Miércoles, 19 Marzo, 2025

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Aún estamos a tiempo

Opinión

Gaudencio Rodríguez Juárez

El maltrato contra niñas y niños ha estado presente a través de la historia de la humanidad. Sin embargo, sólo logró ser nombrado a mediados del siglo pasado. Y a partir de entonces se ha trabajado tímidamente en su prevención y erradicación.

Son muchas las razones por las cuales los procesos de prevención y protección han sido lentos y deficientes. Una causa de mucho peso tiene que ver con el factor transgeneracional. Sucede que cuando se le maltrata a una niña o niño, dicha experiencia queda anidada en su cerebro profundo, a manera de memorias traumáticas que para poder cargar con ellas hay que darles un sentido. Generalmente, en ese proceso es la niña o niño quien asume la culpa de lo sucedido. Y si no aparece en la vida alguien que le diga que los malos tratos recibidos no fueron culpa suya, crecerá defendiendo esas prácticas de relación y crianza con las niñas y niños.

Es así, como las personas adultas que deberían implementar leyes contra el maltrato hacia niñas, niños y adolescentes, o las que deberían generar programas y políticas públicas para tal fin, o las que siendo testigos del maltrato no hacen nada para defender a la víctima, etcétera, no lo hacen, pues en su cerebro profundo tienen naturalizada la violencia, el abuso, el maltrato hacia este sector de la población.

Sólo por dar un ejemplo. Desde el 2006, el Comité de los Derechos del Niño, de la Organización de las Naciones Unidas, recomendó a los países del mundo prohibir en sus legislaciones el castigo corporal y cualquier otro trato humillante utilizado como medida disciplinaria. A la fecha sólo unas decenas de países han hecho la tarea. El nuestro, México, mandató tal prohibición en la Ley de los Derechos de las Niñas, Niños y Adolescentes apenas en el 2021. Quince años después. Qué lentitud. Y, aun así, al parecer no todos los Estados han homologado su respectiva ley.

El siglo XX fue declarado como El siglo de la niñez. Durante esta etapa de la historia se logró conocer sus necesidades de desarrollo y evolución; conocimos mucho acerca de su psicología; como mencioné antes, se acuñó el concepto del “Síndrome del Niño Apaleado”, con lo que se evidenció el maltrato cruel del que son víctimas; se expidió la Convención sobre los Derechos del Niño.

No obstante, sus condiciones de vida y seguridad no han sido garantizadas. Sólo por mencionar un par de datos: en México, seis de cada diez niñas y niños reciben castigo corporal o humillante como medida disciplinaria —de acuerdo con cifras de UNICEF—; de acuerdo con la REDIM, en promedio diario, 3.6 niñas o niños son asesinados en dinámicas de violencia familiar.

Existen claroscuros, pues, con relación a la situación de la niñez. Hay avances, pero también obstáculos que impiden la garantía de sus derechos, y por momentos, incluso observamos retrocesos en el trabajo de dicha garantía. Un pequeño sector del mundo adulto ya los considera sujetos de derecho, mientras que el otro gran sector aún los trata como objeto de su propiedad.

Un reciente conversatorio que tuve con el colega colombiano Margo Turbay lo llevó a las siguientes conclusiones cargadas de esperanza:

- Aún estamos a tiempo de aprender a validar las emociones de nuestros hijos e hijas y estudiantes.

- Aún estamos a tiempo de reparar esa herida que causamos.

- Aún estamos a tiempo de sanar las heridas y no tomarlas como excusa para herir a otros.

- Aún estamos a tiempo de darle gracias a nuestros cuidadores por el esfuerzo que hicieron —algunos con gran afecto y presencia y otros con los cuidados básicos que nos proporcionaron—.

- Aún estamos a tiempo de escoger comprender y no juzgar a quienes nos criaron, y de asumir la tarea de sanar las heridas que nos causaron.

- Aún estamos a tiempo de entender que el perdón no tiene necesariamente que hacerse en función de la reconciliación. Estamos a tiempo de saber que el perdón tiene que ver con la decisión que tomamos de sanarnos y de tomar distancia por conciencia propia de todo lo que nos haga daño.

- Aún estamos a tiempo de darle a nuestras familias lo que posiblemente nuestros bisabuelos ni siquiera se imaginaron: empatía, validación, comprensión, cariño, presencia incondicional, diálogo, más diálogo, escucha, amor.

Sí, aún estamos a tiempo de hacer todo aquello que redunde en bienestar y garantía de derechos para las nuevas generaciones. Lo cual requiere que sanemos nuestras propias heridas para lograr ser más empáticos, respetuosos y comprometidos con el desarrollo infantil, para dejar de naturalizar, justificar e invisibilizar el maltrato contra niñas, niños y adolescentes.

Reconozcamos que estamos llegando tarde para garantizar su sano desarrollo, pues ese es el primer paso para acelerar el paso en la atención y protección de este sector de la población.

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