¿Conoces las leyendas de Celaya? Adéntrate en el miedo
Celaya. Gto.- Entre las calles, callejones y casas de Celaya, existe la magia, historias de desgracias y terror que se convirtieron en leyendas, desde almas en pena, títeres malditos y espectros vengativos, conoce las leyendas que inundan la capital de la cajeta y la industria.
Los títeres del Capi Oviedo en leyendas de Celaya
En Celaya habitaba José Oviedo, un famoso titiritero, apodado por sus amigos como el Capitán. Ofrecía espectáculos en la ciudad e incluso era contratado de forma privada con sus más de 33 títeres de gran calidad artesanal.
Sus historias contaban leyendas, la Llorona, Cruz Diablo, Barca Azul, bailes, y cualquier historia que amenizará una velada para chicos y grandes.
Una noche, mientras el Capitán repasaba una posible obra de teatro en su sillón, observó de reojo que el soporte donde sus títeres colgaban se movía, no solo eso, sino un sonido de madera provenía de la tarima que utilizaba de foro, uno que se asemejaba extrañamente a cuando sus títeres se golpeaban entre sí.
El titiritero se acercó inmediatamente, temiendo que algún animalejo se hubiera metido, vaya sorpresa que se llevó al observar a sus títeres moviéndose, fue una noche mala para el Capitán.
A la mañana siguiente, la pesadilla no se había terminado, la tarima estaba desordenada sin los muñecos, y todos los títeres bailaban afuera.
Desesperado, el Capitán recurrió al cura, el cual lo tranquilizó y le comentó que quizás, se debía a la falta de sueño, al estrés y su imaginación.
Las funciones continuaron, pero un día, el Juez, una marioneta giró su cabeza y observó al Capitán, mientras abría la boca y le dedicaba un gesto horroroso.
Esta fue la señal para dejar su oficio, dejó las funciones y enterró sus títeres en el patio de su casa. Años más tarde, aquellos desafortunados les tocaba escuchar el movimiento de las marionetas de madera, danzas e incluso aplausos, enfermándolos de miedo.
Las marionetas aún pueden ser visitadas en el Museo de Celaya.
La niña de la Alameda
Existe un alma sin descanso en las calles del centro de Celaya, una pequeña niña que solicita ayuda a los taxistas que transitan por la zona.
Cuenta Don Javier, un taxista de 50 años, que una noche de julio iba pasando las calles en su taxi, cuando una pequeña figura solicitó el servicio, extrañado se paró, pues eran pasadas la medianoche.
La niña de piel blanca, cabello dorado y rizado estaba parada enfrente del Mercado Morelos, e ingresó rápidamente al automóvil en el asiento trasero, solicitó ir a la Alameda, pues anhelaba jugar en el lugar, lleno de juegos.
Don Javier preguntó a la niña por sus padres, ella no contestó, pensando que no lo había escuchado, el taxista no le dió importancia y decidió seguir con el camino.
Al llegar a la Alameda, el lugar se encontraba desierto, volvió a preguntar por sus padres, mientras la veía nuevamente, ella estaba embelesada con los juegos. Insistió, no obtuvo respuesta, le pidió el dinero, nada, se acercó a ella y la bajó del carro, ahí se dió cuenta de que algo no estaba bien, un frío lo recorrió, se subió al coche y salió huyendo de ahí.
A la mañana siguiente, decidió contar la historia entre sus compañeros taxistas, uno de ellos, un señor anciano comentó que hacía mucho tiempo, una niña que iba en camino a los juegos de la Alameda, fue atropellada por un taxista, desde ese momento, ronda por las calles de la ciudad, solicitando ir a los juegos a los que nunca pudo llegar.
La mujer con cabeza de caballo
Hace siglos, existía una mujer muy hermosa, de rostro y facciones magníficas y de un cuerpo espectacular. Con sus innumerables pretendientes había uno que llamaba mucho su atención, pues era muy adinerado.
En una ocasión él la invitó a salir, pero la mamá de ella se lo impidió, la hermosa mujer, encaprichada y furiosa, levantó el brazo para golpear a su madre, pero al momento, una voz la paró en seco, diciendo:
Te maldigo, ahora eres una mujer maldita. Todo por levantarle la mano contra la persona que te dio la vida. Por los siglos de los siglos, atraerás a los hombres, pero tu rostro de bestia los alejará
Esta mujer se aparece a los hombres lujuriosos y alcoholizados que se dejan llevar por sus encantos, muchas veces vista en zonas alejadas y vulnerables como en la carretera o en puentes, especialmente un desnivel famoso en Celaya.
Con un vestido que revela su sensual cuerpo y una sedosa cabellera es fácil dejarse llevar, pero cuando están cerca y a solas, revela su rostro equino y espeluznante.
La mujer enlutada de San Francisco
Un carruaje aparece por el andador de Góngora, con sus caballos alebrestados, recorré el camino hasta ingresar al antiguo Cementerio de San Francisco, al acercarse a la acequia del agua aminoraban la carrera, es entonces, en la bola del agua, cuando el cochero abre la puerta del carruaje, extiende la mano, y recibe una mano enguantada en encaje de color negro: una mujer de elegante porte, vestida de un hermoso vestido de color negro, con un velo sobre el rostro.
Ella se acerca a las puertas del templo de San Francisco, las golpea con insistente frenesí.
No hay respuesta, así que la dama atraviesa las puertas e ingresa a la parroquia. Pasado algún tiempo la mujer de negro sale del templo para regresar al interior del carruaje.
El cochero vuelve a su puesto y vuelven a su camino; mientras los caballos a todo galope se pierden por la calle del Molino con rumbo desconocido.
La gente de Celaya al enterarse de esta aparición comenzó a hacer sus propias teorías; unos (por no decir la mayoría) decían que era la Mismísima 'llorona, mujer que ha dado de que hablar por todo el país y aseguraban que al tocar la puerta solía lanzar su conocido e inigualable gemido de "Aaay mis hijos" que en el viento de Celaya hacía mella y erizaba los cabellos de quien lo escuchara.
Otros se atrevían a asegurar que era la antigua señora de la Hacienda de Santa Rita; decían que en una noche de celos tomó un cuchillo y se dirigió al lecho donde descansaba su marido pasándole el filo del mismo por el cuello; aún poseída por aquel demonio del celo fue donde sus hijos y los abrió desde la garganta hasta el estómago.
Cuando reaccionó subió a la parte más alta de la hacienda y se lanzó al vacío. Dicen que las autoridades religiosas le negaron sepultura en camposanto, pues el cometer suicidio era penado aun después de la muerte. El cuerpo de la mujer terminó por ser aventado a una fosa común que había en el Cementerio de la Santa Cruz, y ahí entre criminales y mal vivientes acabó su cuerpo sin permiso a recibir ningún auxilio espiritual que ayudará a que su alma descansara en paz.
La mujer aquella quedó condenada por Dios a regresar del más allá para ir a San Francisco a pedir perdón a la Purísima Concepción por los pecados que cometió.
Si quieres comprobar la veracidad de lo que te digo ve en una noche, cuando no brille la luna sobre Celaya, pues dicen que aún se logra ver la aparición quizá corras con suerte y puedas llegar a contemplar a la enlutada, que a pesar del tiempo aun hace acto de presencia en la ciudad de Celaya.
La rodilla del diablo
En la calle del Refugio, que después se llamó Tepetate y actualmente Aztecas, antiguamente había una piedra laja que embonaba perfectamente con una rodilla y que delimitaba la esquina con la actual calle de Obregón; se propició una de las leyendas más conocidas y populares de Celaya.
Se cuenta que un capataz de las obras de reconstrucción que realizaban los sacerdotes en la Celaya de entonces, tenía por costumbre elegir entre los candidatos a los mejores y más saludables hombres y para tal objeto y evitarse trabajos de elección, mandó poner la famosa piedra laja que daba a la altura requerida de una persona físicamente bien constituida y a determinada distancia había dos hoyos en dónde también debían embonar los dedos índice y pulgar y quien pasaba esta prueba, casi automáticamente estaba contratado por el capataz de amarras.
La gente decía que este consejo se lo había dado un capitán que un día se había aparecido en la obra, vistiendo una enorme capa dragona y cubriéndose el rostro con una parte de dicha capa, que era de color negro.
El capataz, ni tardo ni perezoso, acepto tal consejo y ello le daba más tiempo de estar acostado tomando pulquérrimo y aguardiente.
Dicen que atenazado por la necesidad un día llegó un jovencito, casi un niño, pero bien desarrollado, que dió las medidas perfectas en la piedra y de inmediato empezó a trabajar; pero al no dar el rendimiento de la gente adulta, el capataz descargó su ira nacida de la embriaguez sobre la espalda y rostro del jovencito, destrozándole la nariz y dejándolo casi lisiado del brazo izquierdo.
Al ver los compañeros que el muchacho ya estaba desfallecido, detuvieron el brazo del verdugo y en ese momento vieron un rostro desfigurado que tenía “espuma en la boca” y uno de los trabajadores le aventó un escapulario, que al tocar el cuerpo del malvado golpeador vieron que no era otra cosa que el capitán de la capa dragona, que al recibir el roce del escapulario inmediatamente se echó a correr, perdiéndose por el lado norte de la ciudad.
Todo se dedicaron a atender al joven y fue hasta entonces que vieron al capataz dormido, perdido de tanto embriagarse y que ni cuenta se dió que el demonio lo había suplantado. Al enterarse el sacerdote encargado de la obra, dió de baja al irresponsable capataz.
Bendijo la piedra y no hizo aprecio de la conseja que existía y por lo mismo no ordenó que se quitara de su lugar.
La piedra estuvo por años y años y fue hasta 1960 cuando se empezó a lotificar el rumbo de aztecas que la piedra fue quitada de su lugar y con ello se perdió la tradición de muchos niños, que para medir su valor acudían a medir su rodilla en la piedra y a meter los dedos en las hoquedades.
La gente evitaba pasar por el lugar, pues no dejaban de sentir cierto escalofrío al recordar que la piedra que ahí existía la había puesto personalmente el demonio.
Tomado de Imagen de Celaya, tercera edición. Recopilación histórica de Abigail Carreño de Maldonado. Páginas 212-213
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