Viernes, 13 Diciembre, 2024

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Ernesto Méndez: tu madre te abraza…

Divisadero
Opinión

Eliazar Velázquez - Divisadero

Ernesto Méndez: tu madre te abraza…

Ernesto Méndez: tu madre te abraza…

Son las ocho de la mañana del viernes, doña Consuelo Pérez y sus hijas Rosario y Ana María están junto al ataúd de Ernesto Méndez. A pesar de los días y noches de dolor y cansancio la señora se ve entera. La conocí joven, cuando su hijo apenas era veinteañero.

La última vez que había estado en su casa fue hace mucho tiempo para el bautizo de uno de sus nietos, que ahora es todo un joven. Aquel día lejano había música, comida y jolgorio de fiesta, pero vaya vueltas del destino, porque este amanecer lo primero que encuentran mis ojos al acercarme a la puerta de su casa son dos patrullas con elementos de la FSPE fuertemente armados y en actitud alerta. En lugar de la alegría de aquel entonces en las paredes humildes se respira una tristeza que cala hasta los huesos.

Una hermana del fallecido que en aquel festejo de hace dos décadas seguramente escuchaba las florituras de los violines huapangueros desde su tierna adolescencia, con el rostro afligido me relata las penurias que han pasado a partir del momento cuando llegaron al sitio donde sucedió la desgracia. El lugar estaba acordonado, pero de inmediato reconoció a su hermano junto a su camioneta. Solía acudir por las noches a la hora del cierre de su negocio con el que apenas tenía unos meses. Al parecer estaba realizando una maniobra de descarga de cajas cuando fue ultimado cobardemente.

Mientras se consumen las velas encendidas, doña Consuelo dice que cuando emigró a San Luis de la Paz a emprender sus proyectos, y como seguido lo veía agobiado por sus enfermedades ya le había dicho dejara ese trabajó que le quebraba tanto la cabeza, pero él sólo atinaba a decirle que soñaba tener un cuartito en la serranía xichulense para descansar y desprenderse de todo.

Entre las coronas y ramos de flores, como para invocar un pequeño remanso y temas que Ernesto seguramente escucha con atención desde el infinito donde ahora transita, me relata su fórmula para preparar la olla de barro de manera que el pulque salga bueno y el shinastle rinda, su receta para cocinar capirotada, sus trabajos de mujer campesina para sacar adelante la familia. También hablamos del alma que ha perdido su comunidad 5 de Mayo luego de quedar en medio de fraccionamientos y maquiladoras. Pero esa conversación solo es un momento fugaz que sucede a modo de puente entre tantas horas de desgarramiento y el umbral ineludible de comenzar el camino a misa y al panteón.

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Son los últimos minutos que el cuerpo estará en esa casa que lo vio nacer. Vuelven a mí los versos decimales, sones y jarabes que sonaban en ese mismo patio hace 19 años y la imagen de un niño en brazos vestido de blanco, pero la vida ha dado un brusco giro, porque este viernes doña Consuelo no anda apurada haciendo arroz de fiesta como aquel domingo lejano, sino que se dirige al ataúd de su amado hijo que por única vez ha sido abierto para que en la intimidad se despidan los familiares. Con profundo y estremecedor amor se acerca y mira su rostro, lo encomienda a Dios, el llanto asoma en sus ojos como igual estará inundado de lágrimas su corazón. Otro de sus hijos muy joven, le dice a Ernesto que si se encuentra en el infinito con su papá Ricardo, de oficio perforista y fallecido no hace mucho, le diga que lo extraña y lo quiere. El dolor lacera y chorrea en todo ese humilde cuarto asemejando la cera ardiente escurriendo de las velas blancas.

En el recorrido rumbo a la parroquia de San José Iturbide, por esas circularidades de la vida, el cortejo pasa a metros de una vivienda en la colonia La Llorona, donde una noche tal vez del 2006, Ernesto Méndez tocó a la puerta, ya en el interior recibió la noticia de que existía la posibilidad fuera el corresponsal del periódico Correo en la región noreste de Guanajuato. Tenía entonces 24 años de edad, en esas horas el destino lo estaba poniendo en la ruta de probar su tesón para ser reportero.

Esa noche lejana, en que vi su rostro pintarse de emoción y expectativa por el inesperado desafío profesional que le fue anunciado, quién iba a imaginar que luego de haberse arrojado a los mares convulsos de este oficio del modo como él pudo, quiso o decidió, este mediodía de agosto 2022 pasaría tan cerca de esa misma casa donde su camino dio un viraje, solo que ahora a sus 42 años (los cumplió el pasado 1 de febrero) iba en una carroza escoltada por policías y con su madre doña Consuelo al lado del conductor abrazándolo amorosa y digna hasta el último instante.

En el panteón, sus hermanas, hermanos, sus hijos, sus seres queridos, estremecidos pero tejiendo un manto de dulzura que lo acompañe a la eternidad, presencian el momento cuando el ataúd es colocado en la fosa.

Segundos antes que los albañiles echen la primera palada de tierra y cemento, entre sollozos una niña se abre paso entre la gente y coloca un ramo de flores.

Ernesto. Descansa en paz.

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