Educar sin condicionar
“ ¿Cómo se portaron este año niños?”, pregunta la alcaldesa de un municipio, previo a la entrega de juguetes en el Día de Reyes. “¿Se portaron bien? ¿Les hicieron caso a sus papás?”. La utilización de una fecha tan simbólica y significativa como instrumento de control del comportamiento de niñas y niños es una práctica frecuente.
Me pregunto cómo fue que la tradición giró hacia ese punto. Y es que por más que vuelvo a la Biblia no encuentro elementos ni símbolos que aludan al condicionamiento de presentes, dones o regalos.
Lo que podemos leer en Mateo 2, 11, es una manifestación de con[1]sideración y adoración de un niño por parte de tres adultos, escena altamente significativa en una cultura patriarcal y adultocéntrica –que persiste hasta nuestros días, por cierto–; se trata de la entrega de presentes que se dan sin condiciones, por el solo hecho de haber nacido, por el solo hecho de existir.
La tradición de las comunidades creyentes quiso que esa imagen persistiera cada 6 de enero al hacer de dicho día una ocasión especial para todo niño y niña. Si se trataba de recordar aquel suceso donde Dios decidió encarnar en un niño –el ser más invisible y vulnerado entre los miembros de la sociedad–, naciendo en un pueblo humilde, y desde lejos vienen personajes importantes a darle la bienvenida, ¿por qué el suceso se deformó a tal grado de hoy entre[1]gar juguetes a los niños y niñas en función de su comportamiento?
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Al respecto, una joven mamá me hizo el siguiente planteamiento: “Me quedan un poco de duda: si no se debe condicionar, ¿cómo se da la lección de que su comportamiento tendrá una consecuencia buena o mala en la vida?” Interesante pregunta. “Tengo muchas dudas”, continuó, “sobre todo ahora que se pone en duda muchas de las prácticas con las que fuimos criados, y que resulta ser la única referencia que tenemos ahora nosotros para, por ejemplo, continuar la tradición de los Reyes Magos”.
Tal vez valdría la pena no perder de vista que las consecuencias se desprenden de los sucesos, están en el día a día, le siguen a cada comportamiento, no es necesario que el adulto meta su cuchara.
Ejemplos: Comportamiento: la niña decide no guardar su juguete después de jugar con él; consecuencia: más adelante se lamenta al no encontrarla para volver a jugar. Comportamiento: el niño se pelea con sus compañeros; consecuencia: a la próxima no lo invitan a jugar.
¿Por qué entonces nos empeñamos en inventar consecuencias si estas las experimentan las niñas y niños diariamente, con o sin nuestra presencia?
Hemos de reconocer que además de la tradición, es decir, así nos educaron a nosotros, también existe un cierto goce derivado de la posibilidad de ejercer control sobre ese otro ser humano más pequeño y menos poderoso que nosotros.
La manera en que fuimos educados pretendía formarnos como buenas personas. El problema es que lo bueno estaba definido por las personas adultas, dejando de lado lo que el niño o niña podía realizar en función de su edad, intereses y circunstancias del momento, dejando de lado su punto de vista.
¿Qué tal si ahora tomamos en cuenta la opinión de los niños y niñas en el proceso educativo? ¿Qué tal si en lugar de preguntarnos cómo modificamos sus comportamientos entramos a su mundo interno para identificar, validar y acompañar sus emociones y pensamientos? ¿Qué tal si en lugar de condicionamiento que genera inseguridad les transmitimos incondicionalidad afectiva para que ganen seguridad y confianza y sean más asertivos? ¿Qué tal si jugamos más con ellos, gozamos más la crianza y dejamos de formar en todo momento? ¿Qué tal si hacemos del Día de Reyes un acontecimiento festivo, de consideración, reconocimiento y cariño hacia las niñas y niños, solamente?
Cambiemos los verbos controlar, condicionar, amenazar, regañar, castigar, por unos más potentes, humanos y educativos: amar, respetar, guiar, acompañar, preguntar, dialogar, reflexionar, comprender, habilitar, co-aprender, mentalizar…