Nos están pegando y da la impresión de que los golpes recibidos carecen de importancia. Nos están arrinconando y que ni se nos ocurra tener la intención de salir de ahí porque ese debiera ser el lugar que se nos fue asignado.  Salir a divertirse se convirtió en un acto casi suicida, en una actividad de alto riesgo, en un peligro con altas posibilidades de terminar mal.

Enmudecemos porque lo más triste de esta situación es que la violencia llega, en más ocasiones de las que nos gustaría reconocer, de quienes dicen querernos. Además, siempre hay una sospecha soterrada, una justificación al victimario que es un escandalizado por lo ruidosas que nos hemos vuelto, un indignado por lo agresivas que somos. Más allá de opiniones y pareceres, están los hechos: entre enero y noviembre de 2020, más de un tercio de las víctimas de delitos fueron mujeres.

También están las complicidades. Están los que pudiendo hacer algo, miran a otro lado; las que ocupando una posición en la que podrían operar un cambio, se someten a una visión patriarcal, se acomodan en su silla y se dedican a roer su hueso y a lamer el suelo que pisan las botas de quienes ni entienden ni quieren entender. Solidaridad es una palabra que no cabe en su vocabulario, empatía es un concepto que desconocen, la justicia se sale de su radio de interés. Dan pena.

No hay más ciego que el que no quiere ver, la sordera más lacerante es la de quienes teniendo la oportunidad de hacerlo, deciden desoír. Entre la tristeza que nos da la indiferencia, la indignación frente a tanta indolencia está el terrible dolor de saber que el nivel de abuso se va incrementando. ¿Cómo no? Es tan fácil violentar a una mujer sin que a nadie le importe ni se tomen acciones para tratar de recomponer el camino.

Romper el silencio es duro. Reportar que una persona que debiera quererte te está violentando no es sencillo. Denunciar a un padre, a un tío, a un esposo, a un novio, a un hijo, a un hermano implica romper una barrera difícil de cruzar. Cuando por fin te decides, no te creen. Hay cuestionamientos, invitaciones a pensártelo bien antes de hacer algo de lo que te puedes arrepentir, sospechas de dobles intenciones, ¿qué habrá hecho?, ¿qué es lo que quiere sacar? Encima, la sordera, los oídos de pescado, las escamas que obnubilan la vista, la falta de empatía.

La dimensión del reto está en esta cifra que se incrementa a cada momento. Hoy, de acuerdo a las cifras, once mujeres morirán, perderán la vida de manos de un asesino que seguramente caminará impune por la calle mientras una familia llora la pérdida, una más. Otra y otra y otra y otra más, sin que exista la esperanza de que los puntos suspensivos se conviertan en un punto final. ¿Hasta dónde y hasta cuándo?

Hasta que haya alguien que se duela con nosotras, porque hoy igual que ayer y como sucederá mañana, seremos once mujeres menos que participamos en el concierto nacional porque se nos arrebata la vida, porque se nos asesina. Esa es la dimensión del reto que tenemos que vencer.

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