Cuando el odio se volvió costumbre
¿Qué despierta en un espectador actual observar cómo maltratan a Cristo? El impulso predecible es buscar el celular para eternizar esa imagen en Instagram con la frase: ‘turisteando ando’. Aquel sacrificio, para muchos hoy solo vale lo que cuesta poner un like en el Iphone.
Pero quizás lo más anticlimático de estos días es que el “amaos los unos a los otros” escuchado en todos los templos, no tiene más efecto que el de cualquier documental conmovedor de Netflix contemplado degustando palomitas. La civilidad, la tolerancia, la inteligencia, es lo que menos prevalece en este momento del país y en un estado como Guanajuato gobernado desde hace treinta años por el PAN.
Es hasta estremecedor como se ha ensanchado y degradado cierto tipo de debate público fincado en el odio que ya no es exclusivo de un segmento social, sino que puede encontrarse lo mismo en las llamadas élites, que entre sectores mayoritarios de la población.
Hace unos años estuve fugazmente en Chile, y pensaba en cuál podría ser la diferencia entre la derecha mexicana y la derecha pinochetista de por allá. Como guanajuatense que ha vivido su juventud y adultez con gobiernos de Acción Nacional, tengo referentes para poder hacer comparaciones.
También, cuando en otro momento estuve en Venezuela en tiempos de Hugo Chávez, adentrado en alguna favela de Caracas donde médicos cubanos hacían labores, pensaba en los muchos rasgos anquilosados e incongruentes de la retórica izquierdista latinoamericana.
Debo confesar que en Chile, al escuchar algunos pobladores nostálgicos de la dictadura militar, y ante los sentimientos que afloran al recorrer el Palacio de la Moneda donde fue ultimado Salvador Allende, costaba trabajo no hacer paralelos entre nuestra derecha ‘yunquista’ guanajuatense y aquellos feligreses de Augusto Pinochet ansiosos de volver a ese régimen. Es exactamente la misma mirada en la que asoma soberbia clasista y la añoranza de una realidad constreñida a su imagen y semejanza.
En el otro extremo político, recuerdo en Venezuela el chorrear de la ideología antimperialista sin matices, el endiosamiento a cada paso de la imagen de Hugo Chávez y el espejismo de los inflados bolívares con olor a petróleo usados con sesgo político para sostener con alfileres la frágil economía. En México hay vertientes de la izquierda que proviene de los setentas, tanto en sus versiones más gradualistas, como más radicales, que bien podrían aproximarse a aquel modelo sudamericano. Sin embargo, nunca he logrado encuadrar en esa tesitura a Andrés Manuel López Obrador.
A mi entender, resulta malintencionado e incluso con descarada perversidad, el maniqueísmo con el que se le ha pretendido situar en el mismo costal de los ‘dictadores’ populistas y absolutistas de América Latina, y a partir de ese estereotipo justificar el uso de todos los artilugios que provee nuestra actualidad para enraizar un odio absolutamente irracional contra su persona. La antipatía de que goza en Guanajuato tiene ese origen, el rechazo ni siquiera es ideológico sino compulsivo, un saldo del establishment conservador que ha logrado perdurar en esta isla del país así seamos líderes en desapariciones forzadas.
Con casi 30 años de hacer periodismo, puedo afirmar categóricamente que en nuestro estado, las libertades civiles, la libertad de expresión y pensamiento, la decencia de las instituciones, obligadas por las nuevas circunstancias del mundo apenas y se están abriendo paso en la camisa de fuerza que significa el férreo control que ha tenido hasta del aire que se respira, un núcleo muy concreto de gentes -principalmente del Bajío- quienes han sabido articular de modo hábil el negocio económico, con la política y todo esto ‘blindado’ por el manto protector de la jerarquía católica de nuestros rumbos. Llevan décadas repartiéndose la entidad al modo de un pastel.
Desde 2006 cuando estigmatizarlo como ‘un peligro para México’ le resultó exitoso a Felipe Calderón para modificar las tendencias electorales, observé que no jugaban limpio con el tabasqueño. Por entonces yo colaboraba como consejero electoral en un distrito del IFE, y
desde adentro, en los detalles que solo estando ahí se perciben, fue notorio cómo esa maquinaria dejó correr libremente esa manera sucia de arrebatarle la Presidencia. De ahí a esta fecha he seguido observando cómo sus adversarios demonizan a Andrés Manuel López Obrador y no han cejado de buscar por cielo y tierra las maneras de situarlo en el pensamiento de la gente como ‘un tirano’. Objetivo que en nuestro estado ha tenido buenos dividendos, pues el nivel de la reflexión política mayoritaria se da en esos niveles ríspidos, ulcerosos y simplistas.
Este o cualquier mandatario debe ser sometido al escrutinio riguroso, y desde el periodismo la tarea es escudriñarlo, no rendirle pleitesía, ni a él ni a ningún funcionario; pero una cosa son los saludables contrapesos que requiere la vida pública, y otra muy distinta, lo que desde hace dos décadas asemeja una rabiosa y enfermiza obstinación de cerrarle el paso a toda costa al actual presidente de la República.
El domingo de la Consulta para la Revocación de Mandato, en la cabecera de Victoria, saliendo de una casilla encontré a Mauricio Mata, originario de una localidad cercana, y que fue de quien Lorenzo Córdova se mofó en aquella famosa llamada telefónica. Lo conozco porque además acude a danzar en la fiesta de mi pueblo.
El modo como el presidente consejero del INE se burló de esta persona, mostrando su talante racista, retrata a la perfección esa zanja entre dos méxicos que en lugar de tenderse puentes se han extrapolado.
De aquel paso por Venezuela, también me acompaña una imagen que por estos días invoco para no ahogarme en los mares de odios: afuera del mausoleo de Simón Bolívar, en Caracas, al margen de quimeras ideológicas, héroes oficiales y sectarismos ciegos de izquierda y de derecha, un niño humilde volaba un papalote con una inmensa sonrisa en el rostro. Parecía redimir en ese acto sencillo tanta necedad que asola a este mundo…
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