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La muerte de una Reyna en una democracia

Opinión

Santiago López Acosta - Tiempo Político

La muerte de una Reyna en una democracia

La monarquía es la forma de gobierno más antigua del mundo, usada desde tiempos inmemoriales, catalogada por Aristóteles y otros filósofos griegos de la antigüedad como el gobierno de una sola persona, contrastando con el de unos pocos o de muchos, identificada ésta última con la democracia o su degeneración la demagogia. Por el descredito y escasa funcionalidad de las dos últimas, la monarquía fue la forma de gobierno más utilizada durante la mayor parte de la historia. Aun cuando ya había aparecido la republica como alternativa y aplicada en algunos casos en Grecia y Roma.

En el Renacimiento aparecen los Estados modernos, el reconocimiento de los derechos y libertades para todas las personas, el constitucionalismo y la democracia representativa, que acota los poderes absolutos que llegaron a tener los reyes, monarcas y soberanos que gobernaban sin ningún sin ningún contrapeso.

Con el surgimiento de los órganos representativos de diferentes estamentos sociales y económicos como el Parlamento inglés, se empieza a limitar progresiva y paulatinamente el poder de los reyes, hasta finalmente arrebatarle la responsabilidad de gobernar, quedando la Corona con funciones simbólicas, de unidad, de relaciones exteriores y la jefatura del Estado, por encima de partidos políticos y coyunturas, en las monarquías constitucionales como la Británica.

La muerte de una Reyna en una democracia

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La muerte de una Reyna en una democracia

El pasado 8 de septiembre murió la Reina Isabel II, después de 70 años de ejercer la jefatura del Estado del Reino Unido, integrado además de Inglaterra, por Escocia, País de Gales e Irlanda del Norte; además también lo es de otros 15 países más, como Australia, Belice, Canadá, Jamaica, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, Antigua y Barbuda, Granada, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucia, San Vicente y Las Granadinas, Islas Salomón y Tuvalu. El Reino Unido encabeza la Comunidad Británica o Commonwealth, a través del Tratado de Westminster, que es una organización integrada por 52 países, que busca mantener vínculos de cooperación en diversos campos entre aquel y los antiguos territorios que componían el Imperio Británico.

El reinado de Isabel II fue el más prolongado de una monarquía de más de mil años de historia. Durante ese periodo vivió el drástico cambio del mundo en ámbitos políticos, geopolíticos, económicos, sociales y culturales, y supo adaptarse a los mismos; además de los propios del Reino Unido, que dejo de ser el antiguo imperio, permitiendo la independencia de la mayoría de sus antiguas colonias, en muchas partes del mundo, en general de manera pacífica.

Sería muy extenso solo mencionar los múltiples hechos históricos que vio pasar y asimilar, y en muchos de ellos tuvo participaciones importantes, por eso es recordada y reconocida en muchas partes del orbe. No fue una reina intrascendente de una monarquía cualquiera, sino de una de las más importantes que se mantiene hasta ahora, como también es una de las democracias más longevas y solidas que conocemos.

Conservar la monarquía hoy en día, dentro una democracia moderna y funcional, solo es posible si aquella tiene un importante respaldo popular, como sucede en la Gran Bretaña, donde la gran mayoría de los ingleses y británicos la apoyan, especialmente con una Reina como Isabel II, que supo estar a la altura de sus responsabilidades de Estado, que nunca descuido. Durante 70 años compartió funciones políticas con 15 primeros ministros, los cuales encabezan sendos gobiernos, desde el histórico Winston Churchill en el convulso periodo posterior a la segunda guerra mundial, hasta la recientemente electa Liz Truss. Salió airosa en sus relaciones con múltiples lideres políticos de diversas corrientes políticas, ideológicas, religiosas y culturales. El reconocimiento que se le da en buena parte del mundo es resultado de su trabajo político como Jefa de Estado del Reino Unido y de la Commonwealth. Como también los conflictos y escándalos familiares, algunos muy álgidos, que pudo sortear y salir bien librada, ella y la Corona inglesa.

Su hijo mayor asumirá el reinado como Carlos III, y es un enigma como lo hará, y a diferencia de su madre, la asume en una edad madura, a los 73 años, con una historia personal nada exenta de las controversias; quizá por eso la Reina Isabel nunca quiso abdicar en su favor. Ya veremos los próximos meses y años la estatura política de Carlos, pero la “vara” que le marco su madre, por lo pronto, está muy alta.

En la cultura política americana es desconocida la vivencia y condiciones monárquicas, pues salvo algunas contadas excepciones, como en Brasil que tuvo durante algunas décadas gobernando a la Corona portuguesa, y en nuestro país con los efímeros reinados de Agustín de Iturbide y Maximiliano de Habsburgo, ambos casos en el siglo XIX, nuestras experiencias han sido republicanas, con muchos problemas y defectos, pero de esa naturaleza.

Sin desear un régimen monárquico, ya quisiéramos muchos países latinoamericanos un mínimo de la democracia británica, en lugar de los numerosos casos de dictaduras, con remedos de reyezuelos, que han intentado mantenerse en el poder, no a través del respaldo genuino de la población, sino por la fuerza y la manipulación. Son muchos los casos de regímenes autoritarios denominados peyorativamente republicas “bananeras”, gobernadas por “mesías tropicales” que intentan ser como reyes y quedarse indefinidamente en el poder, que por supuesto no tienen nada que ver con la monarquía y democracia británica.

Larga vida al Rey, se suele decir en estas coyunturas, yo le agregaría larga vida a la democracia inglesa, y a la nuestra, tan joven y frágil, y en riesgo.

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