Lunes, 27 Enero, 2025

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La infancia del universo

Las ventanas
Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

La infancia del universo

Una de las grandes inquietudes que ha tenido la Humanidad se basa en sus orígenes. ¿De dónde venimos? Nos tratamos de imaginar cuál fue la chispa que detonó la existencia, nos preguntamos qué fue lo que provocó el estallido que dio paso al universo. Por lo general, miramos al cielo en busca de esas respuestas. La mente humana es magnífica e inquieta, no cesa en el empeño de encontrar soluciones. Por eso, en unas cuantas semanas, el telescopio espacial James Webb se hará a la mar desde California, cruzará el Canal de Panamá y de irá a instalar a Kourou, Guinea Francesa para observar el cielo e indagar sobre la infancia del universo.

La intención de los científicos que están participando en este proyecto es que los dieciocho hexágonos espejo cubiertos de oro y de berilio se abran como los pétalos de una flor y formen una superficie reflejante que capture la luz que ha estado viajando por más de trece mil millones de años. Al menos, eso el lo que el equipo espera. Se trata de capturar ese brillo viajero y de hacer que su brillo nos traiga noticias sobre los años infantiles del universo.

Es fácil olvidar que la luz es una viajera inquieta y que lleva años moviéndose en el universo. Es inquietante pensar que lo que vemos en el cielo en este momento no sea necesariamente lo que está arriba en este preciso instante. Existe una especie de delay —de retraso y falta de sincronía temporal— entre lo que nuestros ojos captan y lo que en realidad hay. Por ejemplo, si miramos al cielo para contemplar la luna, lo que en realidad estamos viendo es la imagen de la luna con un desfase de 1.3 segundos; si somos capaces de distinguir Júpiter en el firmamento, lo que estamos observando tiene un retraso de cuarenta y cinco minutos. Esa brecha temporal entre lo que observamos y lo que es crece conforme aumenta la distancia del objeto avistado.

Por esta razón, lo que los científicos han visto de Andrómeda, que es la gran galaxia más próxima a la Tierra y el cuerpo celeste más distante que alcanzamos a ver sin telescopios, tiene una brecha de tiempo de dos y medio millones de años. Es la luz que emiten los cuerpos celestes, es esta viajera incansable la que estamos contemplando al mirar al cielo. Me encanta la definición de David Helfand, un astrónomo de la Universidad de Columbia que sostiene que el viaje de la luz es una gran ventaja: “Significa que el universo es como la hoja de un libro que tenemos dispuesta a nuestra disposición para leerla; podemos cambiar la página al momento que queramos; si queremos leer lo que pasó hace diez mil millones de años, hay que enfocar la vista en esa dirección”.

Es una belleza darnos cuenta de que la luz nos puede revelar tanta información, de que somos capaces de ver el pasado y encontrar los rastros que ha ido dejando. Claro, el ojo humano no es capaz de ver todo el espectro luminoso. Entonces, al mirar el firmamento estamos viendo sólo lo que podemos. Es como si estuviéramos en un magnífico concierto y nada más tuviéramos la capacidad de apreciar ciertas notas. Por supuesto, queremos gozar de toda la belleza y eso es lo que busca el telescopio James Webb, ayudarnos a apreciar, ser una especie de traductor que nos ponga a disposición eso que está disponible y no podemos ver.

El telescopio Webb buscará mirar la infancia del espacio en el que habitamos. Sucedió lo mismo con el Hubble. Nos empezó a mandar imágenes sublimes que nos emocionaron. Gracias a este telescopio pudimos ver las posibilidades del polvo de las estrellas, el ojo del águila que formó en el universo que emerge del vapor de agua y de las oscuridades de los hoyos negros. El intento es interpretar ese libro abierto que tenemos encima de nuestras cabezas. Ya lo dijo Kepler en el siglo XVII, “parece que Dios nos dejó un libro con las claves de la naturaleza”. Los científicos tienen curiosidad de ver qué es lo que dice.

Sé que mirar en dirección los orígenes puede resultar inquietante. De hecho, pone muy nerviosos a algunos, para muestra, Galileo es el botón. Pero, mirar al cielo y saber que hay alguien que quiere leer la página en donde está inscrita la infancia del universo, me da esperanza. ¿De dónde venimos?Los científicos buscan esa respuesta. Es curioso como en esos términos, la ciencia está llena de fe.  

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