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Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Criticar

A nadie nos gusta que nos saquen los trapitos al sol, no nos gusta que nos critiquen y menos que restrieguen en la nariz los errores que estamos cometiendo. El presidente López Obrador no es la excepción. No le gusta que le lleven la contraria y sigue estigmatizando a periodistas y columnistas que son críticos con su gestión.  No entiende que está en pleno ejercicio del poder y que es un mandatario muy poderoso. Sin embargo, debiera, ya que una de las actividades más importantes que se ejercen en una democracia sana es la de poner en juego la inteligencia, observar, analizar y emitir una opinión.

Sus allegados debieran explicarle a López Obrador que la crítica constituye un privilegio y un derecho que se disfruta en países democráticos. Opinar se ejerce, no con la intención de perjudicar ni de causar daño gratuito, sino de servir como un contrapeso y en última instancia tiene como objetivo salvaguardar la verdad. No es un acto gratuito ni facilón, para eso están las comparsas, los paleros. Se trata de ofrecer argumentos que amplíen el panorama y abrir el espacio a ideas que pueden ser diferentes e incluso divergentes.

Los demócratas coherentes entienden el valor de la crítica, respetan este ejercicio y protegen a quienes ejercemos esta actividad. Cuando el régimen no es democrático, hay un pensamiento oficial y ya. Por eso, no existe la necesidad de espacios retóricos porque las opciones están dictadas desde el Estado y el pueblo consume lo que los gobiernos paternalistas les dan. Si el que manda dice que algo es verde, ese será el color y punto. Pero, cuando existen alternativas y el pueblo tiene la posibilidad de elegir, el discurso argumentativo se convierte en la herramienta para plantear opciones, para posibilitar el diálogo y para convencer.

En la antigüedad, si se criticaba a un monarca, el atrevimiento se podía pagar con la vida. En las dictaduras, o te alineas al pensamiento oficial o te atienes a las consecuencias. Una seña que da identidad a los Estados es su libertad de expresión. La importancia de los medios para el fortalecimiento o debilitamiento de la democracia es decisiva. En esta condición, los periodistas son actores que con sus críticas tienen la posibilidad de actuar contra de la fuerza aplastante de la autoridad cuando abusa, cuando esquiva el rumbo o cuando no cumple las promesas que hizo antes de llegar al poder. La autonomía para expresar opinión debe salvaguardarse desde el poder en vez de atacarla. 

Pero, al presidente López Obrador no le gusta que lo critiquen y desde Palacio Nacional, con un estrado en el que aparece el Escudo Nacional, dedica buena parte de sus conferencias de prensa de la mañana a quejarse de la cobertura que dan los periódicos a eventos que no le alaban y a las críticas de los columnistas. Arroja insultos y descalificaciones a quienes, con pruebas, le demuestran que hay fallas en su gestión. Si alguien sube a redes un video en el que se ve a una enfermera aplicando una vacuna con el émbolo vacío, se trata de un ataque de sus adversarios; si se le pregunta por candidatos incómodos, se rehúsa a responder; si no le parecen los cuestionamientos, se va por las ramas y si lo hacen enojar, sálvese quien pueda porque los azotará desde la tribuna que se construyó y a la que accede todos los días a primera hora.

No sé, pero parece como si estuviéramos escuchando a un niño chiquito defenderse con trompetillas, como si viéramos a un pequeño berrinchudo que si no lo están adorando permanentemente, hace una pataleta, levanta la trompa, se mete a su casa marchando y termina dando un azotón a la puerta. Si sus empleados no le quieren llevar la contraria y actúan como focas aplaudidoras, allá ellos. Pero, arremeter contra quien lo critica, como lo hace el presidente, se llama censura.

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