Sábado, 11 Enero, 2025

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La privacidad de un presidente

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Opinión

Editor Web

La privacidad de un presidente

El ámbito reservado que una persona tiene destinado para la exclusividad de unos cuantos o de uno mismo es un paraíso perdido, un tesoro extraviado. No podemos engañarnos: nadie nos lo arrebató, hemos sido nosotros mismos quienes lo hemos descuidado tanto y lo hemos traspapelado en los cajones del olvido. Las redes sociales nos han dado la oportunidad de exhibir nuestra vida y ponerla en un escaparate. Publicamos lo que comemos, lo que estrenamos, lo que sentimos y nos asomamos a una ventana desde la cual muchos nos pueden ver. Sería absurdo que nosotros o nuestros simpatizantes se rasgaran las vestiduras si alguien hace un comentario sobre lo que nosotros mismos ponemos a la vista del respetable.

Desde luego, si nosotros fuéramos tan cuidadosos con lo que consumimos en forma digital como con lo que nos llevamos a la boca, mucha basura jamás hubiera encontrado la forma de correr por las redes. Pero, no podemos dejar de ver que, si el emisor está liberando ciertos mensajes, habrá receptores que los recojan ¬—y tal vez eso sea lo que quieran, tener receptores mansos que abran sus brazos a lo que les quieran lanzar—. No obstante, muchos usarán la cabeza para interpretar, aceptar, criticar o mostrar desacuerdo. El término privacidad se convierte en algo frágil, escurridizo, poco estable. Sus fronteras se desdibujan.

Lo primero que uno debería entender es que, si alguien quiere ser mediático, es difícil invocar a la privacidad o tomarla como un estandarte de un segundo al siguiente. Quienes sacrifican ese escudo protector y se atreven a exponerse, saben lo que perdieron y sus seguidores y círculo cercano también. El presidente de la República es un ciudadano que ostenta una posición pública y también es un personaje mediático, le viene en la personalidad. Además, su salud es un tema de seguridad nacional. Si Andrés Manuel López Obrador es así —y ha sacado tanta ventaja de ello—, es complicado que propios y extraños se moderen al pedir información sobre sus síntomas y la evolución de la enfermedad.

De hecho, fue el mismo presidente López Obrador quien informó que estaba contagiado a través de su cuenta de Twitter. Privilegió a las redes sociales para dar la noticia y luego vinieron días en los que no tuvimos noticias directas de él. Claro que se desataron rumores en todos sentidos. Sus huestes salieron a defender su privacidad, rasgándose las vestiduras y exigiendo aquello a lo que él mismo alegremente renunció. Evidentemente, hay que tomar en cuenta el decoro de la persona y la dignidad del enfermo. No creo que nadie hubiera querido ver al presidente con el termómetro en la boca.

El presidente López Obrador, fiel a su forma de ser, grabó un video en Palacio Nacional. Se le ve bien, de buen ánimo y con un semblante sonriente. ¡Enhorabuena! Es tranquilizante ver al mandatario de pie, caminando por los pasillos y hablando en forma coherente para informar en primera persona lo que siente y lo que hace. Lo sabe, es un hombre mediático.  Por supuesto, las redes empezaron a zumbar. Críticas y aplausos aparecieron de a montones. Hubo de todo como en botica. Ni hablar. Eso sucede cuando alguien se pone en la ventana: se expone a ser visto y no a todos les fascina lo que se ve.

 Una de las críticas más duras y razonables que se están dejando oír es en torno a la necedad de López Obrador. Sigue sin usar cubrebocas, a pesar de que está infectado y es un agente de contagio. Hubo poca sensibilidad para poner a todo el staff de producción del video, como lo hubo anteriormente, con todas las personas que estuvieron a su alrededor y se pudieron contagiar. Tal vez, sus simpatizantes podrían decir que él se creía inmune ya que está revestido por esta protección moral que dice tener. Pero, que ya vimos no fue tan eficiente. Se contagió y puede contagiar.

Y es que, en términos de privacidad de un presidente, como lo es la de cualquier figura pública, son ellos, los receptores los que marcan la pauta. Y, en todo caso, nosotros los que decidimos consumir ese tipo de mensajes o los que los dejamos pasar.

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  • Cecilia Durán Mena
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