La venganza de Félix María Calleja en Guanajuato
Félix María Calleja, no por nada el general más exitoso entre los realistas, determinó perseguir a Allende y los suyos -en quienes veía una amenaza mayor que en el cura de Dolores- y así fue recuperando para el gobierno las principales ciudades del Bajío; entre ellas: Celaya, Salamanca e Irapuato, para ubicarse el 23 de noviembre de 1810 en Molineros, a unos pasos del mineral guanajuatense.
La desbandada insurgente en Aculco frente al disciplinado ejército virreinal dividió a los principales dirigentes sublevados: Ignacio Allende con el grueso del contingente, sobre todo con sus compañeros militares, huyó hacia Guanajuato; en tanto, Miguel Hidalgo, acompañado apenas de cuarenta jinetes, tomó el rumbo de Michoacán, para dirigirse posteriormente a Guadalajara.
Félix María Calleja, no por nada el general más exitoso entre los realistas, determinó perseguir a Allende y los suyos -en quienes veía una amenaza mayor que en el cura de Dolores- y así fue recuperando para el gobierno las principales ciudades del Bajío; entre ellas: Celaya, Salamanca e Irapuato, para ubicarse el 23 de noviembre de 1810 en Molineros, a unos pasos del mineral guanajuatense.
Al día siguiente, Calleja dividió sus fuerzas en dos columnas y él mismo tomó el mando de la primera; la cual ocupó Marfil y por el camino a Santa Ana se dirigió al noroeste de la localidad. La segunda columna, dirigida por Manuel Flon, Conde de la Cadena, se aproximó por el camino de la Yerbabuena. Con esta estrategia se rodeó la cañada, en cuya entrada se habían colocado más de mil barrenos con la intención de sepultar al enemigo bajo toneladas de rocas… Estrategia, por lo tanto, fallida…
El toque de generala y el tañido de las campanas alertó a los independentistas y a los vecinos sobre la llegada de los contrarios. Enseguida tomaron sus posiciones en los sitios elevados que se habían fortificado; pues Allende, a diferencia de Riaño dos meses atrás, había optado por situar sus efectivos en distintos puntos que dominaban la ciudad.
Con todo, la superioridad del armamento y la organización castrense se fueron imponiendo y a las pocas horas los soldados de Calleja se apoderaron de Valenciana, y los de Flon llegaron al cerro de San Miguel. La decidida acometida de éstos y la pérdida de los cañones, creó el desorden entre los insurgentes, quienes no pudiendo ser disciplinados por sus jefes –entre ellos, el esforzado Mariano Jiménez- empezaron a dispersarse.
La llegada de la noche cesó por el momento las acciones; pero hacia las tres de la mañana del nuevo día -25 de noviembre- los insurrectos atacaron con un cañón ubicado en el cerro del Cuarto al contingente de Flon, recibiendo respuesta desde el cerro de San Miguel con una pieza que horas antes había caído en poder de los monárquicos. El fuego, pausado pero constante, despertó a la ciudad; pues las balas pasaban sobre el centro de la misma.
Con el alba, Calleja pudo desalojar a los defensores de su posición en el cerro del Cuarto y descendió hasta los primeros callejones. Allí se enteró de la terrible matanza de más de 200 españoles y criollos que los sublevados mantenían presos en la Alhóndiga de Granaditas.
Con excepción del historiador Bustamante que identifica como líder de esta vil acción “a un negro platero llamado Lino, natural del pueblo de Dolores”, el resto de los cronistas no singulariza el rostro de los criminales y ve como culpable a todo el populacho; como también lo hizo Félix María Calleja en aquel momento.
Por ello, la reacción del general fue contra toda la población. De inmediato mandó fusilar a seis o siete hombres que halló en el interior de Granaditas, sin averiguar si eran malhechores o simples curiosos, y ordenó el degüello de todas las personas que encontraran sus soldados, orden que no cobró gran cantidad de víctimas por encontrarse desiertas las calles y por la intervención del padre Belaunzarán a favor de los inocentes.
Una vez dueño de la ciudad al huir Allende y el resto de sus seguidores, Calleja también dispuso que se levantaran horcas en las plazuelas de San Fernando, San Diego, San Juan, Mexiamora, frente a la Compañía y la Alhóndiga, donde fueron ejecutados: José Antonio Gómez, el intendente nombrado por Hidalgo; Rafael Dávalos, el director de la fundición de cañones; Casimiro Chowell, Ramón Favie, Ignacio Ayala, Mariano Ricacochea, Rafael Venegas, José Ordoñez y cerca de cincuenta insurrectos más.
Finalmente, el 29 de noviembre de 1810, el repique general de las campanas anunció el indulto concedido a la ciudad por el virrey Francisco Javier Venegas, con lo cual terminó el sangriento castigo a los guanajuatenses.