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Sin pantuflas, cinturón ni corbata

Las ventanas
Opinión

Cecilia Durán Mena - Las ventanas

Sin pantuflas, cinturón ni corbata

Dice el dicho popular que a toda capillita le llega su fiestecita. El miércoles, Emilio Lozoya Austin dejó las pantuflas en casa, se puso zapatos, se vistió para ir al juzgado y antes de que acabara el día, lo metieron a una celda sin cinturón ni corbata. Adiós a la libertad, a andar dando la vuelta y cenando en restaurantes lujosos. Ahora, el horizonte lo delimita el muro de un calabozo. La noticia corrió con pies veloces, la consignaron diarios nacionales y extranjeros. El juez decidió que ya estuvo bueno y a la Fiscalía General de la República le pareció suficiente de ser el hazmerreír de su testigo estrella que prometió cofres de oro y no entregó ni cacahuates.

La arrogancia es hermana de la estupidez, no cabe la menor duda. Emilio Lozoya Austin jaló la cuerda tanto que la reventó. No supo medir ni entendió las proporciones del juego de fuerzas. Lo peor es que no se dio cuenta del momento en el que rompió el acuerdo y le llenó el buche de piedritas al señor presidente y a la gente de la cuarta transformación. Dicen los que estuvieron en el juzgado que el extitular de Pemex perdió la sonrisa y cambió la suficiencia por una cara de desconcierto. No supo ni por dónde le llegó el golpazo que lo dejó en la lona y lo alojó en prisión.

Ni hablar. Una persona inteligente es la que sabe caminar al filo del abismo, pero los que se pasan de listos son los que terminan la historia con un resbalón y cayendo al fondo del despeñadero. ¿Pero, qué necesidad?, preguntaba con gran sabiduría Juan Gabriel. Todo le estaba saliendo bien, su estrategia corría por buenos caminos. Desde su llegada a México, en julio de 2020, se dedicó al difícil juego de la seducción y lo había jugado en forma prístina. Él prometiendo y la Fiscalía creyendo.

La apuesta de Lozoya era ambiciosa y atractiva. Se decidió apuntar a lo más alto de la pirámide del poder mexicano para lograr benéficos acuerdos para su causa. Un quid pro quo en el que se señalaría al expresidente Enrique Peña Nieto y su mano derecha, Luis Videgaray, de orquestar y planificar una red de sobornos de millones de dólares que fueron repartidos entre la campaña electoral del PRI en 2012 y los pagos a legisladores de la oposición para aprobar la reforma energética del año siguiente a cambio de comodidades y privilegios.

Y así, promesas y promesas fueron y vinieron; las evidencias lo aniquilaron. Después de todo este tiempo, Emilio Lozoya Austin no fue capaz de aportar nada. Lo único que le dio al fiscal Gertz Manero fueron sofocos y motivos de regaño. Podemos imaginar al presidente López Obrador dando el ultimátum: ya estuvo bueno con los acuerdos, se agotaron los privilegios.

Llegó un momento en el que tanta amabilidad con un delincuente confeso era insostenible. El antiguo integrante del círculo cercano al peñismo había gozado de restricciones muy suaves, privilegiadas, a pesar de estar formalmente imputado por delitos graves de corrupción debido al acuerdo tan polémico con la Fiscalía bajo la figura de colaborador protegido por el caso Odebrecht. Se le puso final a una situación que generaba indignación social acalorada.

La prisión preventiva justificada en su contra llegó tarde y mal, justo unos cuantos días después del escándalo de las fotografías en las que aparece el exdirector de Pemex encantado de la vida, conviviendo con un grupo de amigos en un restaurante de la capital del país. Las imágenes fueron parte de las pruebas de la defensa de Pemex para asegurar que el exdirectivo no estaba cumpliendo con las medidas cautelares dictadas por la Fiscalía, aunque todos sabíamos que el señor Lozoya andaba dando la vuelta por muchos lugares haciendo gala de sus privilegios.

La arrogancia es mala consejera, hace que no se mida con la justa dimensión a amigos y a enemigos. Imagino que a Emilio Lozoya le falló el cálculo de fuerzas en este juego de venciditas. El presidente de la República tiene músculo y con independencia de la Fiscalía General de la República, eso de andarse exhibiendo debió causar muchísima molestia en Palacio Nacional. Lo que se ve, no se juzga. Veremos que sigue. Lozoya tiene dientes filosos y colmillos retorcidos. En este terreno, el más chimuelo masca tuercas.

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