Sábado, 11 Enero, 2025

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Desear la paz

Desear la paz. Con los festejos navideños encima, seguro hemos estado escuchando villancicos Las notas de “Noche de paz, noche de amor” 

Opinión

Cecilia Durán Mena

Desear la paz

Con los festejos navideños encima, seguro hemos estado escuchando villancicos. Las notas de “Noche de paz, noche de amor” en la que impera un ambiente de alma y tranquilidad parecen un deseo lejano y poco factible. Es duro y es cierto. Lo es aquí en Guanajuato tanto como lo puede ser en Ucrania, Rusia, Palestina o Israel.

Dicen que a todo se acostumbra uno menos a no comer. Falso de toda falsedad y que bueno que así sea. Aún, por fortuna, no nos hemos acostumbrado a las matanzas en México. Gracias al cielo, nos rehusamos a que las matanzas formen parte de nuestra normalidad y a que no nos pongan la piel chinita las noticas sobre desaparecidos. Son informaciones sobre la maldad que no dejan de escandalizarnos, que siguen siendo crueles.

El maltrato, la muerte, los robos, las extorsiones siguen siendo ataques a la gente de bien que se levanta con la idea de trabajar y llevar el pan y la sal a su mesa con el sudor de la frente y el esfuerzo de su inteligencia. Hay otros que se creen más listos y que han hecho de la maldad su forma de sustento. Son ellos los que a base de violencia exterminan nuestra paz. Son los que reciben abrazos y no balazos o eso les prometen.

Vemos con tristeza que las rejas no son tanto para encerrar a los delincuentes como para proteger negocios y casas; que el sufrimiento no les llega a los malandrines en la misma forma que se les arrima a las madres que buscan a sus hijos como pueden: con las manos, con picos y palas, escarbando la tierra durante días, semanas y meses para dar con los huesos de los suyos.

No, claro que esto no puede ser parte de nuestra cotidianeidad. El asesinato de jóvenes en los últimos meses ya conforma una larga lista. Ahí están los sucesos de Lagos de Moreno, Jalisco, de Celaya, Guanajuato, de Malpaso, Zacatecas, y hace sólo unos cuantos días, lo que pasó en Salvatierra, Guanajuato, donde fueron masacrados un grupo de jóvenes que estaban reunidos en una posada.

Tanta muerte, tanta intranquilidad, tanta zozobra nos tiene mordiéndonos las uñas y sentados al borde de la silla. Si queremos salir a carretera a visitar a los nuestros, tenemos miedo de que la mala suerte nos ponga en medio de un encontronazo entre la Guardia Civil y algún grupo del crimen organizado; si tenemos ganas de salir a algún lugar a descansar, nos lo pensamos dos veces porque lo mismo nos podemos topar con la maldad o regresar y ver que nos han desvalijado la casa.

En el mundo al revés en el que vivimos en este México mágico, pareciera que nuestras autoridades gobiernan en una especie de realidad alterna. Nos cuentan sobre la miel sobre hojuelas que se vive en este paraíso y cuerno de abundancia cuando nosotros en el día a día nos estamos aguantando los efectos de la violencia. No en balde, el consumo de drogas ha aumentado en los estados en los que la criminalidad crece. Buscan evadirse ya que no logran escapar. De los niveles crecientes de alcoholismo, ya nadie habla.

En los informes de los políticos, las palabras nunca son ingenuas. Mucho menos cuando provienen de la gente que ejerce el poder. Preocupa y enoja que las personas que están transformando a México —según ellos— lo estén haciendo para mal, que sigan adoptando las malas prácticas del pasado y anden despotricando contra sus adversarios sin hacer nada para devolvernos la tranquilidad tan anhelada.

Preocupa mucho más el silencio de sus aplaudidores.  Nadie está dispuesto a jugársela y una opinión en contra de la visión que hay en Palacio Nacional ni para dialogar y explicar determinados sucesos. Sería maravilloso que pusieran los pies en la tierra y pisaran el mismo terreno que todos los mexicanos que sufren las consecuencias de tanta violencia.

Habría que pensar en el número de jóvenes que no tienen trabajo y viven en las regiones donde los roban, los amenazan y los asesinan; sería bueno que atendieran a los que migran por hambre, a los que son reclutados por los criminales, y lo que piensan de que nunca se capture a los culpables de los asesinatos, robos y amenazas.

Desear un mundo sin esa inmundicia, desear un México con paz es un anhelo que acariciamos en nuestros corazones todos los que vivimos en este amado país. Deseamos la paz.

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