En las elecciones 2021
El pasado 6 de junio se llevó a cabo en México el proceso más grande de su historia donde 95 millones de personas tuvieron oportunidad de ejercer su derecho al voto para elegir 500 diputadas y diputados federales, 15 gubernaturas, 30 congresos locales e integrantes de los ayuntamientos en 29 entidades y, en el caso de la Ciudad de México, de las alcaldías.
Esa gran actividad democrática fue posible gracias a la participación de más de 1 millón de personas que instalaron las respectivas casillas, recibieron, contaron y registraron los votos de sus vecinos y vecinas en las más de 100 mil casillas instaladas en todo el país.
Por segunda vez me tocó vivirla muy de cerca, como funcionario de casilla. Se trató de una jornada de más de 15 horas. Una labor civil y voluntaria asumida con un funcionariado de casilla que pusimos lo mejor de nosotros: ahí estuvo Micaela, venciendo su timidez para proporcionar la información que requerían las personas para ejercer su voto; ahí estuvo Abigail, joven universitaria que llegó para suplir a una escrutadora que no pudo asistir, y que puso su energía juvenil aguantando largas horas de pie guiando al electorado a emitir y colocar su voto en la urna correspondiente y sanitizando a cada momento la zona; ahí estuvo Aldo y Yonatan, identificando a las personas en la lista nominal, entregando boletas y elaborando actas ya por la noche con luces improvisadas, el primero aportando agilidad y sentido del humor en la labor, el segundo constancia y disciplina; ahí estuvo Claudia, ofreciendo su inteligencia y agilidad mental y organizativa en todo momento, sobre todo a la hora de armar los paquetes bajo la lluvia, el viento y con poca iluminación; ahí estaba yo poniendo en juego habilidades de coordinación de equipo.
Ahí estuvimos supliéndonos unos a otros para poder realizar nuestras respectivas necesidades fisiológicas durante la larga jornada. Todo un grupo de personas desconocidas por la mañana que en pocos minutos teníamos una gran coordinación gracias a la amabilidad, y a la motivación y voluntad común: aportar a la democracia.
Ahí estuvieron Miguel e Itzel, el y la capacitadora asistente electoral del Instituto Nacional Electoral y del Instituto Electoral del Estado de Guanajuato, respectivamente, organizándonos desde semanas atrás, primeros en llegar y últimos en irse para continuar su labor por muchas horas continuas más.
Ahí estuvieron representantes de partido, observando de manera respetuosa y flexible.
Ahí estuvieron emitiendo su voto el 59 por ciento de las personas registradas en la lista nominal de nuestra casilla: jóvenes, viejos, obreros, empresarios, profesionistas, deportistas, académicos, hombres y mujeres cumpliendo su responsabilidad y ejerciendo un derecho.
“¡¿Tú también viniste a votar?!”, dijo un funcionario de casilla dirigiéndose a una niña de cuatro años que acompañaba a su mamá. “¡Sí, yo vine a botar mi pelota!”, respondió la niña con espontaneidad y alegría al tiempo que sacaba de la bolsa de su pantalón una pequeña esfera para, acto seguido, hacerla rebotar de manera lúdica. Ahí estuvieron niñas, niños y adolescentes acompañando a sus mamás y papás, quienes con la ayuda del funcionariado de casilla explicaban cada paso de la votación y su sentido.
Esta dinámica humana ocurrió en mi casilla y seguramente en las demás casillas también.
Regresé muy noche a casa, cansado y satisfecho por la jornada. Acto seguido encendí el televisor y vi los noticieros y escuché a las y los analistas describir las reacciones inmediatas de las y los políticos y candidatos: todos declarándose ganadores, otros quejándose, ninguna opinión reflexiva ni asumiendo la responsabilidad de sus malos resultados, no en ese momento. Y mi cansancio aumentó, y de manera automática vino a mi memoria el recordatorio de los clásicos: “La política es demasiado importante como para dejársela a los políticos” y “La política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano”. Entonces mi motivación se recuperó… un poco.