Orgullo por la adopción
Las madres y los padres adoptivos orgullosos de su parentalidad lo reflejan en su actitud y conducta cotidiana. Sus hijas e hijos suelen estar vacunados contra los efectos dañinos de la crítica, prejuicio y discriminación al que se puedan enfrentar, pues para estos la voz amorosa de sus padres resuena en el interior con tal potencia que cualquier crítica queda hecha un susurro.
Lo anterior no significa que no les afecte ser blanco de críticas y discriminación, pues se trata de seres humanos, por lo tanto, seres sensibles, emocionales, con capacidad para pensar sobre lo que sienten. Puesto que los malos tratos nos afectan a todos los seres humanos, el respeto debe ser garantía en las relaciones interpersonales, sin importar la condición, el sexo, la raza, etcétera.
No obstante, vivimos en una sociedad con alta discriminación. Sucede que a pesar de que existen infinidad de formas de ser familia, diversos sistemas familiares, en el imaginario social persiste la idea de la familia nuclear, con cónyuges heterosexuales e hijas e hijos biológicos. Y todo lo que se salga de tal modelo corre el riesgo de convertirse en blanco de críticas dolosas.
¿En qué se sostiene la discriminación? En la ignorancia. En el desconocimiento. En el no saber, combinado con la falta de interés por conocer lo diverso.
Es desde ahí que, a la fecha, en pleno siglo XXI, las familias adoptivas no gocen de tranquilidad total, pues la figura de la adopción sigue siendo utilizada para hacer comedia, muchas veces de manera despectiva; y con no poca frecuencia reciben preguntas imprudentes, o insensibles, etcétera.
¿Qué hacer para que las hijas e hijos adoptados no resulten perjudicados por esta falta de sensibilidad en la sociedad contemporánea? Dotarlos de seguridad en sí mismos y de autoestima. ¿Cómo hacer esto? A través del amor incondicional, el cuidado sensible, la protección pertinente y la guía sapiente.
Toda niña y todo niño necesitan sentirse importante para alguien. La filósofa y psicoanalista Alice Miller nos recuerda que “el bebé necesita sentirse seguro de que será protegido en cualquier situación, de que se deseó su llegada, y de que alguien escucha sus gritos, atiende a sus miradas y alivia sus temores. Necesita la certeza de que alguien calmará su hambre y su sed, cuidará cariñosamente su cuerpo y nunca desatenderá sus necesidades”.
Para que lo anterior sea una realidad en la mente y en el corazón de la hija o del hijo adoptivo, se requieren padres con la capacidad de amarle incondicionalmente. Es decir, de amarlo por el simple hecho de haberlo decidido, por el hecho de haberlo deseado como hijo.
Las palabras de Miller dejan claro que no se trata de decirle al niño: “Yo te protejo, te escucho, te proveo, te cuido con cariño, cuentas conmigo”, pues esto sólo proporciona un saber cognitivo, racional, pero no garantiza que lo sienta en el fondo de su corazón. Se trata, pues, de convertir las palabras en hechos cuando así lo requiere la hija, el hijo. O sea, protegerlo de los peligros y del estrés tóxico, escuchar y observar sus conductas, detectar las necesidades que estas encierran y devolverle aquello que las cubra. Se trata de cuidarlo con cariño durante el largo proceso de crianza y formación.
Lo anterior le aportará seguridad y autoestima, pues una niña o un niño que tiene la sensación de protección, cuidado, amor, atención, etcétera, es alguien que no sólo se siente valioso, sino también importante para esos adultos que están al pendiente de cada paso de su existencia.
Las madres y los padres que se encuentran orgullosos de su parentalidad adoptiva despliegan sus funciones con espontaneidad nutren, estimulan, reconocen, organizan, habilitan, forman a sus retoños, permitiéndoles experimentar la maravilla de sentirse deseados y no necesitados, sentirse sujetos libres y no objetos de propiedad.
Estas niñas y niños tienen una autoimagen positiva, una percepción segura y confiable acerca de sus padres y, en extensión, una mirada optimista hacia la vida. De ahí que cuando reciben críticas de otras personas de su entorno, se sienten afectados, pero sienten, saben y pueden defenderse y protegerse de dicha crítica, procesar el malestar y, con la ayuda de sus padres, darle un significado viable a dicha experiencia desagradable.
La fuerza de las niñas y de los niños está en la mirada generosa, benévola y amorosa que sus padres le regalan, elemento fundamental para un día adquirir la autonomía plena.
Gaudencio Rodríguez Juárez
Psicólogo / gaudirj@hotmail.com