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¿Qué hacemos con el cubrebocas?

Opinión

Editor Web

Después de una intensa campaña en pro del aislamiento y frente a la posibilidad de alcanzar una inmunidad de rebaño gracias a los programas de vacunación, el mundo se atreve a despertar. De hecho, algunos gobernadores en los Estados Unidos y algunos países de Europa ya tienen autorizado que las personas que ya fueron vacunadas puedan salir sin cubrebocas. No obstante, mucha gente se aferra al gel antibacterial, a los desinfectantes y a las mascarillas como un bastión de protección.

El mundo se encuentra en los albores de la pandemia. Si alguien nos hubiera dicho que viviríamos tantos días en confinamiento, no lo hubiéramos creído. Estoy segura de que, en los peores momentos de encierro, en los que anhelábamos con mayor ahínco recuperar la libertad de salir a la calle a caminar, a trabajar y. a recuperar la vida, no nos imaginábamos lo complicado que resultaría volver. Muchos tienen miedo y la mayoría no sabemos cómo comportarnos, como volver a convivir.

Antes, al conocer a una persona, estirabas la mano para dar un buen apretón y decir: mucho gusto. Ahora, extender el brazo puede ser considerado como una imprudencia. Casi resulta impensable atreverse con un abrazo al dar una felicitación. Chocar los codos es la forma correcta de gesticular. Al entrar a un establecimiento, antes de traspasar el umbral, hay un empleado que primero te somete a un escrutinio: toma la temperatura, administra gel y luego saluda. Tenemos la piel de las manos engrosada por tanto alcohol que nos ponemos a cada rato y las formas de cortesía se movieron de lugar.

La moda también cambió. Los cubrebocas dejaron de ser esos artilugios aburridos ya ahora son coloridos y con diseño. Ya hasta las casas de alta costura tienen los suyos en el mercado. Hemos llegado al exceso de tenerlos para ceremonia —para bautizos, bodas— ¿me pregunto cuál será el criterio de esos usos y nuevas costumbres? Yo tengo uno que tiene unos bigotes bordados, es muy simpático y le pone cierto humor al uso. Creo que la elección de este nuevo accesorio de vestir es una señal de personalidad de cada uno de nosotros.

Por otro lado, el mundo observa con mucho gusto como los ritmos de vacunación se van acelerando y cada vez son más los seres humanos que hemos tenido el privilegio de ser inoculados. La Humanidad va despertado y como quien abre el ojo y tiene ganas de quedarse en la tibieza de las sábanas y las cobijas, muchos desean quedarse otros minutitos a disfrutar aquello que no supimos apreciar. Me sorprende ver a muchos jóvenes universitarios que prefieren quedarse a tomar clases en línea o a padres de niños en nivel de educación básica que se niegan a mandar a sus hijos a la escuela.

Mientras el mundo se prepara a lanzar los cubrebocas al cesto de la basura, en México parece que ese no será el caso. Hay fuertes sospechas de que la Ciudad de México regresará a semáforo amarillo y a nosotros nos entra la sospecha de si alguna vez la capital de la República estuvo en condiciones de color verde. La 4T andaba a voz en cuello ensalzado la campaña de vacunación como si las 230,792 defunciones y las más de 26.000 personas con la enfermedad activa no existieran. Tan contentos andaban que se donaron 400.000 dosis a Belice, Bolivia y Paraguay y se han enviado 800.000 a Argentina. La verdad es que lo que se ve genera suspicacias. Una vez pasadas las elecciones, se sube el volumen, la alerta regresa y la velocidad de la vacunación se ralentiza. Aquí hace falta que muchos vacunen, pero la generosidad del Estado Mexicano no se pone en duda.

Uno se pregunta, ¿qué hacemos con el cubrebocas? En muchos centros turísticos en México, las medidas se van relajando —tal como sucede en otras partes el mundo— y los niveles de contagio van subiendo en Baja California, Tabasco, Quntana Roo y Yucatán. Los centros de mayor atracción turística están entrando a semáforo naranja, lo que significa que el riesgo de contagio sigue siendo alto. No hemos logrado la inmunidad de rebaño ni de cerca.

Por fortuna, mucho del territorio nacional sigue luciendo verde. Eso es una fortuna que no debemos dilapidar. Tal vez, lo que debemos de hacer con el cubrebocas es seguirlo usando por un tiempo, incluso si ya estamos vacunados. Es molesto, sí. Es súper molesto, pero mientras alcanzamos la anhelada inmunidad de rebaño, sigue siendo necesario. Hay muchas personas que aún están esperando ser vacunados o recibir las dosis que les hacen falta. Será un acto de generosidad y cortesía, de paciencia y responsabilidad.

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  • Cecilia Durán Mena
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