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Con el INE, no. Rotundamente, no

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Opinión

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Con el INE, no. Rotundamente, no

Juan Pablo Becerra-Acosta

Para los desmemoriados, para aquellos que tienen una súbita y muy conveniente amnesia selectiva; o para los más jóvenes, por si acaso carecen de información adecuada, hay que recordar que durante setenta años (el equivalente a once sexenios y medio) padecimos al PRI. El PRI, por si no lo saben o se les olvidó, no solo era un partido de Estado, sino que se desempeñaba como el tentáculo electoral de un régimen represivo, una cleptocracia que cada año simulaba tener comicios, aunque en realidad organizaba convenciones de alquimia electoral.

En México no había democracia. No había autoridades electorales independientes. En México siempre ganaba el PRI. Y como hacía la vieja mafia (o al estilo del crimen organizado de hoy), el priismo orquestaba sus victorias por las buenas, por las malas, o por las peores. Es decir, a través del convencimiento, de la cooptación, del dinero, de las amenazas, del encarcelamiento, del exilio, del asesinato, de la desaparición de opositores, o perpetrando fraudes electorales.

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¿ALGUIEN PODÍA IMPEDIRLO? NO.

La democracia que hoy tenemos -una inestable y acechada jovenzuela de 22 años-, no fue una graciosa concesión del sistema priista. No, Jesús Reyes Heroles no fue un generoso político que quisiera abrir espacios democráticos, fue un pragmático priista que en los años setenta asimiló que la olla social estaba hirviendo desde los 60.

Todos y cada uno de los espacios democráticos que empezaron a surgir hace casi cincuenta años (segunda mitad de los setentas) son producto de movimientos sociales, de demandas de la hoy llamada sociedad civil, de exigencias de grupos opositores, de luchas de académicos y periodistas (todo lo cual costó vidas, encarcelamientos, despojos, exilios); fueron numerosas insubordinaciones pacíficas (y no tanto en algunos estados) las que orillaron al antiguo régimen a permitir el diseño y desarrollo de instituciones que garantizaran una plena democracia electoral.

Así nació el IFE, que luego dio paso al INE. Antes, con mecanismos electorales que controlaba el Poder Ejecutivo, como ocurrió en 1988, cuando la Secretaría de Gobernación de Manuel Bartlett tiró el sistema de cómputo de los resultados electorales en los que el opositor Cuauhtémoc Cárdenas iba por delante del oficialista Carlos Salinas de Gortari; ante lo que había era toda una fauna electoral que operaba impunemente en cualquier municipio del país.

En la época del autoritarismo y el fraude electoral (tiempos del PRI, pues), éste comenzaba por la alteración del listado de votantes, ya fuera “rasurando” a ciudadanos que se presumía que podían votar por la oposición (o que se sabía que eran opositores), usando a personas fallecidas para simular sufragios priistas (sí, votaban los muertos), o moviendo de sección electoral a los electores para que no encontraran su casilla (el llamado “ratón loco”), que no era otra cosa que robarse la urna. También se embarazaban urnas, se llenaban con votos a favor del PRI, lo que dio lugar a las famosas casillas “zapato”, donde el PRI ganaba 9 a 1, o de plano, 10-0, cero votos opositores.

Poco después llegaron los resultados teatrales, sitios donde había ganado la oposición, pero los priistas distorsionaban el voto de forma más moderada, por ejemplo, con resultados de 60-40 para el PRI, lo que amainaba las protestas en unas cuantas semanas.

El caso es que, gracias a la democracia electoral que tenemos, Andrés Manuel López Obrador llegó al poder, y su partido ha ganado todas las elecciones imaginables que le han permitido dominar el mapa electoral del país. Es inadmisible que después de tantas luchas de millones de mexicanos, el Presidente y su partido vengan ahora a tratar de ser aquel Carlos Salinas de Gortari que ponía y quitaba gobernadores, alcaldes y congresos locales, y aquel PRI que organizaba fraudes cada año.

Damas y Caballeros legisladores (incluidos quienes tengan una pizca de independencia dentro Morena), deténgalos, impidan este inminente intento de feminicidio de nuestra joven democracia electoral.

Que con el INE no se metan. Rotundamente, no.

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