“El 11 de noviembre (de 1817) a las cuatro de la tarde, una escolta de cazadores de Zaragoza condujo a Mina del cuartel general del ejército al crestón del cerro del Bellaco, que fue el sitio destinado para el efecto: los dos campos enemigos, suspendiendo las hostilidades como de común acuerdo, estaban en el más profundo y solemne silencio”En la madrugada del 27 de octubre de 1817, el oficial realista Orrantia acompañado de quinientos jinetes llegó a las inmediaciones del rancho “El Venadito”. Procedente de Silao, tenía la encomienda de capturar al guerrillero español Javier Mina, a quien durante semanas había perseguido por el Bajío.Mina hasta entonces había evitado ser detenido siguiendo la estrategia de dispersar y reagrupar constantemente sus fuerzas. Además cada una de sus cuadrillas difundía que su jefe estaba con ella, logrando el efecto de que Mina anduviera en todas partes y a la vez en ninguna.Esta vez, sin embargo, los informes parecían confiables. Orrantia le pisaba los talones al líder navarro, había entrado a Puruándiro el mismo día que aquél se retiraba. En el amanecer del 25 vio, desde las cercanías de Irapuato, el gran incendio de la mina de Valenciana que los insurgentes provocaron al huir de Guanajuato. Y una vez allí, supo que se alejaban rumbo a La Luz, decidiendo Orrantia la marcha a Silao.Enclavado en la serranía, “El Venadito” era parte de la hacienda “La Tlachiquera”, propiedad del también rebelde Mariano Herrera. Mina había llegado allí el 26 acompañado sólo de 40 infantes y 20 jinetes. Confiado en lo oculto de aquel sitio, ordenó desensillar las cabalgaduras y se entregó al sueño, dejando a un lado su uniforme.Con la primera luz del día, Orrantia ordenó el ataque a galope de 120 dragones bajo la guía del teniente coronel José María Novoa, quienes veloces como el viento vencieron la escasa resistencia de los sorprendidos insurrectos. Mina fue hecho prisionero por el dragón José Miguel Cervantes y conducido ante Orrantia.El militar español lo acusó de ser un traidor al rey y a la patria. Javier criticó la actitud represiva del monarca y por ello fue golpeado por Orrantia con el borde del sable, actitud cobarde ante un reo indefenso.De regreso a Silao, Orrantia desfiló con los dos mayores trofeos de la jornada: el líder navarro atado y más tarde engrillado de los pies, y la cabeza de Pedro Moreno, el admirado guerrillero jalisciense que murió en “El Venadito” resistiéndose al prendimiento.Rápidamente la noticia se divulgó por toda la Nueva España, celebrándose misas de acción de gracias en varias de las ciudades principales. El virrey Juan Ruiz de Apodaca, cuya política de pacificación había estado en riesgo por la campaña internacional de Javier Mina, recibió el título de “Conde del Venadito” como reconocimiento al arresto. Orrantia fue promovido a coronel del ejército y el dragón Miguel Cervantes a cabo, además de recibir una gratificación de 500 pesos.Trasladado al campamento del mariscal Pascual Liñán, frente al sitiado fuerte de “Los Remedios”, Mina fue sometido a juicio con la finalidad de conocer los nombres de sus promotores europeos y estadounidenses; así como de sus enlaces en el centro de la colonia y otras Trasladado al campamento del mariscal Pascual Liñán, frente al sitiado fuerte de “Los Remedios”, Mina fue sometido a juicio con la finalidad de conocer los nombres de sus promotores europeos y estadounidenses; así como de sus enlaces en el centro de la colonia y otras.A insistencia del virrey Apodaca, la aplicación de la pena capital a Mina fue apresurada. Siguiendo a Lucas Alamán: “El 11 de noviembre (de 1817) a las cuatro de la tarde, una escolta de cazadores de Zaragoza condujo a Mina del cuartel general del ejército al crestón del cerro del Bellaco, que fue el sitio destinado para el efecto: los dos campos enemigos, suspendiendo las hostilidades como de común acuerdo, estaban en el más profundo y solemne silencio”.Agrega el historiador guanajuatense: “Mina, acompañado por el capellán del primer batallón de Zaragoza, don Lucas Sáinz, con quien se dispuso cristianamente, habiendo protestado que moría en la fe de sus padres y lisonjeándose de hacerlo en el seno de la iglesia católica, se presentó con tranquilidad y compostura, y habiendo dicho a los soldados que debían hacer fuego sobre él: “no me hagáis sufrir”, cayó herido por la espalda, sintiendo sólo que se le diese la muerte de un traidor, “de donde se deja conocer”, dice Liñán en su parte al virrey, “que su extravío fue más bien efecto de una imaginación acalorada, que de perversidad de su corazón”.Así llegaba a su fin la vida de un joven de escasos 28 años; el cual –de acuerdo al cronista William Robinson– “tenía grandes prendas morales y valor personal en grado eminente. Sereno a la hora del peligro, siempre estaba dispuesto a aprovecharse de todas las ocasiones favorables que le presentasen las vicisitudes de los sucesos”.Un dirigente –agrega Robinson– “afable, generoso, sencillo, humano y moderado (que) unía a todas las dotes del militar los modales del hombre civilizado”. El mismo caudillo de la libertad que luchó por ella en España, recorrió países europeos y americanos desterrado por su ideal y tuvo en Cuerámaro su tumba, antes de ser trasladados sus restos a la Columna de la Independencia en la Ciudad de México.