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¿Quién era Sunao Tsuboi?

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Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

¿Quién era Sunao Tsuboi?

El mundo está de luto. Sunao Tsuboi, uno de los pocos sobrevivientes del bombardeo atómico de Hiroshima, murió el pasado veinticuatro de octubre a causa de una arritmia cardiaca. Tenía 96 años. Tsuboi dedicó la vida entera a hacer campaña contra las armas nucleares, presidió Nihon Hidankyo, el grupo nacional de sobrevivientes hasta el último momento de su vida.

Tsuboi era una figura emblemática, un símbolo viviente, un testigo de uno de los eventos más atroces que la Humanidad perpetró contra sí misma. Tenía veinte años cuando sobrevivió en forma milagrosa a la bomba atómica lanzada por Estados Unidos sobre Hiroshima, su ciudad natal, el 6 de agosto de 1945, en los últimos días de la Segunda Guerra Mundial.

Aquel día en el que el Enola Gay, un bombardero Boeing-29 Superfortress que era piloteado por Paul Tibbets quien lanzó a Little Boy, —como se le nombró a la bomba atómica—, se destruyó casi por completo a la ciudad de Hiroshima. Sunao Tsiboi sufrió quemaduras graves y perdió parte de una oreja. Cayó desmayado. Tardó cuarenta días en recuperar la conciencia. Al despertar, la guerra había terminado. Estaba tan débil que pocos apostaban a que lograra sobrevivir. Lo logró. Según cuenta el propio Tsiboi, quedó tan cubierto de cicatrices que al principio sólo podía arrastrarse por el suelo.

“Querían matarnos. No cabe duda sobre eso”, dijo Tsuboi en una entrevista que concedió a The Associated Press en 2013. Sus palabras eran contundentes, no obstante, no fueron pronunciadas con afanes revanchistas ni de división. Por el contrario, buscó siempre ser un referente que le hiciera ver al mundo que ante la destrucción no hay que seguir dividiendo a la Humanidad sino tendiendo lazos de concordia.

La muerte de Sunao Tsuboi nos recuerda a las más de 140.000 personas que murieron en la ciudad de Hiroshima, pero más que nada nos hace reflexionar en torno a una vida dedicada a hacer campaña para erradicar las armas nucleares. Después de la Segunda Guerra Mundial, uno de los miedos más atroces que se albergó en el inconsciente colectivo de la Humanidad era que alguien lo volviera a hacer, que algún dedo apretara el botón y la Tierra estallara en mil pedazos. Su voz resonó en el planeta. De hecho, conoció a Barack Obama en aquella visita histórica en la que un presidente estadounidense en funciones visitó Hiroshima.

El acto fue de un simbolismo extremo. El presidente de la nación atacante ponía pies en la zona de desastre. Y, en esa condición, se dieron la mano y conversaron. Aquella fue la primera visita oficial del Jefe del Ejecutivo de los Estados Unidos a la ciudad de Hiroshima desde el ataque, que se lanzó hacia el final de la Segunda Guerra Mundial cuando los Aliados hicieron retroceder a Japón.

En aquella oportunidad, Tsuboi declaro con alegría: “Fui capaz de transmitir mis pensamientos”. Contó que “desnudo, traté de huir durante unas tres horas el 6 de agosto, pero finalmente ya no pude caminar. Recogí una piedra, escribí en el suelo Tsuboi muere aquí” y eso fue lo último que recuerda antes de desmayarse. No sabe cómo fue que llegó al hospital ni quien lo llevó ni nada de lo que fue su inconsciencia de días. Expresó su alivio al enterarse de que la guerra había terminado.

La muerte de este ilustre japonés hace que el mundo esté de luto, pero también nos da la oportunidad para reflexionar en torno al legado de este hombre. Su lucha queda inconclusa. Su tarea tiene que continuar y alguien debe tomar la estafeta de relevo. Hoy, en el mundo, sigue habiendo pruebas con armas nucleares. Parece que no aprendimos la lección. Los testimonios de personas como Tsuboi y su misión deben ser semilla que germine en los corazones de los seres humanos. Debe ser un recordatorio para tender lazos de amistad, para generar un tejido social amable en vez de estar perorando a favor de la división.

El planeta está triste por la muerte de un luchador, pero está asustado porque una voz legítima se acaba de extinguir. No debemos olvidar su lucha ni aquello por lo que batalló cada día, desde que vio caer la bomba en Hiroshima hasta que exhaló su último aliento.

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