Sábado, 11 Enero, 2025

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Del error parental a la reparación del daño

Parentalidad
Opinión

Guadencio Rodríguez Juárez -Parentalidad

Del error parental a la reparación del daño

Con no poca frecuencia, mamás y papás participantes de procesos psico-educativos o terapéuticos, producto de la reflexión y el análisis acerca de su rol, logran identificar y reconocer que los métodos disciplinarios utilizados durante la infancia de sus hijos o hijas ahora adolescentes, resultaron perjudiciales. Entonces aparece la pregunta: ¿Qué puedo hacer para corregir mis errores de madre/padre?

La respuesta es: reparar el daño generado. Para tal fin es importante tener en cuenta un par de principios. El primero: la paternidad y la maternidad son profesiones u oficios donde lo único garantizado será el error y la duda; es así porque hablamos de una actividad estrictamente humana, y lo propio de lo humano es la imperfección que nos lleva al error. El segundo: el error es inevitable en la crianza, la reparación del daño producto de ese error es fundamental.

Tomando en cuenta dichos principios, a las y los adolescentes les hace mucho bien que sus madres/padres estimulen un diálogo abierto, honesto y transparente a través del cual reconozcan el error y le expliquen acerca del por qué y cómo llegaron a cometer esos abusos e injusticias. Dicho diálogo lo puede comenzar mamá o papá con unas palabras de este tipo:

“Hija, hijo, te he culpado, criticado y hasta castigado por tu mal comportamiento haciéndote sentir una mala persona, y hoy quiero decirte que lo siento, tú no eres malo, yo tampoco, son mis métodos los que te han hecho que actúes así, asumo mi responsabilidad.

“Hoy repudio aquellas veces que te grité, castigué, humillé. Definitivamente, no fueron buenas maneras de educar. No debí utilizarlas. Estaban, están y siempre estarán mal. Me arrepiento de haberlas utilizado porque lastimé a quien más quiero en la vida: tú, mi hijo, mi hija.

“Ahora entiendo porqué no confías en mí, porqué te alejaste de mí, porqué actúas como actúas.

“Yo creía que la manera de hacer de ti una persona recta, responsable, disciplinada, exitosa y feliz era siendo firme, pero ahora entiendo que no estaba siendo firme, sino violenta, violento; no lo sabía antes porque así fueron mis padres conmigo. Deseo que me mires con buenos ojos, que veas que eso que te hice no refleja la totalidad de la persona que soy, sino que también soy mis aciertos que he tenido contigo. Estoy trabajando en mí para convertirme en una persona digna de tu confianza, deseo que no sólo sepas, sino que sientas que puedes contar conmigo ahora y siempre.

“Desde este momento utilizaré nuevas alternativas, nuevos métodos que he ido aprendiendo leyendo libros, reuniéndome con otras mamás y papás para aprender nuestro oficio, yendo a talleres, escuchando conferencias. Hagamos el acuerdo de comenzar de nuevo”.

Obviamente, la condición necesaria es que dichas palabras sean realmente sentidas, que salgan del corazón y no se digan sólo por ser una recomendación de las y los especialistas en la psicología. De ahí la importancia de primero hacer un ejercicio de autoanálisis y reflexión acerca del propio rol parental que conduzca a reconocer el error, responsabilizarse del daño y hacerse el propósito de comenzar un proceso reparatorio.

Las personas adultas que hoy crían a la nueva generación, suelen temer que sus hijas o hijos se pongan por encima de ellos si llegan a reconocer de manera explícita sus errores parentales.

En el libro Cero golpes, de mi autoría, describo el beneficio que tiene para las hijas y los hijos el hecho de que su madre/padre reconozca el daño provocado y haga algo para enmendarlo.

Afirmo, también, que desde que son niñas o niños gozan de una inteligencia y capacidad para detectar la honestidad y congruencia de los adultos. Por lo que las palabras arriba citadas, dichas desde el fondo del corazón, serán bien recibidas.

Sí, es absurdo pretender que los adultos no nos equivocamos o no lo reconozcamos ante las hijas e hijos. Somos humanos, por lo tanto, imperfectos. Eso lo saben claramente nuestros retoños, más aún, siendo adolescentes. Por eso no les sorprenden nuestros errores. En todo caso lo que les sorprende y hasta confunde son nuestros intentos para ocultarlos, negarlos, minimizarlos o maquillarlos.

Nuestra honestidad no disminuye nuestra autoridad, sino que la hace crecer al mostrarnos falibles, honestos, congruentes, reparadores, humanos.

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