Lunes, 27 Enero, 2025

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Los delfines del presidente

Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

En la Francia monárquica, se denominaba al heredero al trono como delfín. Desde su nacimiento, se le preparaba para ser el rey y se le educaba para desarrollar las competencias necesarias para desempeñarse como un buen monarca. A diferencia de los sistemas monárquicos, en los que el dedo de Dios elige a los mandatarios, en las democracías es la voluntad del pueblo la que los designa. Por supuesto que, en los procesos de sucesión siempre hay favoritos y en México los presidentes siempre han tenido sus preferencias sobre quien los precederá. López Obrador —quien a veces nos recuerda mucho aquellas épocas palaciegas— tiene sus favoritos y, no cabe duda de que sus delfines están en problemas.

Desde la perspectiva lopezobradorista, Claudia Scheinbaum y Marcelo Ebrard lucen como los herederos consentidos para ser señalados por el dedo de oro del presidente. Son los hijos predilectos del Movimiento de Regeneración Nacional. Iban en camino de plata, alabados por su magnífica gestión como próceres de la 4T. Desde el pedestal morenista, ningún desatino los llegaba a manchar, cualquier controversia en su actuar era disminuida por el arbitro del jefe supremo y si había alguna duda, el rayo de la mañanera tronaba a favor de los delfines.

El pasado de la actual Jefa de Gobierno de la CDMX y del Canciller se borró de un plumazo. Si una escuela obtuvo permisos de construcción por procesos corruptos en la gestión de delegada de Tlalapan y por ello murieron maestros y niños, no importa; si los contribuyentes tuvieron que pagar sobreprecios por la Línea Dorada del Metro, es lo de menos. Y, si se desmorona el pilar que sostiene las vías por las que circulan los vagones y mueren más personas, ya se verá. Lo que importa es el tema político, los votos que se pueden perder de cara a una elección que ya está en la puerta.

Está claro que el tema central que debe ocupar a los mexicanos es la evidencia que deja este incidente tan penoso. Problemas de mantenimiento, fallas en el ejercicio presupuestal, confusión en las funciones, pésimo critero en la toma de decisiones, análisis pobres sobre los temas fundamentales de la nación, bombas de humo que tratan de distraer la atención del pueblo de México. Dijeron que íban a ser diferentes y cumplieron: la diferencia no fue una mejora, vamos caminando para atrás.

En medio del desastre, las reacciones de quienes llevan las riendas de la nación dan pena. La frivolidad sigue siendo la misma, la pobreza de miras es alarmante. De repente, México se convierte en un territorio casí monárquico y se ve que el rey anda descolocado. El gabinete está rechinando y la estructura avienta gruñidos que parecen estertores mortuorios. La incompetencia se desborda y los tiene rebasados. Tenemos un gobierno de cuarta, un mandatario estridente, una corte que complace y una ciudadanía que se desencanta cada vez más. Toda la esperanza que inflamó la está apagando con su petulancia y su falta de empatía.

Y, en medio de todo este desastre, desde Palacio Nacional, en el púlpito de las mañaneras, vemos a López Obrador haciendo circos para proteger a sus delfines. Hace lo que sabe que le funciona: monta un circo. Si en la pista de sus delfines hay problemas, jala la atención a otro lado, antes de que la audiencia se de cuenta. Si a Scheinbaum y a Ebrard les van a pegar hasta debajo de la lengua por lo sucedido en la Línea Dorada del Metro, empiezo a escandalizar al electorado, asuso a mi cantera de fanáticos y logro que las ocho columnas se vayan lejos de sus personajes favoritos.

Pero, no debemos de distraernos. Nuestra atención debe estar en el centro del problema: ¿qué fue lo que ocasionó ese incidente? Tenemos que conocer la respuesta. Debemos de seguir poniendo el dedo en el renglón. No podemos darnos el lujo de ser olvidadizos. No les debemos dar el privilegio de una memoria endeble. No hay que pavimentarles un camino de plata para que este incidente se pierda en el olvido. Si no, en pocos años, estaremos viendo el rostro de estos delfines en la boleta electoral para un puesto que no se merecen. Su desempeño habla y cuesta. Es por mérito que se accede al poder en una democracia, no por un designio divino.

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