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Las primeras letras

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Opinión

Enrique R. Soriano Valencia - Chispitas del lenguaje

Las primeras letras

Para un lector, el inicio de una obra es fundamental. No en balde es multicitado: «En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…», que es como comienza El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha.

Todas las historias importantes tienen un enunciado que despierta el interés, por múltiples y variadas razones. «Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo» es como inicia la novela de Juan Rulfo, que retoma el mágico pensamiento mexicano muy característico de los primeros días de noviembre, donde convivimos vivos y muertos.

Y qué decir de «En el principio, creó Dios los cielos y la tierra» de la Biblia. ¿A quién no interesaría cómo empezó todo?

Ninguno de los anteriores ejemplos responde al esquema gramatical de sujeto y predicado. La intención de la sintaxis literaria es empezar por los elementos que podrían atrapar el interés del lector. En realidad, así hablamos, buscamos enganchar a quien nos escucha. La escritura tiene el mismo principio: un inicio interesante, intrigante, que con poco insinúe mucho o abra el apetito de la lectura.

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La obra completa más antigua es La Ilíada, atribuida a Homero. Cierto que antes de la obra homérica hubo poemas y oraciones, pero no son amplias, son breves registros, no una obra en forma. La mayoría de los que nos llegan (básicamente en tablillas de barro) son operaciones aritméticas, registros de propiedades, cartas de negocios, contratos y leyes.

La primera palabra de La Ilíada es contundente, impactante: «cólera». Ella nos descubre una obra donde las pasiones –de hombres y dioses– moverán todo el entramado. La literatura refleja el sentir humano, las pasiones que mueven la historia del hombre.

La idea de representar sonidos con signos la heredaron los griegos de los fenicios. Sin embargo, estos últimos escribían sin vocales, lbr ttnc (labor titánica). Los griegos agregaron las vocales y con ello abrieron la posibilidad para que cualquiera, contextuado o no.

La frase más antigua en griego de que se tiene registro pertenece a una taza enterrada con su propietario: «El bailarín que dance con mayor destreza…».

Por su parte, las primeras palabras del castellano se localizaron en el monasterio de San Millán de la Cogolla, en la Rioja, España. Con una antigüedad mayor a mil, son notas al margen de una hoja escrita en latín que un monje copista desechó porque cometió un error. Entonces, reusó el material para anotar ahí en castellano el contenido de la alacena monacal. Es decir, que las primeras palabras identificables en castellano hablan de cantidad de quesos y embutidos. Quizá eso marcó el buen comer de los españoles del norte.

Los inicios en la escritura, entonces, no solo supieron atrapar a una enorme horda de lectores a lo largo de la historia. Gracias a la lectura, la imaginación voló. Ya Einstein enunció su alcance: «La imaginación es más importantes que el conocimiento». Precisamente, la imaginación es la madre de la inventiva y esta hunde sus raíces… en la lectura.

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