Sobre migración y corrupción
El planteamiento hecho por la vicepresidenta de los Estados Unidos en torno a la migración y que sus raíces están en la corrupción, en primera instancia, me pareció atrevida. Las historias de gente que decide dejar la tierra que los vio nacer, el abandono de afectos, espacios, objetos, patrimonio y el dulce engaño de un posible retorno o la amarga decisión de no volver la vista atrás me parecieron temas que corrían por carriles distintos y pensé que Kamala Harris estaba reduciendo mucho el problema y lo sobre-simplificaba. Sin embargo, puede que tenga razón.
La magnitud del tema migratorio se vuelve inconmensurable dadas las diferentes facetas que presenta. No se trata igual a un migrante mexicano que uno cubano, no tienen el mismo trato ni gozan de prerrogativas iguales. Tampoco lo es un emigrado de China, de Siria que uno de Honduras, son tan diferentes como uno que llega de Nigeria a uno de Sudáfrica. Las diferencias se hacen patentes por la raza, el lenguaje, las tradiciones y sobretodo, por las razones. Sin embargo, todos huyen, ese es el hilo que los une.
Unos llegan escapando de la pobreza, otros de la persecución política, están los que salieron por falta de oportunidades, los que ya no pudieron seguir enfrentando la muerte que provoca la guerra, los que quieren desarrollarse. Es evidente que no son las mismas circunstancias las de un atleta que buscar un lugar en el equipo olímpico o de un científico que quiere un mejor laboratorio para lleva a cabo sus investigaciones que las de un niño que recorrió solo el camino para cruzar una frontera o la de una madre que se sube al techo de un tren o la de un padre que cierra la puerta de su casa y decide no mirar atrás. Así entendido, la migración parece ser una mancha de tinta sobre papel de arroz.
Pero, Kamala Harris observa y se pregunta por la raíz del problema. Concluye que la migración está muy enredada con temas de corrupción. ¿Hasta dónde llega la capacidad corruptora? La corte de Nueva York escuchó el testimonio de un traficante que decía que el presidente hondureño Juan Orlando Hernández recibía sobornos de narcotraficantes y que se regodeaba diciendo: “Le vamos a atascar de drogas las narices a cada gringo”. Hernández dejará el poder en enero y sus sucesores no parecen tener intenciones de tomar otros rumbos, según el testimonio del traficante. Sí, Honduras es uno de los países que está mandando a más mujeres y niños a pedir asilo en los Estados Unidos.
Pero, no son los únicos. Los cubanos que se arriesgan en forma temeraria a cruzar el estrecho de la Florida, los nigerianos que se aventuran por el Sahara, los Sirios que ya no quieren escuchar una bomba más, los argentinos que no soportan un nuevo corralito, los mexicanos que aprovechan la cercanía de la línea fronteriza, los que llegan del lejano oriente, todos serán seres con el corazón partido por una herida que no tiene cura: la desesperanza que les provoca la vida en la tierra de origen. ¿Qué causó esa laceración?
La respuesta a esa pregunta se relaciona con el planteamiento de Kamala Harris: la corrupción. Las negociaciones turbias que provocan una guerra que está sujeta a egos más que a peligros reales; las conveniencias de proyectos personales que inflan las arcas de unos cuantos y despojan a tantos; los cantos de alabanzas que se enseñan a la gente para sostener a personajes impresentables que, en vez de ayudar, laceran. Todo esto va acompañado de una gran ingenuidad y por una intención de no educar.
Según la vicepresidenta Harris, la migración tiene como raíz común la corrupción. Se inicia en gobiernos corruptos y cínicos que prometen reformas que pondrán en primer lugar a los pobres, a los desposeídos y que harán todo lo posible por propiciar mayores flujos migratorios. Y, como música de fondo está esa pseudodemocracia que empeora la situación. El planteamiento de la vicepresidenta Harris en torno a la migración es atrevida y, en muchos sentidos, correcta.