Sábado, 11 Enero, 2025

11 ℃ Guanajuato

Maestros

Las ventanas
Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Maestros

“Yo te instruiré y te mostraré el camino a seguir y me ocuparé de ti constantemente”. Salmo 32:8

Todos, en algún momento de nuestra vida, hemos tenido un maestro, una persona que nos ha enseñado algo. Las enseñanzas pueden ser del orden técnico, sin embargo, no lo es todo. Por lo general, son gente que además de impartir conocimiento nos dan harramientas para poder sortear la vida. Nos quedan las tablas de multiplicar, la fórmuila del chicharronero, la tabla periódica, la gramática y la ortografía, claro. No obstante, un maestro de verdad es el que nos abre la puerta a la interpretación, nos dice para qué sirve multiplicar, qué son los elementos químicos, nos ayuda a leer y a interpretar el mundo.

El magisterio es una especie de peregrinaje, en el que maestro y alumnos van emprendiendo el camino hacia el conocimiento. Por supuesto, un guía sabe que no todos los peregrinos llegarán al destino y aún así, emprende y da los pasos. Algunos apreciarán las indicaciones de inmediato, otros lo harán conforme avanza la vida y otros se olvidarán. Como dice Antonio Machado: se hace camino al andar. Cada ciclo es uno nuevo, cada grupo es diferente y cada estudiante es una oportunidad.

La docencia es una actividad de trascendencia. No termina cuando el curso llega a su fin, el compromiso continúa El magisterio no es como un traje que se pone y se quita, no lo puedes colgar en un clavito. Si vas en la calle, en los pasillos de las escuelas o estás en el aula frente a un grupo, eres maestro. Los profesores de verdad reconocen esta responsabilidad y se hacen cargo de ella.

La relación que existe entre un estudiante y su maestro no es clientelar. Un proveedor busca que su consumidor esté contento, le da la razón siempre y si lo que recibe no le gusta, es responsabilidad de quien ofrece, cambiar las veces que sea necesario hasta satisfacerlo a cabalidad. Un maestro es un formador no un abastecedor, ni un distribuidor ni un dispensero. Por lo tanto, ha de entender que los alumnos no siempre tienen la razón y no se las deben de dar con tal de tenerlos felices.

El objetivo no debiera ser una nota, sino el logro del saber. Frente a un maestro, los educandos deben de pedir más: más enseñanza, más exigencia, más preguntas, más perspectivas, más amplitud de miras; y menos complacencia, menos mediocridad, menos pasos en falso.

Me parece que la labor de un maestro es la de aquel que enciende la luz en las mentes de sus pupilos. Es el que plantea las preguntas correctas y da la oportunidad a sus estudiantes de que encuentren las respuestas, es el que acerca las herramientas y les muestra como usarlas. No es el que entrega el pescado asado en bandejas de plata y oro, es el que les pide que traigan su caña y les ofrece una serie de carnadas con las que lograrán la mejor pesca posible, según sus circunstancias.

Lo difícil de ser maestro es lograr el equilibrio entre la paciencia y la exigencia. Ese equilibrio es el que propulsa los mejores resultados. Los profesores somos como esas abejas obreras del panal, nos dedicamos a polinizar, nos llenamos las manos de polen —polvo de gis—, nos conectamos a alguna plataforma y buscamos trascender tiempo y distancia para que el conocimiento germine.

Insisto, todos tenemos un maestro al que recordamos. Algunos guardamos un recuerdo ácido y amargo de un flojo que no llegó, de un torturador que se le pasó la mano, de un complaciente que me dijo que sí a todo, de uno que dejó copiar, de otro que nos puso diez sin merecerlo y de aquel que nos dio una calificación menor que la que esperábamos. Los hubo buenos y malos, así es el magisterio.

Pero, en nuestro recuerdo, aparecen los que llegaron al salón puntuales, los que despertaron nuestra curiosidad, los que nos ayudaron a dar nuestro resto, los que impulsaron nuestra mejor versión. Esos mentores, maestros y profesores que han dejado buena semilla en sus alumnos son los que nos evocan buenos recuerdos y, claro está, agradecimiento.

Temas

  • Cecilia Durán Mena
  • Las ventanas