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El testamento de López Obrador

Las ventanas
Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

El testamento de López Obrador

Un testamento es un documento en el que se plasma el acto jurídico por el cual una persona estipula quien o quienes serán las personas que podrán disponer de todos sus bienes al momento de su muerte. No es sinónimo de hacer una dedicatoria. Por eso, el hecho de que Andrés Manuel dicte un testamento en lo personal debiera tener sin cuidado a la gente, como pasaría desapercibido que Calderón o Peña Nieto tuvieran un documento semejante. Tal vez nos gane un poco la curiosidad mal sana, ¿a quién le dejará el rancho?, ¿quién se quedará con el coche? Es más, es casi seguro que así sea, que López Obrador ya tenga organizado cómo se repartirán sus bienes cuando el falte. El encono se desata en el momento en el que López Obrador habla de un testamento, como si se tratara de un monarca que decretará su voluntad postmortem.

Yo creo que el tema de la salud del señor presidente, como he expresado con anterioridad, es un tema de seguridad nacional. Las grandilocuencias sobre su legado político es otra historia. En realidad, no es interés de los mexicanos saber nada sobre la forma en que el ciudadano López Obrador tiene dispuesto repartir sus muchas o sus pocas cosas. Su legado político le interesará a sus correligionarios y a nadie más. Hay una frontera que debe respetarse. Él sabrá si sus pensamientos son tan valiosos como para traspasarlos de generación en generación y sus seguidores deberán evaluar si lo que dice su líder es tan valioso que los lleve a perpetuarlo. No es de interés público, como sí lo fue su salud.

Lo que me temo es que un acto encadenó el siguiente. Podemos sospechar que el procedimiento al que el mandatario fue sometido en el Hospital Militar fue algo sorpresivo para propios y extraños. Vamos, a nadie le cae bien la noticia de tener que ser pinchado por una aguja que te llegará al corazón para limpiar el sistema circulatorio. Casi podría sospechar que nadie tenía idea de que la revisión rutinaria llegaría a esas instancias y, en ciertos momentos, hay una reflexión. Sí, la vida se puede acabar en un pestañazo. Eso pone a temblar al más ecuánime. Y, algo hace sospechar que frente a la fragilidad de la salud, López Obrador se puso sentimental.

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La irritación viene como consecuencia de las declaraciones estridentes del presidente. “Ya tengo un testamento político, no puedo dejar un país en un proceso de transformación”, declaró al respecto el Ejecutivo Federal. Vamos a ver, la declaración la está haciendo una persona que llegó al poder por mandato del pueblo, a través de una elección popular. No fue un designio divino, no fue el dedo de Dios ni una herencia de sangre la que le permitió acceder al púlpito presidencial.

Lo que López Obrador refiere, según el Diccionario de Derecho General, como testamento político, es la manifestación de un jefe de Estado o gobernante donde se “recomienda a sus compatriotas o adeptos normas para su prosperidad o bienestar para la adecuada conveniencia o predominio en el concierto internacional, o donde les señala a los intereses permanentes que la historia y el presente marcan a su pueblo.

Lo que pasa es que Carta Magna de México especifica, que el testamento político ocurre cuando un jefe de nación fallece y, en un documento firmado, deja recomendaciones o normas por escrito a sus adeptos y futuro reemplazo. Dentro de su artículo 84, la constitución detalla que en dado caso de que el presidente llegue a faltar, el titular de la Secretaría de Gobernación — en este caso Adán Augusto López— tomaría el poder de manera provisional. Vamos, que no se necesita el testamento del presidente para saber qué pasos deberá tomar la Nación si él no estuviera presente.

Entonces, para que tanto brinco si el suelo es parejo. El testamento así será una recomendación que le hará a sus correligionarios para que se porten bien, para que no olviden esto o aquello y poco más. Porque para lo demás, ese testamento no sirve. Insisto, no se trata de una dedicatoria. México es una República democrática, no una monarquía absoluta. Así que, esa intención no será de incumbencia para todos los mexicanos, sólo para unos cuantos.

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