Viernes, 10 Enero, 2025

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Dejar de ser un lugar común

Opinión

Cecilia Durán Mena

No hay cosa que el ser humano debiera temer más que los clichés. Ser una copia calca de algo, reproducir las mismas acciones de otro, ser un duplicado es algo aborrecible sin importar lo bueno que sea el modelo original. Es peor cuando lo que se copia es malo. La falta de ingenio, de creatividad lleva al copión a mimetizarse en el paisaje, a ser olvidable. El peor de los efectos es la flojera en la que cae ese que repite acciones y dichos como si fuera un perico. No es tan sencillo salir de ese círculo vicioso. Son del tipo de flojos no trabajan doble, simplemente no hacen esfuerzo y se apropian de lo de otros. Lo quieren hacer lucir como propio y lo triste es que se nota. Las segundas partes, generalmente no son buenas, más bien son malísimas, lo mismo si se trata del ámbito político, profesional o académico. Me temo que hoy más que nunca, quien quiera ganar adeptos, clientes, votantes, deberá hacer acopio de toda su inteligencia para lucir distinto a los demás. Lo malo es que seguimos viendo más de los mismo.

Creo firmemente que vinimos a este mundo a destacar. Para ello, el gran estratega Michael Porter nos recomienda entender cuál es nuestra ventaja competitiva y desarrollarla. Tristemente, parece que vivimos en un mundo en el que falla el ingenio. Pasa entre propios y ajenos, en el escenario nacional y en el internacional, en lo local y en lo global, basta observar, para darnos cuenta.

Dicen que en una de las primeras vacaciones que Franklin Roosevelt tomó como presidente, invitó al comediante Eddie Cantor, una de las más grandes estrellas de Hollywood de los años treinta. Cualquiera hubiese pensado que la invitación fue un intento de asociarse con gente famosa que lo llevara a conquistar el favor popular. No era el propósito, se trataba de algo diferente. Fue una estrategia bien pensada. Lo que aquel presidente de los Estados Unidos estaba buscando en ese momento era convivir con una de las personas más ingeniosas de aquellos momentos. Su única intención fue estar en su compañía para platicar con él.

La idea de Franklin Delano Roosevelt era convivir en un ambiente relajado, fuera de las presiones políticas de Washington, D.C. con un hombre audaz, inteligente y sobre todo, con un sujeto que tuviera poco que ver con su cotidianidad, su forma de pensar o la manera en que interpretaba el mundo. Cantor formaba parte de un sindicato de actores y era conocido por su agudeza y sentido común. Cuentan que, al regreso de ese periodo vacacional, el presidente Roosevelt regresó con una visión fresca y pudo enfrentar la crisis terrible en la que se encontraba sumido su país. No se trató de que el comediante le diera la receta de solución, eso sería mentir. Me temo que el meollo del asunto radicó en que el comediante le dio una perspectiva totalmente diferente de cómo veía el mundo, en vez de seguirle la corriente, de darle por su lado y de estar lamiéndole las botas. En esas vacaciones consiguió ver una configuración del estado de cosas totalmente distinta a la que el presidente tenía. Fue por aquellos tiempos, después de haber gozado de una convivencia vacacional con Cantor que se pudo firmar el acuerdo de recuperación económica que devino en un apoyo popular de los estadounidenses que les permitió salir delante de uno baches de progreso peores en la historia de los Estados Unidos.

La anécdota nos lleva a reflexionar sobre la efectividad que tiene el ingenio y la largueza de miras. Evidentemente, la gente de Hollywood no es como el común de las personas. La visión de Cantor ayudó a que el presidente dejara de ver el único punto de vista y ampliara su visión de las cosas. Noventa años después, la leyenda vuelve a llamar la atención. Esta anécdota viene a cuento porque me parece que andamos muy escasos de ingenio y de personas que busquen caminos alternativos o novedosos. Más bien, lo que vemos —especialmente en el terreno político— es a personas que se adhieren a la imagen de su jefe, se apoltronan en el eterno lugar común, se pertrechan en una zona de seguridad y de niegan a correr cualquier tipo de riesgos. No es prudencia, es ser timoratas a ultranza. Prefieren copiar que innovar.

No hay cosa que el ser humano debiera temer más que los clichés. Ser una copia calca de algo, reproducir las mismas acciones de otro, ser un duplicado es algo aborrecible sin importar lo bueno que sea el modelo original. En realidad, no debiéramos tener cosa más aborrecida que ser aquella persona que dejó pasar oportunidades o de desarrollar nuestra propia ventaja competitiva. Habríamos de aspirar a abandonar la zona del cliché y apostar por el ingenio.

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