Desastroso y caro
Improvisación, ignorancia, corrupción. Qué otra cosa podría explicar los desastres que han azotado por doquier estos días. Una cosa es la naturaleza, otra lo que ha hecho la mano y el interés humano a lo largo de la historia para vivir en lugares de alto riesgo, para no fiscalizar los asentamientos humanos, para no prevenir incidentes, para no contar con lo necesario ante una contingencia, dentro de lo razonable.
A las intensas lluvias que nos han hecho olvidar meses de sequía atroz, se han sumado misteriosos movimientos telúricos en varios puntos del estado. Las lluvias, sobre todo, han dejado tras de sí inundaciones, derrumbes, desbordamiento de ríos y mucho miedo entre la población. Por si faltara algo, el sismo de anoche, de 7.1 grados con epicentro en Guerrero y que se sintió en varios municipios de Guanajuato, recordó que estamos en septiembre, un mes aciago para los mexicanos por los terremotos sentidos desde 1985 a la fecha, más cercanos los de 2017.
Justificamos el asiento de los pueblos, de las ciudades. “Son sus tierras”, “ahí están sus ancestros”, “aquí nos toco vivir” dijera Cristina Pacheco. Los ciudadanos, en estas frases, damos la justificación perfecta a las elites del poder para que todo siga igual, aunque cada año a las calles se las lleve el agua y con ello los impuestos invertidos; aunque en cada temblor caigan edificios y haya que levantar escombros para sacar muertos. No cabe la razón, el pensamiento fino. Así somos, nos dicen.
Puede que haya en parte algo de lógica si se desea atender al pasado. En Guanajuato, la ciudad de oro y plata encantada, los habitantes del siglo XXI no son culpables de que por cuatro siglos sus antepasados hayan construido piedra sobre piedra sobre una cañada. Por mas de 400 años el agua recuerda su paso y los humanos nomás no se quitan. No puede extrañar que los edificios no resistan a los elementos y luego caigan, porque no se les toca, no se les cuida, ya que es caro por ser patrimonio de la humanidad. Me pregunto si durarán otros 400 años.
En León, ciudad construida sobre ríos por los colonizadores españoles, hoy “los encharcamientos” son cosa de cada verano. En el siglo XIX casi desapareció la ciudad en un par de noches. Tampoco cantan mal las rancheras los pueblos originarios, que construyeron sobre un lago la actual capital de México y ya se inundaban antes de que llegara Cortés, o en Juchitán donde temblores e inundaciones es costumbrismo.
De acuerdo, hacia el pasado sólo remediar. Pero cuando se siguen cometiendo los errores en el presente, sin sentido de futuro, qué decir. Los Atlas de Riesgo siguen inacabados; el presupuesto para planeación urbana es poco y para Protección Civil peor, hasta una carga lo ven las autoridades, sobre todo las edilicias, como si el dinero fuera de sus bolsas.
Seguimos construyendo sobre ríos, arroyos y canales; se cierran, como dicen y acusan pobladores que hizo Procter and Gamble en Irapuato, inundándose sitios habitacionales aledaños. En Abasolo, nueva Venecia de la miseria, los políticos caminan entre el agua para hacer sentir la solidaridad, pero bueno sería ver cuántas reuniones hubo analizándose probabilidad de grandes lluvias y las pasadas del agua, anticipando lo que la física, la hidrografía y la orografía dictan.
Hasta una ley del cambio climático tenemos, pero nadie atiende los estudios científicos que nos marcan que lo “atípico” deviene de a más calor, más huracanes, más tormentas, más agua, luego más sequía, cambiando los flujos tradicionales. Se prefiere seguir en la inercia, reconstruyendo lo destruido, porque ahí está el negocio. No en invertir en la ciencia, en el análisis, en la prevención, en nuevos asentamientos humanos ordenados y fiables, para no malgastar el dinero de todos, ya hasta que los huracanes sean de nivel 5 o más, ya que haya dos grados más de calor y la aridez por las sequías y el deslave lleguen.
De lo que pasa en el subsuelo, ojalá haya interés en investigar a fondo qué podría estar sucediendo y así orientar a la población sobre lo que hay qué hacer o cómo y dónde construir. Cierto, los temblores no tienen palabra, aunque en México no se sabe si ya es fijo lo de septiembre, “cosa del diablo”, dijeron amigos… La cosa es hacer la cultura de la prevención.
No invertir en la prevención se convierte en una loza para la economía de un pueblo. Ojalá pronto se entienda esto y dejen de hacer negocios por cacahuates.