Con fuerza y dedicación, gaseros de Guanajuato desafían los empinados callejones en la capital


Juan Carlos Sánchez, un gasero que enfrenta las dificultades del día a día en Guanajuato. Foto: Héctor Almaguer
Guanajuato, Guanajuato.- En el laberíntico corazón de Guanajuato, donde las calles son escaleras y los callejones se pierden entre las laderas, transitan unos héroes que sostienen, en parte, la vida diaria de la ciudad: los gaseros. Hombres hercúleos que, a base de fuerza física, llevan la energía del fuego hecha gas hasta los hogares ubicados en los cerros y callejones de la ciudad.
Con el amanecer como testigo y el sol abrazador como compañía, estos hombres tienen una labor que ningún otro gasero en el estado tiene. Ellos cargan sobre sus espaldas los pesados tanques de gas a través de los callejones y empinadas pendientes de la cañada guanajuatense. Si no fuera por sus esfuerzos, esos tanques que calientan hogares, cocinas y regaderazos matutinos jamás llegarían a su destino.

Ser gasero en Guanajuato no es un trabajo para cualquiera. Es una labor que desafía al cuerpo y al espíritu, una lucha entre el esfuerzo y la voluntad. Las calles empedradas y los angostos callejones, intransitables para los automóviles, obligan a que estos hombres asciendan a pie, llevando consigo no solo el peso del gas, sino también el peso de la necesidad de quienes los esperan. Cada paso es una prueba de resistencia; cada gota de sudor, un tributo al ingenio y la perseverancia que caracteriza a los capitalinos.
Juan Carlos Sánchez Chávez, hombre duro y de pocas palabras, tiene 25 años dedicándose a este oficio. Cuando se le pregunta cómo es llevar a cabo ese trabajo, lo único que contesta es que “es pesado”.
Aunque él no tuvo la oportunidad de estudiar más que hasta segundo de primaria, su trabajo y el sudor de su frente le han permitido sacar adelante a su familia.
Él comenta que la venta de cilindros de gas ha bajado mucho en los últimos años, con la llegada de los calentadores solares. Si antes entregaba 10 o 15 tanques al día, ahora hay ocasiones en que se venden seis o siete tanques, pero hay días en los que no le piden ninguno.
Juanito, como le dicen todos en el barrio, asegura que lo más difícil de su trabajo es cuando le tocan casas muy bajitas o con espacios muy reducidos, ya que es muy complicado entrar cargando el tanque y maniobrar en ese tipo de viviendas.

En su andar por los callejones y empinadas subidas, los gaseros se convierten en parte del sonido vivo de la ciudad. Sus gritos resuenan entre las paredes de cantera, anunciando su llegada con un anuncio que rompe el silencio matutino. “¡El gas!”, claman, y las puertas se abren, las sonrisas surgen, los niños los miran con admiración. Su fuerza parece casi sobrehumana a sus tiernos ojos.
Juan Carlos comenta que la mayoría de la gente lo recibe con agrado, le ofrecen un vaso de agua o de refresco y le dan una propina. Sin embargo, hay casos en los que sube el cerro entero y los clientes no le ofrecen ni un vaso de agua, y mucho menos le dan un peso de propina, lo cual hace la labor un poco más amarga.
Los gaseros de Guanajuato, como Juan Carlos, son un reflejo de la esencia de la ciudad: una urbe que, a pesar de sus retos geográficos, nunca deja de latir. Los gaseros, como los mineros de antaño, encarnan esa persistencia que desafía la adversidad y que encuentra belleza en el esfuerzo.

Aunque su labor es esencial, muchas veces pasa desapercibida. Pocos se detienen a pensar en el sacrificio diario de estos hombres, en las historias que llevan consigo mientras suben y bajan los callejones. Sin embargo, basta observarlos por un instante para comprender que su trabajo no es solo una forma de ganarse la vida, sino también un acto de entrega y dedicación, porque en cada tanque que cargan, llevan también el espíritu indomable de una ciudad que, a pesar de todo, sigue adelante.
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