Lo que nos dicen los candidatos
“Toda la propaganda de guerra, todos los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está peleando”
George Orwell
Eric Arthur Blaire, mejor conocido como George Orwell, fue una mente lúcida que nos sigue iluminando con sus ideas contemporáneas, a pesar de que pronto estaremos celebrando setenta y cinco años de su muerte. Cada que estamos en temporada electoral, vuelvo a la relectura de “La rebelión en la granja” para abrevar de esa claridad con la que veía a la sociedad.
En esta novela, una antiutopia, los animales de la granja de los Jones se sublevan contra sus dueños humanos y los vencen. Van azuzando a los demás habitantes de la granja, convenciendo a cada uno de lo terrible que era la vida de subordinación por parte de los humanos y lo maravilloso que sería si ellos tomaran el control. Se inflama la esperanza de los animales y logran la victoria. Llegó el mundo ideal. No obstante, siempre hay un momento de la verdad en el que las promesas pasan por el crisol de la factibilidad.
¿Qué pasó? Pronto, surgieronn entre los nuevos sustentantes del poder rivalidades y envidias, y algunos se alían con los amos que derrocaron, traicionando su propia identidad y los intereses de su clase. Eso que es una novela, que es una ficción, nos hace caer en la cuenta de que la realidad no es tan diferente. Así como muchos animales de aquella granja se adhirieron a esa rebelión y luego terminaron peor, así sucede con esos compromisos que se echan a cuesta los candidatos a sabiendas de que no los podrán concretar.
Lo que la lucidez orwelliana nos muestra es una realidad sólida: todos los seres humanos respondemos a nuestros propios intereses y compromisos. Si tenemos esa claridad, podremos hacer un ejericio de imaginación. ¿Con cuál de los candidatos que pretenden dirigir nuestros destinos creemos que nos irá mejor? Pero, no a partir de lo que prometen, sino asumiendo desde la perspectiva individual y propia lo que sería más conveniente para cada persona.
Evidentemente, esta justipreciación está habitada por el riesgo y por la incertidumbre. Así es la vida. No podemos darle la vuelta a estas variables. Pero, a las que sí podemos manejar es a la credibilidad que le damos a todo lo que nos dicen los candidatos. Ya en la antigüedad, Diógenes Laertius, padre de la escuela de los cínicos, aconsejaba apartarnos de las apariencias, tomar distancia del lenguaje que usan porque se puede caer en el engaño.
Diógenes predicaba a favor de la pobreza y la sencillez, de hecho, parecía un vagabundo. Practicaba el arte de la diatriba: más que hablar, daba la impresión de que estaba ladrando. Su discurso era rencoroso y sumamente agresivo. El sabía que ahí descansaba su efectividad. Elevaba el dedo y apuntaba para criticar hábitos y conductas, erigiendose como el ejemplo a seguir. Sus discurso se nutría de palabras furiosas más que de erudición o de disertaciones morales sustentadas.
Y, detrás de la cortina de lo que se puede ver a simple vista, detrás del velo de lo que se escucha, esta lo puro y lo esencial: la verdad. A nosotros como electores, es fácil que se nos encienda la esperanza o que se nos active el encono. Pero, no podemos ser ingenuos. Sabemos que tal como sucedió en la granja de los Jones que nos relata Orwell, cuando los grupos llegan al poder favorecen a unos y se olvidan de otros.
George Orwell sabía muy bien que toda la propaganda de guerra –o política, todos los gritos y mentiras y odio, provienen invariablemente de gente que no está peleando. Lo que nos dicen los candidatos tiene que pasar por nuestros filtros personales.
Todos los hombres y mujeres, mexicanos o de otras partes del mundo, tienen un lado positivo y otro negativo. El positivo lo tienen reservado para sus grupos de interés, el otro lado, imagínense quiénes lo verán. Así que frente a lo que nos dicen los candidatos, habrá que analizar si llegan a estar en el lugar que aspiran, en que lugar vamos a quedar.