Sábado, 11 Enero, 2025

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Covid-19 en casa, dolor y desesperación

La mesa del rincón
Opinión

Editor Web

Covid-19 en casa, dolor y desesperación

De pronto llega la noticia de que varios familiares han resultado positivos a Covid-19, enrareciendo el ambiente y comenzando a expandirse una estela de sorpresa, temor, desesperación e impotencia. De pronto, lo que sólo habíamos escuchado ocurrir en personas que no conocíamos, o de quienes viven en zonas alejadas, se hizo presente en la familia cercana, como un grito estridente de que ¡No bajemos la guardia!

Así comienza un calvario azaroso donde sobrinos, tíos, hermanos, cuñados y parejas ahora viven en carne propia los estragos de un virus que, de acuerdo con la Universidad de Medicina Johns Hopkins, ya ha infectado a 108 millones 173 mil personas en el mundo y de los cuales ha cobrado la vida de dos millones 390 mil habitantes. De pronto, el dolor de tener a la enfermedad y la muerte en casa, convence de una forma muy tormentosa a los escépticos de la existencia de la pandemia y del peligro que conlleva.

Sin lugar a dudas que verse reflejado en las estadísticas, ya por ser positivo de Covid-19 o sufrir el dolor del fallecimiento de un familiar, para nada es motivo de orgullo o vanidad. Para nadie es deseable vivir los padecimientos y la zozobra del acoso del coronavirus en el hogar, para nada es grato ver cómo un sobrino muy querido vea socavada su salud y aminorada su vitalidad deportiva de primera, para nada es halagador pensar en un hijo o nieto que se debe ausentar de las clases a distancia por sufrir el dolor de ver a su padre o madre padecer las convulsiones de la falta de oxígeno vital.

En nuestro estado querido ya superamos los nueve mil fallecidos y la capacidad hospitalaria al borde del colapso con algunos muriendo en casa, por lo que no debemos descuidarnos bajando imprudentes la guardia, ya que la pandemia no disminuye ni hay esperanza de que esto pronto termine. No nos llegan las vacunas y ya se asoman virus más fortalecidos como la cepa inglesa, la cepa africana y la brasileña con mutaciones más voraces y de mayor capacidad de contagio.

Al parecer esta pandemia va para largo y con base en lo expresado por Sharon Peacock, directora del consorcio Covid-19 Genomics UK de Inglaterra, la cepa británica surgida como una mutación de alta peligrosidad en la región de Kent, podría deteriorar la protección que brindan las vacunas y “barrer con el mundo”. Según la científica con base en la secuenciación de las mutaciones del virus, éste podría acechar al mundo hasta una década más, pues las mutaciones le permiten renovarse cada día.

Así las cosas, podríamos decir que el peligro de muchos más contagios y muerte sigue latente y extremadamente real en nuestro entorno, pero quizá haga falta que cada quien admire como se deteriora la salud de un paciente con Covid-19, que comienza con síntomas de resfriado, evoluciona a disminución de la oxigenación, se deterioran y cristalizan los pulmones entrando en una fibrosis severa, que en cuestión de horas le lleva a la intubación y dependencia de una máquina para poder suministrar oxígeno a los diversos órganos, trayendo en varios casos el deceso del familiar, la tristeza y depresión familiar.

Ante el debate sobre las diferentes medidas y aplicación de políticas públicas en torno al qué hacer para detener el avance del contagio, asegurando lo más posible la vida y salud de las personas sin encerrarnos a piedra y lodo, no queda sino el campanazo emocional que detone la concientización responsable del autocuidado y la preservación del confinamiento, del uso del cubrebocas y la restricción de la vida social.

Por ello, para qué esperar a tener un enfermo que se consuma lastimosamente, para qué esperar a que la muerte entre en casa y deje dolor y sufrimiento para entender de una vez por todas que este virus es real y sus secuelas de impacto fatal. Hoy gobierno y sociedad debemos unir esfuerzos motivando la responsabilidad social, antes que el asesino invisible socave a la humanidad.

La prudencia es la virtud para preservar la vida.

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