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Discutir, cuestionar y criticar, verbos importantes en la adolescencia

Discutir, cuestionar y criticar, verbos importantes en la adolescencia. ¿Por qué discuten las personas adolescentes? ¿Por qué cuestionan a la autoridad? 

Opinión

Gaudencio Rodríguez Juárez

Discutir, cuestionar y criticar, verbos importantes en la adolescencia

¿Por qué discuten las personas adolescentes? ¿Por qué cuestionan a la autoridad, a sus padres, a sus maestros? ¿Por qué critican todo lo que ven?

Estas suelen ser preguntas que con no poca frecuencia suelen hacerme las personas adultas responsables del acompañamiento del sano desarrollo de las adolescentes, trátese de sus hijas o hijos o de su alumnado.

¿Cuál suele ser mi respuesta? Porque pueden. Sí, discuten, cuestionan y critican porque pueden. Y tal cosa es una buena noticia en términos de desarrollo cognitivo, social y moral, pues significa que su aparato mental ha adquirido nuevas habilidades con las que no se contaba en la infancia.

El pensamiento concreto de la infancia aunado a la dependencia natural de dicho periodo limita tener un criterio amplio propio sobre lo que le acontece en su mundo interior y exterior. De ahí que exista una tendencia a la obediencia y colaboración hacia quien le cuida, así como a estar de acuerdo con los criterios del mundo adulto.

En la adolescencia las cosas cambian. Es propio de esta nueva etapa el deseo de ser uno mismo, es decir, diferenciarse de los adultos —sobre todo de los padres—, la tarea de adquirir una identidad propia, la adquisición de capacidades para identificar y señalar las contradicciones de los adultos, hacer teorías y explicaciones sobre el mundo que le rodea y comenzar a tomar una postura personal hacia la vida.

Esas tareas del desarrollo suelen chocar con la autoridad de las madres, padres y personas que les cuidan y educan, los cuales en ocasiones tienen sobre sus hombros factores propios de estrés asociados al trabajo, la situación matrimonial o socioeconómica, etcétera, que disminuyen la capacidad para el ejercicio adecuado de la autoridad. Combinación que se vuelve caldo de cultivo para discusiones y cuestionamientos por parte de las y los adolescentes.

En las culturas autoritarias y adultocráticas está mal visto que las y los adolescentes cuestionen la autoridad, desobedezcan, tengan criterio e intereses propios o compartan su punto de vista, sobre todo cuando son diferentes a las de las y los adultos, razón por la cual es poco tolerable que opinen, discutan o generen debate. Sin embargo, cuestionar, opinar y debatir no está mal, sino todo lo contrario, pues se trata de habilidades esenciales para la vida en sociedades democráticas.

El estilo parental para promover la capacidad de dialogo y para debatir civilizadamente es el democrático, es decir, aquel donde madres, padres, personas cuidadoras, docentes, etcétera, insisten en la importancia de los acuerdos, las normas y los valores, pero están dispuestos a escuchar, explicar y negociar, aquel donde estimulan a las y los adolescentes a formar sus propias opiniones.

Otro factor que suele volverse obstáculo para permitir la expresión de las y los adolescentes tiene que ver con la sorpresa con que les toma su crecimiento a las mamás y papás. Un día eran unas niñas y niños colaboradores y hasta obedientes, que estaban de acuerdo en la mayoría de las decisiones, sugerencias, criterios, normas y tradiciones que aquellos proponían, y de repente —no fue tan de repente, pero así suele vivirse desde el rol parental— crecieron sus facultades cognitivas, emocionales y morales, lo cual potencia su capacidad de opinión.

Lo anterior impone una tarea a madres y padres: actualizar la representación mental que tienen de su hija o hijo. Ajustar esa imagen de niña o niño y en su lugar colocar la de esta persona adolescente, lo cual implica tiempo y la elaboración de más de un duelo. Por ejemplo, decir adiós a la postura muchas veces paciente, tierna, cariñosa y juguetona de la niñez; decir adiós a un ser dependiente que ahora tiene un nivel de autonomía significativo.

Es frecuente escuchar decir a las y los adolescentes: “Mis papás me tratan como un niño y ya no lo soy”, “Mis papás quieren que piense como ellos piensan, que tenga sus mismos gustos; no se dan cuenta que yo tengo mis pensamientos y gustos propios”, etcétera.

Tienen razón, ya no son niñas o niños. Pero a las mamás y papás les cuesta trabajo darse cuenta rápidamente. No por falta de voluntad, sino porque se trata de procesos no sólo cognitivos (que permitirían ver la diferencia entre ser niño y ser adolescente), ni emocionales (que posibilitarían elaborar el duelo de dejar atrás al niño que ese hijo fue para darle la bienvenida a este que ya creció), sino también vinculares (que exigen actualizar la relación de padres e hijos y su manera de interactuar).

Construir un nuevo vínculo exige un trabajo que traiga como resultado la sintonización de las necesidades de las hijas o hijos adolescentes con la bondad de ajuste de las madres y padres, es decir con la capacidad para adaptar las maneras de cuidarles a la forma en que ahora aquellos responden al mundo.

Vale la pena el esfuerzo, pues no se trata de apagar su impulso crítico y cuestionador, sino de afinar sus habilidades para tal fin.

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