Contracorriente
En el mundo globalizado del siglo XXI, México parece ir contracorriente. Mientras las propuestas de modernidad y progreso van en un sentido, las decisiones que se toman en el Estado Mexicano se perfilan en contrasentido. Mientras en Glasgow, la COP26 busca la salida del carbón, México se resiste a dejar un combustible que ensucia, contamina y en última instancia, mata. Además, el mundo ve con extrañeza la política de abrazos y no balazos, en el extranjero se cree que los narcotraficantes encuentran mucha comodidad en territorio nacional.
Esta forma de gobernar es hoy un símbolo está dando como resultado un modo de vida insostenible. En términos de medio ambiente México no se ve como una nación que busque el bien común del planeta. Tampoco es que estemos solos, es cierto que en este tema hay mucho ruido y pocos resultados. No obstante, la reducción y eventual renuncia del uso del carbón implica una transición hacia formas de energía renovables que nuestro país no perfila en el futuro próximo. No se ve que la 4T ponga en el centro el bienestar de las comunidades más afectadas por las emisiones contaminantes. Esto ya está en los acuerdos de la más reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (COP26). Es una oportunidad que ya no podemos desaprovechar, sin embargo, vamos contracorriente.
A la voz de: “Ya basta de modas e hipocresía”, tal como lo dijo el presidente Andrés Manuel López Obrador para justificar su ausencia en la COP26, seguimos plantados en una postura divergente a la que toma el mundo. Los acuerdos globales que se firmaron en Glasgow no son vinculantes, pero sí son un un compromiso para coordinar soluciones globales conjuntas. En esa condición, México se queda fuera del juego, no quiere entrar a las reglas.
En términos prácticos, quedarnos fuera limita el acceso a recursos internacionales para llevar a cabo una transición energética que beneficie, sobre todo, a las comunidades más afectadas. México debiera aprovechar la oportunidad que deja la COP26 para diseñar una salida del carbón coordinada, sustentable y socialmente incluyente. Pero, aquí en Palacio Nacional no se entiende que esas ventanas de oportunidad se deben aprovechar.
La estrategia de tratamiento a los cárteles del narcotráfico no parece gozar de buena reputación. El presidente Andrés Manuel López Obrador ha preferido una política de “abrazos, no balazos”. No parece ser una fórmula muy exitosa. Ante la difícil situación por la que atraviesa la seguridad pública hay alertas que se encienden. Hay evidencias de que ha llegado el tiempo de cambiar la estrategia. Está claro que dejar a los capos en su zona de confort, no ha traído los efectos deseados.
Los números son más contundentes que las opiniones. Los datos nos dejan ver que las decisiones que se toman desde el púlpito presidencial no están generando efectos a favor de la seguridad, Por ejemplo, la violencia letal está en los niveles más altos de la historia contemporánea del país. Según el Instituto Nacional de Estadística y Geografía, en 2018 se registraron 36,685 homicidios; en 2019, 36,661; y en 2020, 36,773, son cifras incrementales. La Secretaría de Salud tampoco arroja buenos resultados, se estima que al finalizar diciembre de 2021 los homicidios sumarán 36,865. Sabemos que el crimen organizado, particularmente aquel dedicado al narcotráfico, es la principal fuente de la violencia letal e inseguridad. Hasta al propio presidente admite que el setenta y cinco por ciento de los homicidios que se comenten en México se vinculan con el crimen organizado.
Los números no pintan un escenario agradable. Guanajuato y Zacatecas están clasificados como los estados más violentos del país. Los gobiernos locales afirman que tal proporción alcanza hasta noventa por ciento. A nivel internacional, el Índice Global de Crimen Organizado ubica a México en el cuarto lugar, solo detrás del Congo, Colombia y Myanmar.
Vamos contracorriente. Esta claridad que tanto a nivel nacional como internacional se tiene sobre el papel que juega México en el concierto internacional da evidencia de que hay un contrasentido en los compromisos medioambientales y en términos del crimen organizado. La violencia e inseguridad, contrasta con la ausencia de estrategias específicas para neutralizar las actividades de los principales cárteles del narcotráfico y las que ensucian el ambiente. Esta forma de gobernar es hoy un símbolo está dando como resultado un modo de vida insostenible, no parece ser el modelo de exportación que se presumió en Nueva York.