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Ingenuidades

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Opinión

Staff LC Camargo

Ingenuidades

Me choca ser ingenua, procuro no serlo. No obstante, es irremediable. De repente, casi sin querer, descubro que me trague una píldora ensalivada. El regusto pegajoso es desagradable y siento que me crecieron orejas de burro al no poder ver lo evidente. En esta era a la que hemos dado por llamar ‘de la información’, lo que brinca es la inmediatez. Sí, la inmediatez es una de las formas más elegantes de llamarle a la ingenuidad.

Así, vemos el aumento de las acciones de Tesla en proporciones que podríamos considerar absurdas, ¿quién en esta situación compra un auto tan caro?, la evidencia nos deja ver que hay muchos. Nos enteramos de que Jeff Bezos, el primer trillonario del mundo, decide bajarse de la silla y nos preguntamos por las razones que lo llevan a despedirse en justo en la cúspide de su negocio. Asimismo, de repente vemos como una serie de autorizaciones de emergencia se dan a vacunas que se trabajaron desde distintos laboratorios. Damos nuestro punto de vista, sin bases, pero lo damos. Nos gana la ingenuidad, faltaba más.

Nada más basta asomarnos a las redes sociales para ver cómo hay una serie de personas que opinan: unos prefieren ponerse la vacuna de Pfizer, otros ni a balazos se pondrían la Sputnik V, otros confían más en el laboratorio Moderna y las razones que sustentan sus opiniones nos llevan a sentir ternura. Pero, el opinódromo ya está más acelerado que el segundero, como si cada uno hubiera estado en el laboratorio viendo a los científicos hacer sus experimentos y hubieran estado en la primera línea conociendo los resultados.

No, saber no parece ser una prioridad en estos momentos. Sustentar nuestra forma de pensar en una base sólida resulta sumamente extraño. Parece mentira, pero en el ambiente falta malicia. Nos conformamos con lo que nos dicen nos creemos de las experiencias ajenas. Estamos pasando por una deficiente comprensión del entorno, no nos gusta poner a prueba la inteligencia.

Así, como dijera Voltaire, sin sofisticación, con una dosis exagerada de inocencia, nos abrazamos a la candidez más exaltada. Nos dejamos encandilar y, tal que fueramos nuestros antepasados precuahutémicos, intercambiamos nuestro oro por espejitos creyendo que hicimos la mejor transacción de la Historia. Nos falta información, no porque no tengamos acceso a ella –de tenerla, la tenemos-, sino porque no sabemos ir detrás de los datos relevantes no logramos discernir de lo que es trascendente que lo que no lo es.

Nos dicen una cosa y creemos. Nos dicen que el presidente está enfermo, y con candor creemos que está sano, pero que algo trae entre manos. Hay rumores de que está malísimo y que el Covid le hizo tanto daño que estaba internado en el Hospital Militar y pensamos que puede que sea cierto. Nos muestran un video en que el presidente baja un montón de escalones en Palacio Nacional y decimos que todo está muy bien. Oscilamos como un péndulo sin llegar a darnos cuenta.

No me gusta ser ingenua ni lenguaraz; ni una ni otra. Pero al ver al presidente López Obrador en las imágenes que difundieron, yo no tengo las bases para decir si está sano o sigue enfermo —ojalá ya se haya aliviado—. Lo que sí se puede ver es que está preocupado. En quince días que se retiró a cuidarse, sus correligionarios le hicieron un tiradero en el patio de la casa.

Mientras el presidente estaba restableciéndose, le dieron plataforma a Félix Salgado Macedonio para avanzar en sus aspiraciones para ser gobernador, las marchas pacíficas en la capital de la República se reprimen a golpes por parte de la policía, en la sede de su partido se organizó un bailecito en el que los asistentes andaban felices sin tapabocas y pasaron le dieron cauce a sus intereses en el sector eléctrico.

López Obrador debe estar preocupado y se debe sentir solo. No tiene un delfín que lo haga fuerte, sabe que habrá divisiones. También la oposición está preocupada, si el presidente no tiene un gallo que venga a sustituirlo, en la oposición tampoco se ven grandes candidatos. No podemos ser ingenuos.

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