En rehabilitación contra adicciones, mujeres de León reescriben sus historias
“Fue la oportunidad de ir sanando tantas heridas, ir cambiando mis miedos, frustraciones, mis inseguridades”, dice una de las mujeres
Ivonne Ortiz
León.- Convertidas en psicólogas, contadoras o maestras, las mujeres que entran al Centro de Rehabilitación La Magdalena, en la colonia León I, saben que su historia está siendo reescrita. Por su propia voluntad, mujeres y adolescentes dejan atrás el cristal, la marihuana o el alcohol para reincorporarse en la sociedad y ser ellas las luchadoras que inspiren y ayuden a otras adictas.
Laura tocó fondo. Su vida se iba en días alcoholizados en las calles de Acapulco, Guerrero a los 15 años. No le veía sentido a nada y la bebida era su refugio.
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“Mi situación siempre era en una cuestión de desobediencia, mis padres son separados. Mi madre siempre neurótica y corriendo con todos sus hijos. Yo soy una persona que trató de buscar una identidad, vivía inconforme con la vida que me tocó, los gritos en la casa, para mi era más fácil salir de casa, porque no me agradaba esa forma de vivir”, cuenta la hoy contadora de 33 años que regresa a compartir su experiencia con las internas para apoyarlas.
“Una mala decisión” llevó a Laura por el camino que considera ella equivocado. Pero una cena de Navidad a la que la invitó una conocida le mostró la verdadera soledad, y ese día quiso cambiar su rumbo.
“Yo recuerdo que en esos momentos cuando estaba ahí, esa soledad de estar con gente que no conocía, veía como su familia se acercaba con ella. Ese deseo de querer regresar un momento con mi familia, prácticamente veía como mi vida se había ido y que yo no podía sentirme parte de ellos porque era gente que ni siquiera conocía. Yo recuerdo que preferí salirme y regreso nuevamente a la casa a drogarme y llorar por tanta desesperación de: ¿Cómo regreso a mi casa, cómo cambio mi vida?”, dice.
En la calle, alcoholizada y drogada, su familia la buscó cinco años después. Vio a su madre, la abrazó y lloraron juntas. Ese día decidió cambiar su rumbo porque “lo había perdido todo”.
Hoy ve su pasado como “una mala decisión”, pero el reencuentro con sus seres queridos le hizo repensar su vida y aceptar el internamiento en La Magdalena en la Ciudad de México.
“Tuve la oportunidad de conocerme los primeros años, dos o tres años en los que estuve interna. Escuchar muchas experiencias, mi dolor, mi sufrimiento. (…) Fue la oportunidad de tener que ir sanando tantas heridas, ir cambiando mis miedos, frustraciones, mis inseguridades”.
Laura actualmente es licenciada en Contabilidad y tiene un diplomado en Finanzas. Con una sonrisa y un cuerpo repuesto, la mujer empoderada afirma que hay otro camino.
Sororidad entre las internas
Veinte historias similares a la de Laura se viven en el Centro de Drogadictos Anónimos Grupo La Magdalena, que son parte de La Búsqueda. Ellos cuentan con dos centros para mujeres, el otro está en la Ciudad de México.
Noemí, licenciada en Psicología y Trabajo Social, y presidenta del Centro de Rehabilitación para Mujeres, describe su pasado como “una vida de soledad y de amargura” en un mundo de adicciones. Hoy no tiene nada más que “regresar lo mismo que a mí me dieron, esa bendición de saber que no estoy sola. Que cuento con el apoyo de otras mujeres para cambiar mi forma de ser, pensar y de actuar”.
El tiempo de internamiento para las mujeres y adolescentes que llegan a La Magdalena es de tres meses. Si ellas lo desean pueden permanecer más tiempo. También hay quienes incluso después de graduarse de una carrera profesional, como Laura, regresan paulatinamente para ayudar a las compañeras y compartir su experiencia.
Las instalaciones y condiciones
El centro de rehabilitación, que es un edificio contiguo al grupo de hombres pero está totalmente separado, tiene dos pisos. Ambos tienen el mismo acomodo: una habitación compartida con literas para cada interna, salones de talleres como cocina y costura, un área de esparcimiento y comedor. En la planta baja están las menores de edad (de 15 a 17 años), y en la alta las mayores de 18 años.
Las internas tejen sus historias en el taller de costura, esto es parte de la terapia ocupacional que reciben. Aunque también se tienen que hacer cargo de los mandiles que los hombres ocupan para la elaboración de campechanas y galletas. Mismas que ellos salen a vender para recolectar cooperaciones voluntarias.
Al preguntar por qué los internos no hacen sus propios mandiles o toman el taller de costura, la directora comenta que prefieren mantener los grupos separados (entre hombres y mujeres) para evitar distracciones y dar confianza a las mujeres.
Además de costura, las internas fabrican manualidades, aprenden cocina y reciben terapia deportiva. “Jugamos, gritamos, cantamos”, dice la responsable del centro de rehabilitación.
“Son talleres donde entran a capacitarse para tener una vida productiva en la sociedad”.
La terapia más importante, de acuerdo con Noemí, es la grupal. Ahí las mujeres narran sus experiencias, dolores o traumas para sanar.
“La terapia grupal que es muy importante, creo la mejor, para que todas tengamos ese deseo de salir adelante a través de los 12 pasos. Uno de ellos habla de tener a un poder superior y creo que hoy se está perdiendo mucho porque la joven no tiene ese sentido de pertenencia en su vida porque, desde mi punto de vista, no creemos en nada, ni en uno mismo”.
Otra historia dolorosa que rindió frutos
La historia de Noemí la impulsó hasta donde está ahora. Llegó al centro de rehabilitación de la Ciudad de México a los 15 años.
“Lo único que quería era matarme, quitarme la vida. ¿Para qué estoy? ¿A quién le importo? Siempre busqué eso. Tener que llorar, no le veía la importancia. Mi caso me marcó mucho. Hoy si me preguntas, pues hoy no, hoy estoy muy agradecida con lo que Dios me regresó en ese sentido de pertenencia, saber que la vida tiene sus complicaciones pero nada difícil para poderlas solucionar”.
Noemí confiesa que, como ella, la mayoría de las internas llegan con miedo. Aunque aclara que ahí solo reciben a personas recluidas por su propia voluntad, cuenta que el miedo es inherente, pues vienen de la calle y sobreviven a una vida compleja.
“Siento que todas las que llegan es con ese miedo, más porque hay otros centros donde trabajan de otra manera. Vienen con esa incertidumbre, cómo va ser el trato. Pero cuando ya están aquí ellas mismas se dan cuenta, tan es así que se siguen quedando más de tres meses”.
“Lo que buscan es ser escuchadas”
Poco a poco, la representante del grupo y las exinternas voluntarias les trasmiten confianza.
La mayoría de las mujeres de La Magdalena son adictas al cristal, y van de los 15 a los 17 años. La directora reconoce a esta droga como una problemática que padece León.
“Esa es una de las problemáticas y también ya en las menores, hasta ahorita es lo que más hemos visto”, afirma.
Las internas lo único que buscan es no ser juzgadas, criticadas, sentirse arropadas y escuchadas, resalta Noemí. “Eso es lo que falta en las familias, ser escuchadas”.
Durante el proceso de rehabilitación y las visitas familiares, las internas tienen otra cara para enfrentar la realidad. Sus seres queridos le agradecen a la directora.
“Yo quiero regresar este amor, y como dicen amor con amor se paga. Yo tengo una frase de Teresa de Calcuta, que es: ‘Quien no vive para servir, no sirve para vivir’. Y yo creo que eso es elemental, me lo han enseñado en esta misión dentro de la asociación”.
La psicóloga da un último mensaje a las mujeres de León que atraviesan una situación parecida y a sus familias.
“A las que ya están consumiendo les diría que se acerquen a platicar con sus padres, puesto que en la familia es muy importante el diálogo”.
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“La entrada a las drogas es fácil, salir cuesta trabajo”, finaliza la directora del Centro de Rehabilitación La Magdalena, que ofrece ayuda desinteresada a las mujeres, pues no cobran por el internamiento.
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JRP