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Inicia la campaña insurgente de Hidalgo: del pueblo de Dolores a Celaya

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Opinión

Editor Web

Inicia la campaña insurgente de Hidalgo: del pueblo de Dolores a Celaya

Al caer la noche, aquella caravana constantemente acrecentada por más simpatizantes, se situó en las afueras de San Miguel en espera de la actitud que asumiría esta villa. En ella se sabía de la insurrección desde temprana hora, provocando la agitación de la plebe y la angustia de los españoles, quienes permanecían armados y guarnecidos en las Casas Reales, pues temían que Hidalgo los tomara presos, como había hecho con los gachupines de Dolores.

Habiendo salido de Dolores cerca de las doce horas del 16 de septiembre de 1810, la muchedumbre rebelde que se unió al cura Miguel Hidalgo llegó a la hacienda de La Erre un rato después. Allí, con la aprobación del administrador Atilano Martínez, se preparó la comida para las más de 500 personas que componían aquel contingente. El cura tuvo la satisfacción de recibir a un grupo de rancheros de San Felipe, conocidos suyos, quienes al enterarse del levantamiento decidieron apoyarlo y llevaban consigo armas y dinero para la causa.

Muy cerca de este lugar, una escolta militar al mando del teniente José Cabrera se enteraba de la magnitud de la revuelta y retornaba a Querétaro con toda prontitud para comunicarlo a las autoridades. Esta escolta tenía el encargo de apresar a Ignacio Allende y Juan Aldama, acusados de conspirar contra el gobierno virreinal. Se había trasladado a San Miguel el Grande para cumplir su misión; pero, al no encontrar a estos capitanes, viajaba hacia Dolores siguiendo sus pasos.

Habiendo reanudado el avance, el improvisado ejército insurgente cumplió su siguiente etapa al arribar al pueblo de Atotonilco, donde fueron recibidos por el capellán Remigio González y de cuyo templo Hidalgo tomó una imagen de la virgen de Guadalupe, misma que convirtió en bandera de su movimiento.

Al caer la noche, aquella caravana constantemente acrecentada por más simpatizantes, se situó en las afueras de San Miguel en espera de la actitud que asumiría esta villa. En ella se sabía de la insurrección desde temprana hora, provocando la agitación de la plebe y la angustia de los españoles, quienes permanecían armados y guarnecidos en las Casas Reales, pues temían que Hidalgo los tomara presos, como había hecho con los gachupines de Dolores.

La suerte de San Miguel recaía sobre todo en el Regimiento de la Reina que allí tenía su sede, por ser un cuerpo de caballería bien armado y disciplinado, capaz de inclinar la balanza hacia cualquiera de los extremos. Sin embargo, la indecisión de su jefe, Narciso María Loreto de la Canal, retardó su posición; la cual terminó favoreciendo a los sublevados gracias a la influencia que Ignacio Allende tenía entre sus compañeros.

Luego de haber nombrado nuevas autoridades locales y haberse hecho de recursos materiales y nuevos partidarios, Hidalgo ordenó salir hacia Celaya al despuntar el alba del día 19. Horas más tarde llegaron a Chamacuero, donde se ordenó la captura de dos europeos y se supo de los préstamos impuestos a los ricos del lugar por el capitán realista Antonio Linares.

Más adelante, en San Juan de la Vega, tomaron sus alimentos, y desde la hacienda de Santa Rita se solicitó al Ayuntamiento de Celaya su rendición. Como en el caso reseñado, la población celayense se había polarizado ante las noticias provenientes del norte. El pueblo se mostraba partidario de los más de 4,000 insurrectos y se preparaba para cobrar viejos agravios a los ricos. Estos, por su parte, ocultaban sus caudales y se armaban. Solicitaron refuerzos a Querétaro y Guanajuato, que nunca llegaron. Y en su desesperación, un numeroso grupo encabezado por las autoridades huyó a Querétaro, llevándose como protección a la mayoría de los soldados del Regimiento Provincial de infantería.

Conociendo lo anterior, el cura Hidalgo ocupó el jueves 20 la indefensa ciudad, haciendo desfilar a su bulliciosa plebe. Recogió como botín la fortuna abandonada por los ricos en las tumbas del Convento del Carmen… ¡casi 200,000 pesos!… Y al día siguiente se pasó revista a aquella tropa improvisada, concediéndole al cura de Dolores el nombramiento de Capitán General, un error fatal por la ignorancia de Hidalgo en todo lo referente a la estrategia militar.

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