Sábado, 11 Enero, 2025

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Dar gracias

En general, las fiestas celebratorias de nuestros vecinos estadounidenses son muy bulliciosas, multitudinarias...
Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Dar gracias

En general, las fiestas celebratorias de nuestros vecinos estadounidenses son muy bulliciosas, multitudinarias, parecen más la puesta en escena de un evento masivo que otra cosa y una es tan similar a la otra que da lo mismo en qué fecha del calendario estés. Además, con tal de hacerlas más incluyentes, le quitan la esencia. En Navidad, da la impresión de que se celebra más el frío del invierno, en Pascua se festeja a un conejo que esconde huevos y en San Valentín ya nadie se acuerda del santo casamentero. En casi todas existe una intención comercial que nos lleva a comprar algo. Sin embargo, el Día de Gracias es una fiesta íntima en la que las familias se reúnen en torno al pan, la sal y un pavo a agradecer. 

Ya lo decía mi admirado Germán Dehesa: “Dentro del horror santaclosero y cocacolero de una Navidad violentamente anticipada por todos aquellos que están urgidos de vendernos alguna porquería a seis meses sin intereses; dentro de este horror, decía, aparece límpida, ajena y misteriosa la fiesta de Acción de Gracias”. 

Más allá de la historia del Mayflower y de los pasajeros que llegaron de Inglaterra a Estados Unidos y tuvieron la suerte entrar —misma que muchos migrantes quisieran tener hoy— porque en aquellos años las fronteras eran todavía muy porosas; más allá del fenómeno migratorio de estos peregrinos que se pusieron a trabajar la tierra siempre agradecida que les brindó sus frutos y la suerte que tuvieron de encontrarse con algunos guajolotes, y entonces, cuando se dieron cuenta de que tenían techo y comida y que se tenían a ellos mismos y habían logrado conservar la vida a pesar del viaje, de las condiciones que los expulsaron de su tierra natal, de la nueva nación cuyos originales no siempre los recibieron con los brazos abiertos —condición que se conserva hasta el día de hoy, muchos estadounidenses no son muy amigables con los migrantes ni los quieren—; entonces, decidieron reunirse y darle gracias a Dios de que los mantenía unidos y vivos. El agradecimiento es la semilla de la que germina esta celebración y tal vez sea por ello por lo que es la única fiesta que merecería ser mundial. 

Hoy en día es extraño que ver a la gente hacer un esfuerzo por mostrarse agradecidas por aquello que les rodea. Nos quejamos de lo que no tenemos y dejamos de ver aquello con lo que sí contamos. Agradecer es hacer una toma de conciencia sobre las cosas buenas que pueblan nuestra vida. Todos, hasta el más desfavorecido tiene algo que es bueno. No obstante, parece que la suficiencia, la autocomplacencia, el sufrimiento y la pérdida de oportunidades nos impiden ver aquello que merece nuestra gratitud. Tenemos una gran pericia para elevar el dedo que juzga, para dejarnos caer, para fastidiarnos y potenciar el daño. Pareciera que nos gusta ponernos del lado perdedor, hacernos las víctimas y llorar en vez de mirar al cielo y reconocer lo mucho o lo poco que es maravilloso. 

Por eso, la fiesta de El Día de Gracia es algo de admirar en la tradición estadounidense. Se trata de reunirse con los seres queridos con el fin de buscar cuáles son las razones de las que brota la gratitud y valorarlas. De hecho, muchos habitantes de los Estados Unidos viajan de un extremo al otro del país para reunirse y encontrar motivos y agradecer. Así, entre la parafernalia comercial, los juegos de futbol americano y las distracciones que cada ser humano tenemos, los estadounidenses se sientan a cenar para disfrutar, asimilar y realmente prestar atención a esas cosas buenas. 

Expresar gratitud para uno mismo, anotarla y pronunciar esas palabras que vayan dirigida a otra persona es entender que el mundo ni empieza ni acaba en nosotros, sino que hay alguien más cuyos méritos han transformado nuestra existencia para bien. No obstante, por alguna extraña razón nos cuesta agradecer. Lo más común es que nos inventemos pretextos para no hacerlo o que nos sintamos merecedores de todo y sin necesidad de dar las gracias. Por ejemplo, es común ver a cualquiera que termine de comer y se olvide de dar las gracias; los estudiantes terminan una clase y ni se acuerdan de decirle a sus profesores que agradecen el conocimiento compartido, gente que no toma en cuenta el favor que alguien le hizo y así la lista puede crecer al infinito. 

Imagínense que, aunque fuera por un único día, todos celebráramos y agradeciéramos, sin ambiciones ni quejas, lo que estrictamente tenemos: la llana, feliz y simple noción de que el mundo nos acepta y de que nosotros aceptamos al mundo con todo lo que tiene de positivo y negativo. Por lo pronto y para empezar con el pie derecho, agradezco con el corazón la atención de su lectura. 

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