Palabras de humo
Hay momentos para escuchar y analizar lo que nos están diciendo. Estamos viviendo en el tiempo en que muchos hablan y hablan de más. Hoy nos dicen algo que contradice lo que dijeron en el pasado. La memoria es frágil, olvidamos las promesas que se pronunciaron con tanto ardor y que llegaron a mover el corazón o a encender pasiones. Se prende una llama de ilusión y una vez que reciben el número de votos que les permite concretar sus aspiraciones, ya no se acuerdan ni honran sus dichos. Hay oportunismo por todos lados.
Los discursos oportunistas son efectivos y los de odio más; por eso se pusieron de moda. Lo peor de todo es que con sus peroratas rasgan el tejido social. Les creemos y luego nos quejamos. Nos lamentamos de la corrupción, la falta de empleos, la escasez de oportunidades, la inseguridad, el crimen. Por eso es importante escuchar lo que nos están diciendo. Se extraña a figuras como Séneca o Cicerón.
Ahora, muchos políticos cantan, se toman fotografías, hacen videos de Tik Tok, bailan y los vemos esforzándose en hacer sus puestas en escena atractivas para los votantes, ¿y las propuestas? Se pronuncian palabras de humo que son reflejos de lo que en realidad son y tratan de cubrir con maquillaje y Photoshop. Cuando eso ya no es suficiente, aprovechan cualquier resbalón de sus adversarios para agitar a sus seguidores sembrando desprecio. Esa es politiquería de cuarta calidad. No siempre ha sido así.
El cuatro de abril de 1968, el candidato demócrata a la presidencia de los Estados Unidos, Robert F. Kennedy había estado participando en varios eventos de campaña: había visitado la Universidad de Notredame y Ball State University. Antes de abordar el avión que lo llevaría a Indianápolis, en donde participaría en un mitin con gente mayoritariamente de raza negra, recibió una noticia terrible: del Dr. Martin Luther King Jr. Acababa de ser asesinado.
Durante el vuelo, su secretario de prensa Frank Mankiewics y Adam Walinsky uno de los redactores de los discursos para el candidato, se quebraron la cabeza para escribir lo que Robert Kennedy debía decir frente a la multitud que lo esperaba. Era un momento crucial, en el que pudo haber hablado para violentar y enfurecer; para pegarle al partido en el poder y para ganar votos. No obstante, el candidato demócrata se rehusó a caer en la tentación, tampoco quiso usar el discurso que le habían escrito. Antes de llegar frente a la multitud que lo esperaba, el Jefe de Policía de Indianápolis le advirtió que sería muy peligroso seguir adelante. Los ánimos estaban caldeados. No se intimidó. Decidió pronunciar sus propias palabras.
Hay videos en la red en los que se puede ver el discurso. Fue recibido con abucheos, gritos y chiflidos. Subió a un podio improvisado, ubicado en un camión. Robert F. Kennedy habló por exactamente cuatro minutos y cincuenta y siete segundos. Esa noche Indianápolis durmió tranquila a diferencia de otras ciudades de Estados Unidos que fueron sacudidas por el caos, disturbios, vándalos y violencia debido al asesinato del líder pacifista.
La violencia se contuvo gracias lo que dijo Robert F. Kennedy. En menos de cinco minutos, dijo la verdad. No le mintió a su audiencia. No trató de suavizar la tragedia, pero tampoco trató de sacar ventaja. Informó que un hombre blanco fue el asesino. Pidió una oración. Tranquilizó a la gente y empatizó: les recordó que su hermano también fue asesinado, con la diferencia que aquel magnicidio no fue interracial y el del Dr. King sí: fue un blanco que mató a un negro.
Qué fácil habría sido arengar y agitar. También hubiera sido muy sencillo, no aparecer en el mitin, guardar silencio, hacerse el disimulado, evadir la responsabilidad o echarle la culpa a alguien más. Robert Kennedy no hizo nada de eso, rechazó pronunciar palabras de humo y pronunció uno de los mejores discursos de la historia de la Humanidad. Son tiempos de escuchar y analizar. Son tiempos de poner atención y ver qué es lo que eligen nuestros candidatos. Ojalá descubramos a los que no nos quieren marear con humo.