Domingo, 05 Enero, 2025

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Diego Sinhue... y crónica de una ejecución

Opinión

Eliazar Velázquez

Diego Sinhue... y crónica de una ejecución

Al gobernador de Guanajuato hay que tomarlo con reserva sus declaraciones porque seguido suelen ser solo para emitir posicionamientos efectistas de rutina, más que una prédica genuinamente comprometida con problemáticas complejas, así suele sacarle la vuelta a temas espinosos. En ese tenor de tocar por encimita las cosas parecen estar sus dichos recientes sobre las peleas de gallos, carreras de caballos y narcocultura; toca el asunto con tantas pinzas que en su descargo aclaró no ser de su autoría la iniciativa de recomendar su prohibición en las ferias regionales, sino del Comandante responsable de la XII Región Militar.

Se refiere de modo tan tímido al tema que lo reduce a los festejos feriales cuando quizás esa es la más mínima expresión de ese tipo de eventos en su mayoría ilegales y que constituyen un foco de latente inseguridad, de promoción impune del consumo de sustancias prohibidas, así como igualmente son piezas de toda una construcción pseudo cultural que da categoría de héroes a los delincuentes.

 

 

La importación, crianza, compra venta y peleas de gallos, ha tenido en los últimos años un crecimiento exponencial, incluso se ha desarrollado todo un sistema para el trasiego de esos animales desde diversos estados de la Unión Americana, sólo que no se reduce a una mera actividad económica floreciente en la que un solo gallo puede llegar a costar hasta cinco mil pesos o más; ese negocio por lo general gira en torno a una intrincada telaraña de sospechosos intereses, práctica estimulada además por toda una vertiente de la industria musical que enaltece narrativas como la de que enfrentar al gobierno o a la Policía es una hazaña que debe celebrarse.

 
Diego Sinhue Rodríguez Vallejo

En el caso de la región noreste, aún siendo esas actividades tan cotidianas, tan generalizadas, y con documentados rastros de hechos delictivos (por ejemplo, una madrugada del año pasado fue ultimado al salir del palenque en San Luis de la Paz un conocido gallero originario del municipio de Victoria) las propias cifras oficiales ilustran el grado de tolerancia y omisión de las autoridades en todos los niveles. En octubre de 2021 esta columna preguntó a la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) por el número de clausuras de peleas de gallos clandestinas en las que participaron las Fuerzas de Seguridad Pública del Estado (FSPE) durante ese y los dos años anteriores en los municipios de la zona, la respuesta otorgada confirmó que ese tema no está en sus prioridades, pues informaron que durante ese lapso sólo participaron como “apoyo al personal de Fiscalización (…) en su solicitud para la entrega de oficios de cancelación de peleas de gallos, antes de que se llevarán a cabo”, eso sucedió una ocasión en San José Iturbide y tres veces en Xichú, donde por cierto trascendió que cuando menos a dos notificaciones los galleros ni caso les hicieron. También es frecuente que elementos de las FSPE en esos municipios, al ser interpelados sobre su postura ante esos eventos que suelen realizarse en palenques improvisados, sin la mediación de ninguna autoridad fiscalizadora, a veces a unos cuantos pasos de donde ellos están acuartelados, y así en algunos incluso lleguen a darse detonaciones de armas, argumentan que no pueden actuar porque se realizan en propiedades particulares

Conociendo su estilo de recurrir a la pirotecnia verbal aparentemente arrojada sin que eso se traduzca en acciones concretas, es improbable que en esta ocasión Diego Sinhue sea más congruente con sus palabras, y es que si realmente quisiera entrarle a esa problemática pudo haberla abordado desde el comienzo de su sexenio, y no hasta ahora cuando realidades delincuenciales tan normalizadas y toleradas por su propio gobierno, están exhibiendo que su estrategia estandarte contra las adicciones (Planet Youth), no pasa de lo cosmético y superficial.

Era muy joven el sicario…

Aquel domingo de 2020, en una milpa localizada Sierra Gorda adentro, pasado el mediodía ya estaba el ambiente listo para las carreras de caballos (clandestinas desde el punto de vista legal, pero a ojos vistas de todos) organizadas por un muchacho veinteañero. En cantidades mesuradas porque no eran alazanes famosos, corrían las apuestas entre los lugareños. Había gente de todas las edades, incluso mujeres. El día estaba soleado y caía a plomo pues los cerros de alrededor son muy áridos.

Uno de los corredores apareció paseando el caballo que pronto montaría, luego de recorrer el carril lo amarró en un pitayo. Un conocedor que observaba le recomendó al dueño no lo dejara ahí porque a la hora de la carrera por instinto buscaría detenerse en ese sitio sombreado. Se ‘desencaminó’ a dar la indicación al jinete y luego regresó a donde estaba el grueso de gente bajo una pequeña carpa. Alguien comentó que en un punto del camino estaba un retén de la Policía, otro agregó tener conocimiento que esa patrulla se acercaría hasta la milpa pero solo afuera del cercado.

 
Palenque en domicilio particular

Mientras estaba ese intercambio de diálogos y crecía la expectativa al ver el torso desnudo de los jinetes ya listos para iniciar, un muchacho delgado, muy joven, pelo corto, se acercó al grupo como uno más arribando a presenciar las carreras. Se puso junto al muchacho veinteañero organizador a quien bajo la camisa se le alcanzaba a distinguir un arma fajada en la cintura, éste en una pausa de la plática se inclinó a buscar una cerveza en la hielera, pero apenas tomó en sus manos la bebida cuando en fracciones de segundos la realidad dio un vuelco, repentinamente se escuchó un sonido como cuando se destapa bruscamente un refresco con un cuchillo. El muchacho delgado que se había acercado en realidad era un sicario que al momento de inclinarse su víctima con un hábil movimiento le colocó la pistola a la altura de las costillas y le disparó. Cayó herido al suelo, el sombrero se le resbaló a la cara y dio un suspiro largo.

Todo fue en instantes, la gente se arremolinó, unos decían que despejaran para que le llegara aire. Hubo quien hizo amagos de sacar el arma, pero la realidad es que todos estaban pasmados y sumidos en el desconcierto.

Para entonces el muchacho que había disparado ya atravesaba la milpa a toda prisa, luego de brincar el alambrado subió a un auto que lo esperaba en la brecha, el cual arrancó hasta perderse en los cerros sinuosos.

Mientras ahí se cometía una ejecución a plena luz del día, presenciada por decenas de personas, y el homicida escapaba sin ninguna dificultad pese a lo agreste del lugar, en ese mismo trayecto los policías seguían deteniendo vehículos supuestamente para revisarlos.

El herido fue subido a una camioneta para llevarlo a un hospital distante a 40 minutos. En el trayecto falleció.

En el carril de la milpa desolada, los caballos trotaban briosos pero sin rumbo y sin jinete…

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