Padres de desaparecidos deben elegir entre trabajar o buscar a sus hijos
Cándido de la Cruz Hernández, padre de Gustavo Alberto de la Cruz Ortiz, desaparecido el 21 de marzo de 2007 en Pachuca, cuenta que ha sido principalmente su esposa, Goyita, la que se ha dedicado a buscar a su hijo. “O buscas o trabajas, no hay posibilidad [de hacer ambas cosas]”. Los pequeños ahorros que tenían, explica, se han ido en traslados y en otros gastos que genera la búsqueda de una persona desaparecida.
“Ojalá hicieran conciencia los hombres y salieran a buscar también, pero hay ciertas ocasiones en que hace falta trabajar porque el dinero no alcanza, o sea, para los gastos, transportes, comida”, afirma De la Cruz.
La pareja formada por Cándido de la Cruz y Goyita, quienes buscan a su hijo Gustavo Alberto, desaparecido en Pachuca en 2007. (Marcos Nucamendi)
Demetrio Melo Miranda, padre de Gabriel Melo Ulloa, desaparecido el 22 de diciembre de 2010 en Papantla junto con tres personas, matiza: “Depende también de las posibilidades que tengas, pero como uno es el sustento de la familia, le dices [a tu esposa]: vete tú a buscar”.
Para Jesús Guadalupe García, padre de Reyna Karina San Román Aguilar, desaparecida el 8 de diciembre de 2012 en Tlalnepantla, esa no es una decisión sencilla: “Es feo porque quiero correr y agarrar [por] la libre a la vez, y no se puede”, dice, en referencia a la imposibilidad de acompañar a su esposa a todas las búsquedas. “Yo tengo que trabajar para sus transportes, que ella camine, y luego estoy desesperado porque anda en el Gran Canal, en el lado de Ecatepec, y yo vivo del otro lado del estado”.
Una de las situaciones más complejas para los familiares de una persona desaparecida, como ilustran este y otros casos incluidos en el reportaje, es cuidar de la economía familiar, comenzando por sus fuentes de ingreso. “Estoy exponiendo mi trabajo, que es lo principal, pero al final dije: si me corren no pasa nada, tengo manos, tengo pies, y tengo que seguir luchando”, precisa García.
Calleja, padre de Luis Alberto, recuerda que tuvo que renunciar a su empleo: “[Su desaparición] nos ocasionó un cambio de vida; a mí, sobre todo, porque yo era el sostén de la familia. Era empleado bancario y tuve necesidad de renunciar a mi trabajo porque, o atendía mis funciones laborales, o me dedicaba a buscar a mi hijo”.
A la tristeza y el shock que genera la desaparición, se agrega que, a menudo, en un principio las familias solo pueden confiar en sí mismas.
“Pasamos más de un mes nomás tomando agua, sin dormir, en la casa, recibiendo amenazas, porque los secuestradores hicieron contacto con nosotros, pidieron rescate y lo pagamos”, recuerda Calleja. “Anduvimos buscando, investigando primero, [pero] como no sabíamos de las búsquedas ni de los colectivos, lo hicimos con nuestros propios medios”.
Ayotzinapa, el parteaguas
No hay una razón puntual que explique el porqué cada vez más padres participan públicamente en las movilizaciones y acciones de búsqueda, pero algunos momentos permiten entender cómo ha ido cambiando esta dinámica. Alejandra González Marín, psicóloga y especialista en salud mental con dos décadas de experiencia en la atención y acompañamiento psicosocial a víctimas de violencia de género y de violaciones a derechos humanos, señala como un punto de inflexión el caso Ayotzinapa.
Lo fue para muchos padres, refiere, pues el movimiento social que surgió tras la desaparición forzada de los 43 estudiantes normalistas propició que tanto familiares varones como hombres provenientes de organizaciones sindicales y otros movimientos sociales , como el Frente de Pueblos en Defensa de la Tierra de San Salvador Atenco, el Sindicato de Telefonistas de la República Mexicana y la propia Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” —en la que estudiaban los jóvenes desaparecidos—, participaran en las movilizaciones y acciones de búsqueda desde un inicio.
“Era muy común ver en las giras, nacionales e internacionales, que iban parejas, y no siempre eran esposo y esposa, sino compañeros y compañeras, que iban a todos lados. Ahí es donde comencé a ver, con mucha claridad, la participación de los papás”, recuerda la especialista.
Pero no siempre fue así, acota, pues en un principio, cuando una parte de los familiares de personas desaparecidas estaba integrada al MPJD —encabezado por el poeta Javier Sicilia y otras víctimas de la violencia en México—, existía una estrategia no hablada, entre padres y madres, para que fueran ellas quienes alzaran la voz en las manifestaciones y en los espacios de interlocución con las autoridades.
Así sucedió, agrega la psicóloga, durante los Diálogos por la Paz, realizados en el Castillo de Chapultepec en 2011: “Era una estrategia de sensibilización y exigencia al presidente [Calderón]. Todas las que hablaron eran mujeres, de no ser por Julián LeBarón [hermano de Benjamín y amigo de Luis Widmar, ambos asesinados en 2009]. Eran esencialmente las mamás quienes tomaban la palabra”.
Y no necesariamente madres que permanecieran unidas a sus esposos o parejas, señala González, pues las portavoces del movimiento de familiares de personas desaparecidas solían ser madres solteras, separadas o divorciadas; situación que ya comenzaba a evidenciar otra crisis, la que tiene lugar al interior del núcleo familiar.
“Cuando desaparece el hijo o la hija, desaparece la mamá del resto de la familia. Los otros hijos se sienten sueltos, y las parejas también. Si esto ocurre entre las parejas con el nacimiento de los hijos, cuando el hombre se siente relegado, pues más en situaciones críticas. La mujer sale de la dinámica familiar casi totalmente”.
La separación de la madre es solo una de las consecuencias de la desaparición; lo primero que se produce, indica la coautora del informe Yo solo quería que amaneciera. Impactos psicosociales del caso Ayotzinapa (2018), es “un golpe brutal al ego”, pues la situación pone en entredicho el rol protector que el padre, como hombre, asume sin mayor cuestionamiento.
Así lo expresa Javier Morales Flores, padre de Nadia Guadalupe Morales Rosas, desaparecida el 27 de octubre de 2017 en la ciudad de Puebla, cuando se refiere a sus 25 años como miembro de la policía estatal, de los que pasó más de una década destinado a la protección de funcionarios públicos: “Me siento mal en una parte de mí porque cuidaba a otra gente y no pude cuidar a mi hija”.
También existe un sentimiento de culpa en todos los integrantes de la familia tras la desaparición de un ser querido, afirma González. “[Lo padecen] desde el más pequeñito hasta los abuelos, pero en los hombres, en los papás, es como un: no fui capaz, no fui suficiente”. Esto quedó documentado en los testimonios que los padres de Ayotzinapa ofrecieron para el informe Yo solo quería que amaneciera: sentían culpa, una vez ocurrido el hecho traumático de la desaparición de sus hijos, por no haberles podido ofrecer más opciones de desarrollo personal, o bien, por no haber podido prevenir que estaban en riesgo.
“Yo todo este remordimiento lo he tenido y lo he vivido y me lo he aguantado. No se lo he querido decir ni a mi mamá, ni a su mamá”, dice uno de los testimonios de los padres recogidos en el informe. Otro menciona: “La culpa yo la he sentido, pero por no haber estado cerca de él, por no protegerlo”.
En el informe se menciona también el efecto que tiene la desaparición en la salud de las personas buscadoras. Un grupo de profesionales que ha dado seguimiento médico a los padres, madres y familiares de los normalistas de Ayotzinapa, la Red por la Salud 43, concluyó tras hacer una evaluación epidemiológica a 55 familiares, incluidos 27 padres, que las enfermedades crónicas de algunos se agudizaron y que, quienes no contaban con diagnósticos previos sobre un mal de este tipo, lo terminaron desarrollando.
Calleja señala que las madres y los padres de los jóvenes desaparecidos junto con su hijo, Roberto Carlos Martínez Martínez y René Rodríguez Pérez, rehusaron participar en las búsquedas, pero los impactos a su salud no se hicieron esperar. Uno falleció después de que le hicieran una operación de riñón, pero él insiste en que fue la tristeza la que terminó con su vida. “La enfermedad esa le viene a uno de pura tristeza y frustración, de no dormir; despiertas en la noche y ya no puedes conciliar el sueño”.
LC